(En
el Día de la Madre )
Cuando
Elena tuvo su primer hijo, pasó por momentos difíciles y el médico le aconsejó
que no quedara encinta de nuevo.
Pero
ella deseaba con ansias tener una niñita y al cabo de tres años, desoyó a
conciencia los consejos del médico.
Su
júbilo fue inmenso cuando a través de una ecografía, se comprobó que esperaba
una niña.
Su
esposo, Mario, estaba feliz también y de común acuerdo decidieron llamarla
Elena.
- ¡
Ahora tendré mis dos Elenas de Troya!- exclamaba él- Y lo bueno es que no he
tenido que robarte a ningún rey ni provocar una guerra para tenerlas a
ambas. ¡ Seguro que Elenita será tan
linda como tú!
Faltaban
tres semanas para la fecha del parto cuando Elena se sintió mal. Un intenso
dolor le arrancó un grito. Y luego otro y otro más.
Nunca
supo cuando la llevaron de urgencia a la sala de partos. La rodeaban médicos y enfermeras,
intercambiando miradas de aflicción.
Hasta
que el silencio tenso se interrumpió con el llanto de la recién nacida.
Elena,
medio inconsciente, suspiró:
-¡
Gracias a Dios, todo ha salido bien!
Luego
sintió que una gran lasitud la invadía. El médico dio una orden y le aplicaron
oxígeno.
Hubo
carreras. Voces alteradas:
-¡Doctor,
la perdemos!
Elena
se sintió de pronto muy liviana. Fue como si hubiera cortado unas ataduras y se
elevara en el aire.
Desde
arriba, vio como los médicos luchaban en vano sobre su cuerpo inmóvil.
Ella
flotaba y no era más que un suave fulgor azul que se diluía en el espacio.
Vio a
lo lejos una luz y quiso volar hacia ella. Le pareció que desde lejos alguien
la llamaba.
De
pronto, el grito de una enfermera:
-¡
Doctor! La niña...¡ Mírela! Ya no respira.
Desde
la altura, Elena vio que el cuerpecito de su hija se iba quedando inmóvil y sin
color.
Desoyó
la dulce voz que la llamaba. Rompió el hechizo que la arrastraba hacia la luz y
se precipitó de nuevo a la tierra.
Bajó
hasta su hijita y penetró en su cuerpo, como un rayo.
La
niña se movió y gimió. Sus mejillas se colorearon.
-¡
Falsa alarma, Doctor! Ya vuelve...Su
respiración es normal.
Ajeno
a todo, Mario lloraba aferrado al cuerpo sin vida de Elena.
Lloraba
su muerte sin saber que ella seguía ahí.
Y que
era su alma la que brillaba en las pupilas de su hija.
un amor infinito
ResponderEliminarque vive eterno en un corazón lleno de fuerza y de vida
que ella no más conocerá en un momento
pero luego si acaso un sueño sea....
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gracias por pasar a mis escritos...decir que el poema último es solo un trabajo de poesía de años atrás....que es lo mismo
pues el amor siempre vive en uno y eso es
lo que más importa...
felicitaciones por lo tuyo
un gran abrazo!!