Rosa
no entendía por qué la gente se
preocupaba tanto por el misterio de la muerte. Para ella la cosa era muy
simple: Vivir es estar "
Aquí". Morir es estar "
Allá".
A
menudo se preguntaba en donde estaría la puerta que comunicaba ambos mundos. No
era que quisiera morir. Solo le habría gustado encontrar esa puerta y poder
mirar lo que había al otro lado.
Una
noche, tendida en su cama en la oscuridad vio algo que brillaba en el muro de
su habitación. Un pequeño círculo de luz
refulgía en las tinieblas.
Intrigada,
se levantó a tientas y se acercó al
objeto. Era la manilla de bronce de una puerta que nunca antes había estado
ahí.
La
hizo girar suavemente y el picaporte cedió. Una línea de luz azul se filtró por
el intersticio. Empujó la puerta y se encontró en una calle.
Unos
pocos faroles rompían la oscuridad de la noche.
Vio una ventana iluminada y se acercó a mirar. No había cortinas y pudo
ver claramente a una mujer que cosía junto a una lámpara.
Ella
levantó los ojos y al ver a Rosa, con un gesto la invitó a entrar.
-¿
Qué está cosiendo?- le preguntó Rosa.
-Es
un vestido para mi hija Rosita. Sé que no podré entregárselo, pero me hace
feliz
imaginarme
como se vería con él.
-¿ Y donde está Rosita?
- Está
en el mundo en que vive la gente...¡ No sabes como sufrí al tener que dejarla!
Rosa
la miró sin comprender y la mujer siguió hablando, como si estuviera sola:
- Mi enfermedad fue muy rápida. Cuando supe que
moría, me pregunté angustiada qué
sería de mi Rosita. ¡ Tenía apenas seis años! Su padre nos había abandonado. Sólo me
quedaba mi hermana Julia. Le supliqué que la cuidara y me prometió que se haría cargo de ella...Ahora
estoy aquí y no sé desde cuando...En este lugar el tiempo no transcurre.
De
pronto, la mujer se calló y sonrió turbada:
-¡
Perdona! ¡Sólo hablo de mí ! Ahora cuéntame algo tuyo ¿ como te llamas?
- Mi
nombre es Rosa. Cuando era pequeña, mi mamá me decía Rosita. Murió cuando yo
tenía seis años. La tía Julia me llevó a
un lugar donde había muchos niños...Me dijo que volvería a verme todos los
Sábados, pero nunca más volvió.
Ambas
se pararon y se quedaron frente a frente.
Les pareció que se miraban en un espejo, tan parecidas eran las dos.
-Mamá
- dijo Rosa- Ahora tengo la misma edad que tenías cuando moriste. ¡ Parecemos hermanas!
La
madre tomó de nuevo su labor y siguió cosiendo el vestido de niñita. Quizás porque le hacía feliz hacerlo o porque
ya no tenía nada más de qué ocuparse.
Palideció
la luz de la lámpara y un resplandor rosado empezó a filtrarse por los
cristales de la ventana.
Rosa
salió de la casa y recorrió la calle hasta encontrar la puerta por la que había
llegado a ese lugar. Se encontró en su dormitorio y se acostó de nuevo.
Cuando
despertó, el sol inundaba la habitación y en el muro, la puerta misteriosa
había desaparecido sin dejar ni un rastro.
Que belleza amiga...yo tengo plena esperanza de reunirme con mi madre cuando sea el tiempo...en la grandeza divina de volver a encontrarnos.
ResponderEliminarEspero, estés muy bien.
Te dejo un abrazo.
La muerte esa eterna amiga que siempre nos acompaña,que a veces la tememos y otras la deseamos como una liberación
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