Los
fines de semana, Marta no sabía qué hacer con su tiempo. De Lunes a Viernes, en
la oficina, la rutina bienhechora
devoraba el día entero. Cuando
salía, ya era de noche y las luces de la calle estaban encendidas.
Pero
los Sábados...
Tomó
la costumbre de subirse a algún autobús y hacer todo el recorrido hasta el
terminal. Y desde ahí, vuelta otra vez al punto de partida. Se iba con la
frente pegada al vidrio de la ventanilla, mirando como el ocaso teñía de rojo
la mole de la ciudad. Era la hora que más le gustaba, cuando el día llegaba a
su fin.
Pero
una de esas tardes muertas, la Vida le ofreció un festín a su corazón
hambriento de aventuras.
Sintió
una mirada clavada en su nuca. Algo parecía tirarla con fuerza para que
volviera la cabeza. Cuando lo hizo, vio
a un hombre sentado dos filas más atrás. La miraba fijamente, conmocionado, a
medio pararse del asiento, como si no supiera si acercarse a ella o echar a correr y tirarse del autobús
sobre andando. Al final, pareció decidirse y se dirigió a ella, visiblemente
emocionado:
- ¡
Elena! ¡Elena! ¿ Es
posible que seas tú?
No,
no es posible, pensó ella con sorna, porque me llamo Marta y en mi vida te
había visto.
Pero
guardó silencio y lo miró expectante.
El
hombre se sentó en el asiento contiguo y trató de tomarle la mano. Ella la
retiró, asustada.
-
Elena ¡Llevo años buscándote! ¡No sabes como he deseado este momento...!
El
cerebro de Marta trabajaba velozmente. Podía ser peligroso seguirle la
corriente. ¿ Y si era un delincuente ? Pero no, la angustia de su cara parecía
genuina.
Lo
novedoso de la situación le producía un cosquilleo agradable en alguna parte de
su cuerpo que ya tenía olvidada...
Para
ganar tiempo se le ocurrió preguntarle:
- ¿ Y como me reconociste?
-Has
cambiado un poco, es cierto, pero tus ojos son los mismos....¿ Y acaso yo no he
cambiado también?
Marta
guardó silencio y no supo qué recuerdo de desamor vivido le arrancó una
lágrima.
El
hombre la miró consternado y de nuevo intentó coger su mano.
-¡
Elena! Sé que es difícil que me puedas
perdonar...Te dejé como un canalla...Pero no creas que no he pagado lo que te
hice...¡ No imaginas cuanto he sufrido!
Marta
lo dejó hablar y poco a poco fue reconstruyendo la historia de Elena. ¡ Así es
que el infeliz la había dejado por otra y ahora imploraba su perdón! ¡ Cínico!
Como todos los hombres, no más...
A esas alturas, se sentía totalmente
identificada con Elena y un ramalazo de rabia y pena la estremeció, haciéndola
estallar en sollozos. Lloraba por todas las veces que había sido traicionada...
-Me
pasé los años tratando de olvidarte. Perdí mi juventud por tu culpa ¿ Como
pudiste destrozarme el corazón?- le reprochó indignada.
Sin
esperar respuesta, le dio un empujón y trató de pararse del asiento. El la
tomó por la manga del abrigo y la
retuvo, implorante.
-¡
Elena! ¡ No me dejes ahora que te he
encontrado! Todavía podemos rehacer
nuestras vidas...
Ella
volvió a sentarse, maquinando ya una venganza.
El
autobus llegó al terminal y ambos se bajaron.
El hombre llamó a un taxi que pasaba. Marta le sonreía entre lágrimas.
-¡
Gracias querida por perdonarme! ¡ Verás que todo será diferente ahora!
Marta
dio una dirección en un barrio que no conocía.
-En
esa casa vivo yo...
-¡
Mañana vendré a buscarte, mi amor!
-¡
Ven a las seis! ¡ Te estaré esperando!
Cuando
él dobló la esquina, ella se encaminó a un paradero de buses y tomó el que la
llevaría a su barrio, al otro extremo de la
ciudad.
Esa
noche no necesito tomar un somnífero.
-¡
Malditos hombres!- murmuró antes de dormirse.
OOOOH que disgusto se llevara, cuando vaya, y no encuentre nada
ResponderEliminarun abrazo
Me parece que es bueno dormirse sin nada que reprocharse
ResponderEliminarme imagino que el pobrecillo seguirá buscando...