Mi
mamá se lo pasaba leyendo novelas, me imagino, como un escape de una vida que
se había empeñado en traicionarla.
Mi
papá, en cambio, no leía, pero era cinéfilo.
Cuando
yo nací, ella quiso que me llamara Marianela, como la heroína de Perez Galdós.
El se
opuso, porque en ese tiempo estaba
encandilado por una actriz de cine llamada Lillian Guisch.
Triunfó
la extravagancia cinematográfica y me encontré caminando por el mundo precedida
de ese hermoso nombre, que en inglés creo que significa Lirio. De más está
decir que me encantaba llamarme así.
Vivíamos
en un pueblo chico, donde llevar un nombre inglés entre tantas Cármenes y
Normas, resultaba bastante exótico, así es que, para evitar burlas,
preferí hacerme llamar María, que era el segundo nombre que el cura me había
impuesto.
Vivíamos
en una casa grande con una quinta más grande aún. En ella crecían manzanos y un
naranjo de frutas agrias. Creo que mi
madre usaba su jugo para echárselo en las heridas que mi padre le infería con sus
veleidades. Porque era hosca y malhumorada, como una gata atrapada en una pelea
de tejado, que luego se tiende en un rincón, a lamerse las desgarraduras del
combate.
Mi
padre, que de joven había sufrido un desmesurado complejo de Edipo, no podía
amar a ninguna mujer, así es que había decidido amarlas a todas.
Se lo
veía poco por casa. Del trabajo pasaba a cambiarse ropa y a perfumarse, para
volver a salir en busca del plato de carne correspondiente al menú del día.
Era
bajito y buenmozo y yo lo amaba con locura. Cuando niña, entraba a su
dormitorio a mirarlo perfumarse, mientras él tarareaba un tango de Gardel. Mi
corazón parecía derretirse, derramando la miel de mi adoración no correspondida
y dejando todo mi mundo pegajoso.
Porque
yo lo amaba a distancia, sin que él me mirara más de una vez cada tres días. Y
entre una madre hosca y un padre
alegremente cínico, lo prefería mil veces a él.
Mi
madre, refugiada en la cocina, parecía solazarse en oscuras fantasías
relacionadas con el cuchillo de degollar los pollos.
En el
pueblo se conocían todas las aventuras de mi padre y llegaban hasta mis
hermanas y yo, en forma de susurros malintencionados. Incluso lográbamos saber
en qué casa entraba cada tarde, para satisfacer a la gata hambrienta que lo
esperaba en el umbral.
Cuando
crecí y salí del colegio, usé con orgullo mi hermoso nombre y más de alguna vez
seduje con él a algún romántico poco avispado.
Era
bajita como mi padre y había heredado de él ese singular encanto que nos hacía
ser a los dos como ampolletas encandiladoras de polillas.
Como
había amado tanto a mi padre infiel, también había desarrollado un desmesurado
complejo de Electra y no podía amar a ningún hombre. Por eso, como él, decidí
amarlos a todos, o por lo menos a la mayor cantidad posible, ya que los
convencionalismos sociales frenan los impulsos de la mujer. Por lo menos, en
ese tiempo lo hacían.
Y esa
es mi historia.
Tuve
un nombre lindo y una vida fea. Porque no es grato querer amar y no poder. Ir
por el mundo chamuscando las alas de las polillas sin poder compadecerse de
ninguna. Y lo peor, ver que con el tiempo el fulgor de la ampolleta disminuye y
la asiduidad de las polillas también.
Y
terminar así, viviendo en un mundo solitario y frío, donde sólo queda el
consuelo de llamarse con un nombre de flor.
Aunque no la rodee a una ningún jardín sino, más bien, un páramo
desierto.
De complejos y aprendizajes de nuestros padres, somos lo que somos en la actualidad. Es curioso; pero la imagen que nos regalan nuestros progenitores es tan fuerte que algo o mucho queda en nuestro inconsciente.
ResponderEliminarMuy buen relato querida Lily.
Abrazos.
Me ha emocionado leerte
ResponderEliminarComplejo de edipo que muchos hombres llevan
de una inseguridad con su propio Ego
escribes, lindo dulce hermoso querida te felicito
te mando un abrazo inmenso escritora
ResponderEliminarte mando un abrazo inmenso escritora
ResponderEliminarMe ha emocionado leerte
ResponderEliminarComplejo de edipo que muchos hombres llevan
de una inseguridad con su propio Ego
escribes, lindo dulce hermoso querida te felicito
Sus egos más inflados que aquella luna no les permitió decir lo que sus miradas gritaban. Y él en lugar de decir “Quédate!” dijo “buen viaje” y ella en lugar de decir “llévame contigo” le respondió “para ti también”.
ResponderEliminarAhora por tontos, temerosos y convencionales… los extraños se extrañan cada noche, cada noche de amor insomne.
Ya decía......... Amaos los unos a los otros. En aquellos tiempos aún no se decía los unos/as a las otras/os
ResponderEliminarmanolo
hola amiga
ResponderEliminarcrecimos a la vera de nuestros padres , nuestras madres
y nos marcan a fuego el silencio o el grito más feroz...
pero al fin quienes tomamos nuestras propias decisiones seremos siempre
uno mismo...y solo nosotras sabremos validarnos en ese camino de vida...
bsss