Todas
las tardes, el abuelo iba al cementerio y se sentaba sobre la tumba de su
nieto. La gente que pasaba a lo lejos, lo veía gesticular y reír, como si
estuviera conversando con el niño. Movían la cabeza, pensando que el dolor lo
había enloquecido.
En
vida, todos llamaban al niño Toñito Chincol, porque siempre estaba alborotando y
brincando sobre sus piernecitas flacas, como un pájaro nuevo.
Había
salido a jugar un día y se había caído al fondo de una quebrada. Cuando lo
encontraron sobre las rocas sonreía, como si al instante de morir, un ángel le
hubiera hablado al oído.
Solo
tenía cinco años, así es que lo pusieron en un ataúd blanco, como de juguete.
Desde
entonces, el abuelo no dejó ni un día sin ir al cementerio.
Allí
se quedaba horas, sentado sobre la tumba.
Y el espíritu de Toñito, que jugaba entre los árboles, se iba
impregnando en su ropa y en sus cabellos.
El
viejo volvía entonces a la casa de la madre, que permanecía en la cocina,
llorando sin consuelo. Al verlo llegar, la mujer abría los brazos como si fuera
a recibir al niño. Y era cierto que
junto con el abuelo parecía entrar a la casa un vientecillo fresco o una
bandada de pájaros.
Pero
una tarde, el abuelo vio de lejos a Toñito, que lo esperaba junto a la tumba.
-Pero,
niño ¿ qué haces aquí? ¿ Como fue que
volviste?
-Desperté,
no más, abuelito. Y no quiero seguir durmiendo.
-¿ Y
qué voy a decirle a tu mamá y a la gente del pueblo? Todos creen que estás muerto...
-
Algo se nos ocurrirá- dijo el niño confiado y deslizó su mano pequeña entre los
dedos callosos del abuelo.
Juntos
regresaron a través del campo, rompiendo con sus piernas lentas la penumbra del
anochecer.
Al
entrar los dos a la cocina, la madre se paró, sobresaltada.
-¿
Quién es este niño que me traes, papá?
-Pero,
si es Toñito ¿ no lo reconoces?
-¿
Por qué tratas de engañarme? Mi Toñito
murió. No necesito que me traigas un reemplazante...
-Mamá,
si soy yo- decía el niño, sin saber si reír o llorar y trataba de aferrarse a
su falda.
Pero
la madre retrocedió y se cubrió la cara con el delantal, evitando mirarlo.
- ¡
Llévatelo, papá!
El
viejo y el nieto salieron cabizbajos y no teniendo a donde ir, volvieron al
cementerio.
-Ya
ves, mi niño- suspiró el viejo- No es fácil volver. Los muertos no tiene cabida
en el mundo de los vivos.
-¿ Y
qué voy a hacer, abuelito?
-Seguir
durmiendo, no más...¿Qué otra cosa? Los que duermen no sufren. Estar despierto
es lo que duele.
-Pero ¡ no quiero quedarme solo !-se quejó el
niño y rompió a llorar.
-¡ No te aflijas, Toñito! ¡ Yo pronto vendré a acompañarte!
Que triste...
ResponderEliminarno se , a veces es tan complejo aceptar la muerte, ...y esos espíritus se quedan alrededor y nunca descansan o trascienden, por eso es importante soltar a tiempo...
y claro que cuando se vaya el abuelo tendrá compañía.
Las personas que fallecen y se aman nunca mueren en nuestro corazón.
Besos, amiga.
ya volví al tedio del trabajo...pero igual acompañaré cuando pueda por tus bellos escritos.
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