El
aviso decía " Se arrienda dormitorio con baño a estudiante o persona sola
que trabaje fuera".
A
Lidia le pareció que le había caído simpática a la dueña, porque se mostró
convencida de aceptarla de inmediato.
-¡ Me
llamo Amelina ! Pero, dígame Meli, como
lo hacen todos.
Lidia
volvía del trabajo a las siete, complacida al pensar que la esperaba su
dormitorio acogedor.
A
menudo, Amelina la llamaba desde el comedor para que pasara a tomar una taza de
café con ella. Le pesaba la soledad y le
contaba cosas de su hijo, a quien veía muy poco.
A
Lidia no le gustaba hablar de su vida, pero no supo como se encontró contándole
que se había separado hacía un año.
De
todos modos, la herida estaba cerrada. La rabia había sido la mejor sutura para
frenar la hemorragia de su corazón. Le había quedado una fea cicatriz que a
veces le ardía, todavía...
Pero
ya podía hablar de ello con serenidad.
Semanas
después, la dueña de la casa le avisó que llegaba un nuevo pensionista. Un
joven universitario, recomendado por unos amigos.
Recién
lo conoció dos días después.
Entró
en bata a la cocina a prepararse un café y él pelaba una naranja, apoyado sobre
el mesón.
Lidia
se apresuró a cruzarse la bata sobre el pecho, pero él no pareció interesado.
-Andrés-
le dijo, extendiéndole la mano.
-Lidia-
respondió ella, jovial. Y eso fue todo.
Lo
miró a hurtadillas cuando salía y le pareció buenmozo. Pero, no tendría mucho
más de veinte años.
-Olor
a leche- pensó, despectiva.
Pero
con el paso de los días, se vio que la presencia de Andrés había revolucionado
el departamento. Sus entradas y salidas tenían inquieta a Lidia, que se
sorprendía poniendo oído atento al ruido de la mampara.
Amelina
le había tomado cariño porque le recordaba a su hijo ausente. Lidia, que no
había tenido hijos, trataba de convencerse que lo suyo también era ternura
maternal...
Un
día lo vio leyendo "El guardián en el centeno" y eso le dio la
oportunidad de entablar conversación. Se apresuró a ofrecerle " Nueve
cuentos" y notó que él la miraba con otros ojos. ¡ Te diste cuenta de que después de todo no
soy una vieja ! le dieron ganas de
decirle con ironía, no excenta de amargura.
Ya en
su dormitorio borró de su cara la sonrisa que la hacía ver más joven y notó que
automáticamente quedaba al descubierto su edad. El espejo traidor la sorprendía sin artificios y se apresuraba
a revelarle su secreto mejor guardado. Su reflejo era como un agua oscura en la
cual su juventud se había ahogado hacía tiempo , sin dar un grito...
Andrés
se ausentó una semana. Había ido a la playa con unos compañeros de Universidad.
Al
regreso, había quedado de pasar por la pieza de Lidia a buscar el libro que
ella le había ofrecido.
Lo
escuchó llegar y se apresuró a poner, como al descuido, sobre la mesa, unas
tazas para café. Sobre el velador, una
caja de bombones desocupada a medias...
Pero,
él no se presentó. Lo escuchó pasar directo a su dormitorio y cerrar la puerta
con estrépito.
Al
otro día, apenas la saludó en la cocina. Se veía cabizbajo y se bebió su café
con la mirada perdida.
Era
evidente que algo desagradable le había pasado en su viaje a la playa.
Lidia
le recordó el libro de Salinger y él sonrió sin entusiasmo. Pero esa noche fue
a buscarlo.
Lidia
enchufó el hervidor y lo invitó a
sentarse en el sofá. Puso la taza de café entre sus manos y ella se sentó
frente a él, en el borde de la cama.
-Te veo desanimado desde que llegaste. ¿ No lo
pasaste bien con tus amigos?
