Silvia
se sorprendió mucho cuando su mamá la llamó a la oficina para decirle que había
llegado una carta para ella.
-¡
Sí, mi linda! Como en los viejos
tiempos....Una carta con estampilla. Y viene del extranjero.
Silvia
sintió que la cara se le ponía rígida y se alegró de que su mamá no pudiera
verla.
-En
la tarde pasaré a buscarla. ¡ Alguna amiga que se acordó de mí !
Pero
sabía que era carta de Eduardo. Dos años habían pasado, pero supo
inmediatamente que era suya.
Al
anochecer se dirigió a la casa de sus padres. Pensó con amargura en la extraña
coincidencia de que esa carta llegara justo en el mes de los enamorados. No
dejaba de ser una ironía...
Se
quedó un rato conversando con su madre, mientras disimulaba a duras penas su agitación
. Al fin salió de ahí, con la carta en
el fondo de su bolsillo.
Tomó
una calle que conducía al río. Se sentó
en un banco, mirando la corriente. En
vano los últimos destellos del sol trataban de prestarle algo de belleza a la
masa de agua turbia que se alejaba hacia el mar.
No se
decidía a abrir la carta. Tenía miedo. Sentía que ese pasado doloroso que había
creído enterrado se levantaba de entre sus escombros para atormentarla.
Recordó
la noche en que Julio había llegado tarde a la casa y le había informado que
Eduardo partía al extranjero.
En su
voz había un dejo de triunfo amargo mientras escudriñaba la cara de Silvia,
espiando el efecto que le causaba.
Ella
logró mantenerse serena, pero los latidos de su corazón eran tan violentos que
casi sacudían su cuerpo. Le flaqueaban las piernas y se apoyó en la muralla
para no caer.
De
todas formas, la partida de Eduardo no cambió las cosas. Su matrimonio con
Julio estaba acabado y pocos meses después se separaron.
No le
quedó ningún recuerdo dulce de aquella corta aventura. Sólo la vergüenza del
ocultamiento y la mentira. El horror de sus discusiones con Julio, las noches
sin dormir y al final, la partida de Eduardo, como el final de una larga
pesadilla.
Y
ahora esta carta que venía desde España.
La
desdobló, vacilante y se estremeció al reconocer la letra.
"Querida
Silvia:
"¡
Cuanto te sorprenderá saber de mí !
"
Ha pasado tiempo y tú quizás crees que mi vida tomó aquí un rumbo definitivo.
Pero no es así.
"
Venirme a Madrid fue un error. Apartarme
de ti es la mayor equivocación que he cometido en mi vida.
"
Creí que al hacerlo salvaba tu matrimonio y mi amistad con Julio. Pero supe que
te separaste de él al poco tiempo. Le escribí,
pero comprendí por su silencio, que jamás podría perdonarme.
"
Aquí he sido desgraciado. He sufrido muchas decepciones y me abruma la
nostalgia de Chile.
"
Ahora vuelvo, Silvia. Pero quiero creer que tú me estarás esperando. Dime que
No
pudo seguir leyendo.
Estrujó
la carta en su mano y después la rompió en diminutos fragmentos.
Si de
algo estaba segura era de que ya no amaba a Eduardo y la idea de volver a verlo
se le hacía insoportable.
Fue
soltando de a poco los pedacitos de la carta. La brisa que subía desde el río
los arrebató de su mano.
Giraron
un instante y luego volaron sobre el agua oscura que, en veloces giros, los
condujo hasta el mar.
Decisiones que marcan vida...
ResponderEliminarnunca se sabe bien los recovecos del alma femenina...
ni de los giros insondables que se nos presentan al doblar una esquina...
Un febrero sin amor, y un marzo, muchos abriles, no importa el mes o el año, son situaciones que se dan en la vida real, al final se acaba en soledad.
ResponderEliminarAsí es la vida misma, amiga Lilly.
Voy retomando mi ritmo, poco a poco llegaré a todos vosotros, gracias por vuestra paciencia y compañóa.
Un abrazo
Ambar