José
llevaba una semana en el Hospital y todavía nadie le decía lo que tenía.
No le
dolía nada, pero estaba decaído y sin fuerzas y las caras enigmáticas de los
médicos no le daban muchas esperanzas de recuperarse.
Al
principio, los compañeros de oficina iban a verlo los Sábados, pero al darse
cuenta de que lo de José iba para largo, fueron desapareciendo de a poco y lo
dejaron solo.
La
enfermera le ofreció llamar a su mamá pero él se negó ofuscado. Se había ido de la casa proclamando su
independencia y ahora, el orgullo le impedía dar marcha atrás. Prefería seguir
solo, en esos días interminables, con tal de reafirmar su calidad de adulto
autovalente....
Pero,
se empezó a preocupar de veras cuando llegó a visitarlo gente que no conocía y
siempre fuera de las horas programadas.
Para
colmo, nadie más parecía verlos. Los médicos y las enfermeras pasaban a través de ellos como si fueran tan incorpóreos como un jirón
de niebla.
La
primera persona que llegó a visitarlo fue
una señora gordita vestida de gris. Llevaba uno de esos sombreros con velo que
se usaban en los años cuarenta.
Parecía
un poco sofocada y se dejó caer en una silla con alivio.
-¡
Ay! -suspiró- ¡ Estoy realmente agotada
! Esos que dicen: "Ahora descansa en paz ", realmente
no saben de lo que están hablando.
José
la miró aturdido, sin saber qué contestar y dudando de si estaba despierto.
Entró
la enfermera a darle un sedante y pareció no ver a la gorda que asesaba y se
abanicaba con un pañuelo.
A
José se le pusieron los pelos de punta y un frío glacial le atravesó todo el
cuerpo. Estaba claro que solo él la
veía...¿ Sería la Muerte que venía a buscarlo?
-Mire,
joven- le dijo ella, como si adivinara sus aterradoras sospechas y quisiera
tranquilizarlo- Ando apurada. Sólo vine
a traerle ésto.
Y le
alargó un librito de tapas grises.
-Es
el " Manual de convivencia para el más allá". La gente llega al Otro Mundo sin ninguna
preparación . Alborotan con sus quejas y
se empecinan en asustar a los vivos con apariciones ectoplásmaticas... La mayoría
de nosotros lo único que queremos es paz.
Echó
una mirada de soslayo al informe médico que colgaba a los pies de la cama de
José y lo que leyó ahí pareció darle motivos para aconsejarlo:
-
Vaya memorizando las reglas de convivencia. Es posible que llegue a
necesitarlas.
José,
aterrado, creyó desmayarse. Cuando reaccionó, la gordita ya no estaba. No supo
si se había ido por el pasillo o se había desvanecido en el aire.
Metió
el Manual bajo la almohada y se sumió en sus tristes reflexiones. Al fin,
agobiado por la pesadumbre, se durmió.
Al
despertar, buscó el siniestro librito entre las sábanas y no lo halló por
ninguna parte. ¡ Qué alivio !-pensó-
¡Después de todo fue un mal sueño!
Poco
le duró la tranquilidad, porque días después recibió otra visita todavía más
lúgubre.
Era
un hombre alto, con terno y corbata. Tan flaco que los huesos de los pómulos
parecían querer salirse a través de la piel.
Al
ver la cara de espanto de José, le sonrió con tristeza.
- No
se asuste, amigo. Vine a acompañarlo un ratito, para que no se le haga tan
larga la tarde.
Se
quedó absorto mirando caer la lluvia tras la ventana.
-Allá
también llueve-dijo, de repente- No es tan distinto de acá. Solo que hay más
gente con quién conversar. Ya nadie anda apurado, como aquí. Es un alivio que
el tiempo ya no exista...
Como
José no le contestaba, continuó su monólogo sin inmutarse.
-Me
da gusto venir al Hospital de vez en cuando. Siempre me encuentro con alguien
que ya está haciendo su maleta para viajar, por decirlo de algún modo....Y me
da gusto saber que en poco tiempo lo voy a estar recibiendo allá, para darle la
bienvenida.
José
lo miró con rabia:
-¡
Pero es que yo no tengo ganas de irme todavía!
-No
se preocupe, amigo. De a poco las irá teniendo. La Muerte no anda a tirones con
la gente. Llega suavecito, cuando ya uno está cansado de tanto dolor y tanta
lucha. ¿ Y sabe qué es lo mejor? Que
siempre tiene la cara de la mamá de uno...Dan ganas de irse con ella. ¿ Quién
no va a querer irse a dormir al regazo de su mamá?
Empezaba
a anochecer y se encendieron las luces. José se distrajo un segundo y cuando se
volvió a mirarlo, el hombre se había ido.
Pasaron
varios días en que no recibió ninguna visita. Ya estaba empezando a tranquilizarse,
cuando una tarde al abrir los ojos después de una siesta, vio a su mamá sentada
a su lado, mirándolo.
-¿ Ya
llegó mi hora?-preguntó aterrado- ¿ Eres la Muerte que viene a llevarme?
-¡ Mi
hijito! ¿ Qué dices?
-¡ No
me lleves todavía, por favor!- ¡ Socorro!
¡ Yo quiero a mi mamá !
-Pero,
si estoy aquí, José. ¿ No me estás viendo, acaso?
Cayó
sobre la almohada y la miró con fijeza. Al fin se convenció de que era su
madre.
-¿
Cómo supiste que yo estaba aquí?
-
Aunque tú se lo prohibiste, la enfermera
me llamó para avisarme. ¡ Los médicos te dieron de alta y he venido a
buscarte para que nos vayamos a la casa!
Ufff, me has tenido intrigada todo el tiempo, se ira se quedará.
ResponderEliminarEsta es una historia con feliz final.
El pobre lo debio de pasar mal.
Un abrazo.
Ambar
Bonita historia,en ella se refleja a parte de los humanos. Saludos desde JEREZ
ResponderEliminar¡Qué alivio!, pobre José, estuvo cerquita....Abrazos querida Lily.
ResponderEliminarLa soledad y el temor a lo desconocido,es mucho más preocupante
ResponderEliminarSaludos
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ResponderEliminarDice María Teresa González : Acabo de leer tu magnífico cuento. ¡ es como para imaginar a esos seres inquietantes que recorren los Hospitales. A mi no me tocó ver ninguno cuando estuve enferma ¡ Menos mal!
ResponderEliminarBueno
ResponderEliminarme gustó mucho y es tragicómico para mi...
como sea este fue afortunado...al menos nadie le contará cuentos
él ya sabe como funciona las cosas...
los hospitales nunc ame han gustado...menos ese olor...
pero nadie esta libre de estar en ellos.
besos!