El no
la miraba, pero de repente empezó a hablar a borbotones.
-Eramos
los tres, Alicia, Pablo y yo. Siempre estudiábamos juntos. A Pablo y a mí nos
gustaba molestarla y hacerla rabiar, pero lo pasábamos bien y nos reíamos
mucho.
-En
unas rocas, Pablo se torció el tobillo y se le empezó a hinchar de inmediato.
Lo hice que pusiera su brazo al rededor de mi cuello y lo llevé casi en vilo
hasta la cabaña.
-Esa
noche lo pasó mal. Se quejaba mucho y varias veces me levanté a darle agua y a
secarle el sudor.
-Al
otro día, Alicia se fue a la playa temprano y yo me encargué de cuidarlo
durante el día. - Como jugando, le di el almuerzo en la boca y me quedé toda la
tarde leyéndole.
-Alicia
volvió de noche y ni siquiera pasó a
saludarnos. Pero no me importó. Me sentía tan contento...Habíamos reído y
bromeado y a Pablo de a poco se le había ido olvidando el dolor.
-Quise
ir a desearle las buenas noches y preguntarle si quería que lo acompañara otro
rato.
-Desde
adentro de su dormitorio me llegaron susurros y risas contenidas. Entré sin
golpear y lo vi en la cama con Alicia.
-Llegué
a mi pieza aturdido. No sabía lo que hacía. Un odio terrible contra ella me
apretaba el pecho. Sin saber como, me encontré llorando. Esa noche no pude
dormir.
-Al
otro día madrugué y me vine a Santiago. Pero no puedo olvidar la escena y el
odio contra Alicia me atormenta sin cesar....
Terminó
de hablar y la miró cohibido.
Lidia
le sonrió con ternura. Y aunque su corazón se debatía entre el dolor y los
celos, puso su mano sobre la de Andrés.
-No,
Andrés, te equivocas. Tú no la odias. Tú
la amas y lo descubriste recién esa noche, al verla con Pablo...
Andrés
se levantó del sillón y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se volvió a
mirarla con desprecio.
-¡ Se
ve que no entiendes nada! Yo la odio porque
me separó de él.
Me gustó mucho este cuento y disfruté su inesperado final, aunque ya lo intuía...
ResponderEliminarDice María Teresa González.
En realidad, María Teresa, me sentí un poco cohibida al escribir este final. pero espero no haber ofendido ni apenado a nadie.
ResponderEliminarYo intuia el final, pero el dolor de los celos debe de ser tremendo.
ResponderEliminarun abrazo
Tu labor como escritora está por encima de pequeñeces retrógradas. Siempre debe prevalecer en la escritura, la imagen pre concebida en el pensamiento creativo antes que el miedo de pensar si causamos resquemores o desazones en los lectores. Nunca se debe olvidar que no escribimos lo que creemos justo o adecuado, se escribe lo que nos nace del imaginario colectivo.
ResponderEliminarAbrazos Lilly, como siempre me gustó.
Gracias, Tati, por tu comprensión y tu apoyo.
ResponderEliminarLos finales son como la vida, impredecibles, a veces los intuyes, otras lo tienes muy claro y otros te sorprenden creo que lo importante es contar bien, de manera persuasiva que te apetezca llegar al fin y con este relato lo has conseguido.
ResponderEliminarSaludos desde Tenerife y ha sido un placer encontrarte.
Los finales son como la vida, impredecibles, a veces los intuyes, otras lo tienes muy claro y otros te sorprenden creo que lo importante es contar bien, de manera persuasiva que te apetezca llegar al fin y con este relato lo has conseguido.
ResponderEliminarSaludos desde Tenerife y ha sido un placer encontrarte.
hola amiga
ResponderEliminarun cuento lleno de verdad ...es algo que está sucediendo mas que seguido
es la vida...y a esta nadie se puede negar aunque sea algo muy diferente a lo que uno quisiera...
un abrazo!