Silvia
había muerto.
Tuvo
que convencerse de ello, cuando vio a Marcos y a sus padres llorando junto a su
ataúd abierto.
Y se
vio a sí misma yaciendo ahí, embellecida por la Muerte.
¡
Pero ella no quería morir!
Quiso
rebelarse ante la traición que le había hecho la Vida. ¡ Su enfermedad había
sido muy corta y nunca perdió la
esperanza de que se iba a mejorar !
Sintió
que su alma cortaba los últimos hilos que la ataban a la tierra.
Llegó
al Cielo después de atravesar un espacio azul, centelleante de estrellas. No era la única. Otros caminaban a su lado, en silencio,
aturdidos como ella, sin poder aceptar que la Vida estaba ahora en otra parte.
Todo
el tiempo, mientras caminaba, Silvia veía ante sí el rostro amado de Marcos y
lágrimas muy amargas empañaban sus ojos.
Al
llegar a su destino, un ángel la recibió con una sonrisa de bienvenida y
ató a sus hombros un par de alas
blancas.
Pero,
Silvia no hacía más que llorar. Sentada en una nube, lloraba tan copiosamente
que empezó a llover sobre la ciudad.
Transcurrió
un tiempo que en la tierra fue un año y en el Cielo, sólo un suspiro de la
Eternidad.
El ángel se acercó a Silvia, compadecido.
-¿
Aún persistes en tu tristeza? ¿ No sabes
que aquí todos son felices?
- ¡Es
que echo mucho de menos a mi esposo!
¡Apenas dos años alcancé a vivir a su lado! Mi amor ha quedado intacto. Como la miel que
amenaza desbordarse de un jarro, así mi amor llena mi corazón causándome dolor.
Marcos me amaba también y sé que me necesita...
¡Déjame volver, te lo ruego!
El
ángel la miró, pensativo. Sin decir palabra, desató las alas de sus hombros y
se alejó sin mirar atrás.
En
ese mismo instante, Silvia se encontró en una estación del Metro.
Se
miró en un espejo que había en el muro y vio que estaba sana y viva otra vez.
Nada
había cambiado en ella, sólo un delicado resplandor azul titilaba sobre su
frente. Era polvo del Cielo que había traído adherido a su cabello sin darse cuenta.
De
inmediato se dirigió a su casa. Corría
empujada por la fuerza de su amor.
Le faltaban
pocos metros para llegar, cuando vio
abrirse la puerta y salir a Marcos, de la mano de otra mujer.
Se
parecía tanto a ella, que Silvia al principio creyó ver visiones. El parecido era aún mayor porque la extraña
vestía su propia ropa.
Marcos
le susurraba al oído y ella se reía,
satisfecha.
Silvia
se escondió tras un árbol y los vio pasar, anonadada. Un dolor caliente y
salobre subió por su garganta y lloró amargamente, apoyada en el tronco.
¡ Qué
poco se había demorado en reemplazarla!
Cuando
la pareja se alejó, Silvia entró a la que había sido su casa. Sin sorpresa,
había notado que llevaba las llaves en el bolsillo de su abrigo.
Nada
había cambiado. En el closet del
dormitorio, donde aún estaba su ropa, un perfume distinto impregnaba los
vestidos, volviéndolos ajenos.
Con
paso lento se dirigió a la estación del Metro. Era el único lugar al que se le
ocurrió ir, porque ya no sabía qué hacer con su vida recuperada.
En un
banco vio a un hombre que se cubría la cara con las manos. Un suave resplandor
azul refulgía entre sus cabellos.
Silvia
comprendió que era otro que había vuelto a la tierra y que si lloraba, era
porque había descubierto también que ya nadie lo echaba de menos.
Silvia
se sentó a su lado y puso una mano sobre su hombro.
En
ese momento, el hombre levantó la cabeza y ambos vieron a un anciano que se
acercaba, arrastrando los pies. El también tenía polvo azul en sus cabellos blancos.
-¿ A
ti también te fue mal ?- le preguntó Silvia con tristeza.
El
anciano se dejó caer en el banco y suspiró:
-¡
Qué poco les cuesta olvidarnos! Somos
nosotros y no ellos los que sufrimos la ausencia...
Los
tres se miraron, agobiados por su fracaso.
-¿
Qué vamos a hacer? ¿ Creen que el ángel
nos acepte de nuevo?
-Para
eso, tenemos que volver a morir...
Dejaron
la estación y se encaminaron al río. El agua corría turbulenta.
Se
tomaron de las manos y se hundieron en la corriente. Las olas los atraparon en
un abrazo frío y los sumergieron con rapidez.
Por
un instante, sobre la superficie flotó el cabello de Silvia, impreganado de una
suave luz azul. Luego desapareció.
La verdadera muerte es el olvido. Es el paso del tiempo y sentir que todo nunca sucedió o fue extraviado.
ResponderEliminarAbrazos Lily.
no pienso en la muerte
ResponderEliminarme llena de pena
tu texto hermoso
no pienso en la muerte
ResponderEliminarme llena de pena
tu texto hermoso