Pablo
se concentraba en alcanzar la costa, sin hacer caso de los gritos de sus
compañeros que se ahogaban.
La
lancha pesquera había chocado contra unos arrecifes y en cosa de minutos se
había hundido en la profundidad del mar.
Al
fin alcanzó la playa y se tiró sobre la arena, respirando el aire a bocanadas.
Dejó
que el sol le secara la piel y los restos de su ropa que todavía conservaba.
Palpó su cuello y notó que aún llevaba la cadena de plata de su Primera
comunión.
Recordó
el día en que su mamá se la había entregado. Fue la última vez que lo visitó en
la cárcel.
El
mismo le había pedido que no volviera, porque su llanto le hacía daño y lo
llenaba de verguenza.
Ella
había tomado su mano y le había preguntado entre sollozos:
-¿
Por qué, mi hijito? ¿ Por qué?
Le
respondió a gritos, desahogando la amargura que lo corroía por dentro.
-¿ Y
qué esperaba? ¿ No era mi papá un ladrón
acaso? De esa semilla vengo yo...En
cuanto a usted ¿ cree que no sé de qué casa de mala fama la sacó? Tuvo suerte de que fuera un ingenuo...
Ella
se cubrió la cara con las manos y él continuó implacable:
-Con
esa herencia, no sé qué esperaba, señora. Y ¿sabe? es mejor que no venga más
por aquí, si va a venir a llorarme...
Ella
dobló la cabeza, pero sacó de su bolso la medallita:
- Es
un recuerdo que guardo de tu Primera Comunión. ¡ Póntela, mi hijito! La Virgen te protegerá siempre.
Había
salido de la cárcel endurecido y rabioso y nunca más la había vuelto a ver.
Agotado por su lucha con el mar, buscó refugio
en una cabaña de pescadores. En su interior encontró una vieja chaqueta con la
cual abrigarse. Pasó la noche ahí y al día siguiente se subió a la mala en un
tren que lo llevaría a su pueblo.
Al
anochecer se dirigió a la humilde casa donde vivía su madre.
Vio
una luz encendida y se acercó a espiar por la ventana. La vio sentada en un
sillón, frágil y envejecida.
La
puerta estaba entreabierta y entró sin hacer ruido. Se paró frente a ella y la
llamó en voz baja:
-¡
Mamá!
Pero
ella no levantó la cabeza y pareció no escucharlo. Pablo notó que lloraba ,
sosteniendo entre sus manos una fotografía.
¡ Era la que le habían tomado a él, cuando tenía siete años, en el aula
de la Escuela !
-¡
Mamá! ¿ Qué te pasa? ¿ Por qué no me miras? ¡ Dime que me perdonas! ¡ Que no me guardas rencor!
Pero
ella continuaba llorando con la cabeza baja y no parecía notar su presencia.
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Mientras,
en la playa, unos pescadores miraban sobrecogidos los restos del naufragio.
- ¡
Mire, compañero! ¡ Ahí viene flotando un
cuerpo!
Enredado
entre trozos de madera y algas, vieron a un hombre y se metieron a sacarlo
aunque sabían de sobra que estaba muerto.
-¡
Era joven, el pobre! Y mire...trae al
cuello una cadena... Parece una medallita de Primera Comunión!
Leer tus cortos en los que las realidades van unidas a tus fantasias son bonitos,porque en ellos te desnuda y hace volar tus imaginaciones.
ResponderEliminarComo siempre, es en esa hora cuando llega la visión de lo que realmente es valioso o era lo más importante en nuestra vida...
ResponderEliminarY que grandeza más sublime es estar en paz a los ojos de tu madre...
Pero en este caso él no logra su perdón...aunque tiene esa oportunidad de verla.
Te dejo un abrazo grande!