Hacía
años que Germán había dejado el pueblo para irse a trabajar a la capital.
Pero
en medio del anonimato de las multitudes y el transitar gris por la ciudad de
cemento, le crecía en el alma la nostalgia por volver.
Con
la imaginación recorría de nuevo las callecitas arboladas que conducían a la
plaza. Pero en su corazón, no lo llevaban ahí....Todas convergían hacia la
misma esquina. La de la casa azul, donde vivía Silvia.
Veía
frente a él su carita de niña triste, su frente blanca orlada por un cabello
oscuro. ¿ Por qué nunca se había atrevido a hablarle de lo que sentía? No supo si era timidez o dejación, un "
darle tiempo al tiempo" creyendo que
le traería la ocasión propicia...Pero,
esa nunca llegó y él se fue sin decirle que siempre le había gustado,
que ella había sido su primer y último
amor de adolescencia.
Un
día se decidió a volver.
La
nostalgia del pasado y la ansiedad de verla de nuevo lo empujaron hacia la
estación de trenes.
Llegó
al pueblo un atardecer, cuando las primeras luces de los faroles plateaban la
penumbra, que le pareció azul. Todo era
azul en aquella hora, mientras sus pasos se encaminaban hacia la casa de ella.
Se
insinuaba una niebla de principios de otoño, que desdibujaba los contornos de
las cosas y a Germán le parecía que flotaba en un sueño.
Desde
lejos divisó la casa de Silvia y su corazón se detuvo un segundo, para después
iniciar un palpitar loco. ¿ Viviría ella ahí, todavía?
Vio luz tras los visillos de las ventanas y se envalentonó para tocar. ¡ Esta vez
no podía actuar como un tonto, creyendo que el tiempo le fabricaría una
oportunidad!
En la
puerta apareció la madre de Silvia. La reconoció en seguida, porque estaba
igual que hacía tantos años... La vio muy pálida y temió que la desgracia
hubiera caído sobre la casa.
Pero
la mujer sonrió cuando él le preguntó por Silvia.
-Ha
estado un poco enferma- dijo- ¡Pero se alegrará de verlo! Hace tiempo que no viene nadie...
Lo
condujo a un salón en penumbra, donde una lámpara de sobremesa iluminaba la figura
de Silvia, sentada en un sillón.
¡Tampoco
había cambiado !
No se
levantó al verlo, pero le tendió la mano. ¡ Qué frágil, qué blanca! Germán la notó fría al contacto de sus dedos.
-¡
Silvia! ¡ Qué alegría me da volver a verte!
Parece que el tiempo pasó a nuestro lado sin dañarnos. Tú estás igual
...Y yo siento lo mismo que sentía
entonces.
Conversaron
durante horas. ¡ Tenían tantos recuerdos en común!
Germán
sentía que el amor del pasado volvía a adueñarse de su corazón, cobrando nuevos
bríos.
Cogió
su mano y ella no la retiró. Sin embargo, a él le parecía que su fragilidad
extrema la volvía casi transparente.
En
toda la casa reinaba una atmósfera onírica, como si la niebla del exterior se
filtrara por los intersticios y en ella flotaban todas las cosas, como en un
agua gris.
Apareció
la madre y dijo que ya era tarde, que Silvia tenía que descansar.
-Aún
está débil- dijo- Debe tener cuidado de no recaer...
Germán
salió a la calle y sintió que no podría irse a dormir a un hotel. Todo lo sucedido le parecía un sueño pronto a
desvanecerse y tuvo miedo de que si se alejaba, la perdería otra vez.
Se
sentó en un banco de la plaza, con los ojos clavados en la casa azul. Tras una
de esas ventanas dormía Silvia...Prefirió quedarse ahí, para velar su sueño.
El reloj
de la iglesia dio doce campanadas. En la pileta susurraba el agua, un monólogo
cristalino repetido sin cesar.
Ese
sonido grato lo fue adormeciendo y sin saber como, se quedó profundamente
dormido.
Lo
despertó una mano ruda que lo sacudía por el hombro.
-¡
Despierte, hombre! ¡Los bancos de la
plaza no son camas para venir a dormir !
Vio
que había amanecido hacía rato y que quién le hablaba era un guardia
uniformado.
-¡
Perdone, mi cabo! Me dormí sin darme
cuenta. ¡ Estaba esperando que amaneciera para ver a mi novia otra vez!
-¿ Y donde vive su novia, si puede saberse?
-
¡Ahí mismo ! - señaló Germán- En esa
casa azul de la esquina...
Pero,
al querer señalarla, vio que en ese lugar no había nada. Solo un sitio eriazo
donde deambulaba un perro flaco, escarbando en la basura.
-¿
Está borracho?- lo interpeló el guardia, enojado - La gente que vivía ahí se murió toda y la
casa la demolieron hace años.
Sin
notar la palidez de Germán, volvió a tomarlo por un brazo:
- ¡
Ya, pues! ¡ Muévase, muévase ! Y váyase
luego de aquí si no quiere que lo detenga . ¡ En este pueblo no queremos
vagabundos!
El tiempo pasa y no tiene vuelta atrás. La moraleja del cuento es que debemos expresar el sentir cuando nace no después, porque el tiempo es un verdugo implacable que no perdona.
ResponderEliminarAbrazos Lily querida.
Tu tienes espiritu de poeta.
ResponderEliminarEl viejo fotógrafo te agradece tus entradas a mi blog de fantasias
Saludos desde Andalucia
Triste amiga
ResponderEliminarpor eso uno no se arrepiente de haber cruzado el camino...
aunque haya recibido solo peñascazos de vuelta
...mejor haberlo vivido que no haberlo tenido
que las ilusiones a veces quedan flotando o martillando en lo inútil...
un abrazo!
La lireratura,pero sobretodo la cultura,es el único camino para no caer en las manos de tantos embaucadores
ResponderEliminarAgradecido por tu entrada a mi blog de fantasiasd