El
profesor Coppelius estaba satisfecho. Más que satisfecho, eufórico. ¡ Por fin había logrado construir un robot
tan perfecto que en casi nada se diferenciaba del ser humano!
Su
cuerpo cumplía los cánones de belleza de una escultura griega. En un cráneo de
proporciones armoniosas había instalado unos circuitos electrónicos que
generaban pensamientos sencillos. Y para
hacerlo completo, en mitad del pecho llevaba una válvula que latía como un
corazón.
Lo contempló con orgullo y el robot le
devolvió la mirada con unos ojos brillantes de inteligencia.
-Te
llamaré Igor- dijo Coppelius.
-Te
agradezco la vida que me has dado- respondió él.
Por
un momento, el científico sintió que era Dios y que bien podría haberlo llamado
Adán.
Pero
no se atrevió a llegar tan lejos en su soberbia.
Llevaba
meses en que apenas había salido del laboratorio. ¡ Pero había valido la
pena! Su invento lo cubriría de gloria y
sería famoso en el mundo entero...
Abrió
la puerta y vio a su mujer rondando por ahí con mirada interrogante.
- ¡Laura!
Te he dicho que no te acerques a mi lugar de trabajo. Aquí hay elementos
peligrosos que podrían hacerte daño.
- ¡Es que me aburro sola!- se quejó ella con
acento infantil- Apenas sales de ahí...Y quiero ver lo que haces. ¿ No me lo
puedes mostrar?
- No
insistas, Laura. Bien sabes que no tienes conocimientos científicos que te
permitan comprender mi trabajo. Pero, te prometo que a su debido tiempo, lo
verás.
Ella
hizo un mohín de despecho y se alejó sin responderle.
En el
trascurso de los días, el doctor Coppelius le iba agregando más circuitos
electrónicos a su robot. No solo hablaba
sino que respondía preguntas elementales con total acierto. Además, los últimos ajustes que le había hecho parecían haberlo dotado de
ciertas emociones.
Lo
empezó a notar inquieto y distraído. No respondía cuando le hablaba y parecía
resentido por algo.
-¿ Qué tienes, Igor? ¿ Qué te hace falta? ¿ Necesitas que recargue tus baterías?
El
robot lo miró contrariado.
-Allá
afuera están floreciendo los árboles y
el cielo se ha puesto muy azul y brillante...
-Es
que está llegando la Primavera, Igor.
-En
mi cerebro ya está incorporado el concepto de cambio estacional- le respondió
Igor, fríamente.
- Y ¿
entonces?
-Entonces,
nada....
El
robot apartó la vista con impaciencia y
clavó sus ojos en el vidrio de la ventana.
Un
pajarito trinaba entre unos arbustos.
Al
salir del laboratorio, el científico volvió a ver a Laura cerca de la puerta.
Pero ella estaba quitándole el polvo a los libros de la biblioteca y le sonrió
con inocencia. Esta vez no le insistió que le mostrara su trabajo.
Coppelius
escondía la llave en un lugar en que estaba seguro que a Laura no se le
ocurriría buscarla.
-¡
Después de todo, no es muy ocurrente, la pobrecita!- suspiró con ternura.
Por
un momento se detuvo a pensar en ella, cosa que no hacía muy a menudo y le
pareció que la hallaba diferente. Ya no se quejaba de sus ausencias constantes
en el comedor ni en el dormitorio. Y cuando él salía a dictar sus clases en la
Universidad le daba un beso distraído y ya no lo urgía para que volviera
temprano.
A
menudo estaba pegada a los cristales de la ventana, siguiendo el vuelo de los
pájaros entre los árboles florecidos.
-¡Otra
que anda conmocionada con la llegada de la Primavera!- observó Coppelius con
una sonrisa burlona y siguió su camino sin mirar atrás.
Le
llegó una invitación para dictar una conferencia en una Universidad
extranjera.
Pensó
exponer allí sus avances en el campo de la robótica. Preparar el terreno para la llegada del día
en que les mostraría a todos su prodigioso invento. Igor, el humanoide más
perfecto que se hubiera construido jamás. ¡ Quizás se asustarían! Ya rondaba la idea de que en el futuro los
robots se apoderarían de la Tierra...
Partió
ilusionado, recomendando una vez más a Laura que no se acercara al laboratorio.
Ella
no mostró mayor pesar al verlo irse.
- Se
ve que ha madurado-pensó Coppelius- Ya no es la chiquilla insistente que me
abrumaba con sus caricias. Por fin entendió que un científico eminente como yo
no tiene tiempo para perderlo en niñerías.
La
conferencia fue un éxito. Se explayó en
los detalles de sus experimentos pero sin revelar los resultados ya obtenidos.
Preparó la atmósfera para la presentación triunfal de Igor, que vendría más
adelante y que los dejaría atónitos.
Al
llegar a su casa, muy avanzada la noche, vio todo oscuro. Le extrañó no ver ni
una luz en el dormitorio de Laura. Pero su primer pensamiento fue para Igor. ¡
Tenía que verlo!
No
encontró la llave en su escondrijo y aterrado, se precipitó al laboratorio. La
puerta estaba abierta y el robot había desaparecido.
-¡
Entraron a robar! ¡ Dios mío! ¡Se han llevado a Igor! ¿ Qué voy a hacer ahora?
Pensó
que Laura estaría durmiendo y no habría oído nada.
-¡
Estúpida! - gritó y subió corriendo la escalera, enceguecido de rabia.
En el
dormitorio no había nadie. Sobre la mesita de noche distinguió un papel con
unas pocas líneas garabateadas con la letra infantil de Laura.
"
Perdóname, Coppelius. Igor y yo nos hemos enamorado y nos vamos juntos. Adiós"
Abrió
la ventana, desesperado, creyendo que aún podría divisarlos en la calle.
No
vio a nadie , pero el aire tibio de la
Primavera entró a bocanadas en el dormitorio, haciéndolo estremecer.
La "humanidad" de Igor enamoró a Laura y, la frialdad del científico la alejó. Moraleja: Cuando construyas robots no los elabores con los únicos elementos maravillosos del ser humano: su ingenuidad, grandeza y ternura.
ResponderEliminarAbrazos querida Lily.
La raza humana,es lo mas perfecto de la evolución.la ciencia nunca llegara emularla
ResponderEliminarQue imaginativo esto...de robot ya se sabe...de amores robóticos quizás se llegue a eso alguna vez...
ResponderEliminarlo difícil es pasar las barreras.
Estés bien amiga.