La
opinión de las personas difería bastante sobre el tema.
Algunos
decían que nada es casualidad y que " las cosas siempre pasan por
algo."
Otros,
más fríos y cerebrales, afirmaban que el Destino no existe y que todos tenemos
libre albedrío para elegir.
Los
que más se reían de esta afirmación jactanciosa, eran unos hombres vestidos de
oscuro que trabajaban en una oficina de la gran ciudad.
Se
llamaban a sí mismos " Los agentes del Destino".
Algunas
personas intuían su presencia y los llamaban ángeles de la guarda. Aseguraban
que cada ser humano tiene uno, que lo protege de todos los males.
En
cierto modo, no se equivocaban.
Eran
ángeles sin alas, pero su ocupación no era proteger, sino vigilar que cada uno
cumpliera estrictamente con un destino trazado de antemano.
Jaime
estaba en el grupo de los que creen que
" las cosas siempre pasan por algo".
Por
eso, esa tarde, cuando empezó a llover y se refugió en un café porque no
llevaba paraguas, al ver ahí a Elisa, pensó que era cosa del Destino.
A
esas alturas de su vida, estaba bastante desilusionado del amor en general y de
las mujeres en particular. Una chica
llamada Paula le había roto el corazón sin ningún escrúpulo.
Por
culpa de ella se había vuelto cínico y de ahí en adelante, su propósito fue no
volver a enamorarse jamás. Ahora sería él quién mentiría y haría sufrir a la
incauta que cometiera el error de ilusionarse con su persona.
Pero,
la lluvia lo empujó a ese café y a su encuentro con Elisa. Todos sus propósitos
se derrumbaron como un castillo de naipes.
Ella
estaba sola en una mesa, leyendo una novela. A su lado humeaba una taza de
café.
Al
escuchar el ruido de la puerta al abrirse, levantó los ojos con ansiedad, como
si esperara a alguien.
Al
ver a Jaime, una sombra de decepción opacó sus facciones.
Ella ignoraba que minutos antes, un Agente del
Destino se había subido a la vereda en bicicleta y había atropellado al hombre
que ella esperaba, mandándolo al Hospital, con un esguince. La razón era que en
su bitácora figuraba, como orden del día :
Elisa debe conocer a Jaime.
La
orden venía " de arriba", del Director Máximo y aunque nadie lo
conocía, nadie tampoco se habría atrevido a cuestionar sus designios.
Cuando
Jaime vio que ella lo miraba con disgusto, no se amilanó. Decidió esperar en
una mesa vecina para ver si llegaba el acompañante de la chica.
Si no
llega, pensó, estaré más seguro que nunca que todo ésto es cosa del Destino.
Y eso
mismo fue lo que le dijo a ella, cuando un rato después la vio cerrar su
novela, dispuesta a marcharse.
-¡
Por favor! ¡ No te vayas! Acompáñame con un café hasta que pare de
llover. Estoy seguro de que el Destino me trajo hasta aquí, para que te
conociera.
- No
seas iluso. Fue pura casualidad. Sencillamente entraste aquí para no mojarte.
El Destino no existe.
En la
mesa contigua, había un hombre de traje oscuro leyendo el diario de la tarde.
Al escucharla, soltó una risa que disimuló tosiendo.
-¡ Ya
verás, niña!- exclamó en voz baja- ¡ Yo te enseñaré si existe el Destino o no!
Y así
fue como Elisa y Jaime se enamoraron.
Si
fue cosa del Destino o simple casualidad, eso es lo de menos. El Amor no es un
filósofo. Todo lo contrario. Es un cabeza hueca que anda por ahí, trastornando
el mundo.
Pues exista o no, creo que aunque tengamos libre albedrío, para de la linea ya está marcada.
ResponderEliminarY no se te ocurra torcerte, porque de una forma u otra volverás a la senda que te toque andar.
Muy buena reflexión.
Un abrazo jovencita.
Ambar
La foto que tu ccomentas,és la de un botijo detras de una Reja
ResponderEliminarSaludos desde Andalucia
El amor,essa chispa que nos haace ennoblecer,y miramos a esa persona como algo sublime,nos hacer ser más nobles
ResponderEliminarAmiga rscritora,detras deesa puerta,puedes encontrar todo aquello que tu imaginación desea
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