Yo
soy la Yenifer y les voy a contar lo que me pasó, para que ustedes opinen
después.
Pero,
antes quiero que sepan que ese refrán que dice: " El dinero habla",
es la pura y santa verdad.
Por
lo menos yo, cada vez que abría mi chauchera, oía una voz que me decía:
- No
te alcanza.
Y las
monedas, al entrechocar unas con otras, parecía que se reían de mi.
Sí,
el dinero habla. Pero lo que susurra en los oídos son puros malos consejos.
" Sácale plata de la cartera a la señora". " Revisa los bolsillos del terno del
patrón, a ver si se le quedó algún billete..."
Pero
la que más alimentaba mi insatisfacción monetaria era la Zulema. Como a ella le
sobraba tiempo porque le tocaba la cocina y a mí el aseo en esa casa que
parecía hotel, se lo pasaba mirando revistas de viajes y diciéndome lo
fantástico que sería que nos fuéramos las dos a Cancún o a Buenos Aires. ¡ Nosotras!
Después
se ponía a quejarse de las injusticias de la vida y de la brecha entre ricos y
pobres, que era una frase que le encantaba y que no sé de donde la había
sacado.
Lo
bueno era que pasábamos casi todo el día solas en la casa, hasta las cinco,
cuando llegaba el transporte escolar. Aveces venía a la casa el junior del
patrón, cuando a él se le quedaba algún documento.
Lo
hacíamos pasar a la cocina y le ofrecíamos café. El decía :" No puedo, no
puedo, tengo cosas urgentes que hacer". Pero lo mismo se quedaba tomando
hasta dos tazas y comiéndose las galletas de arroz de la señora.
Se
llamaba Olegario y a mí me gustaba harto. Por eso fue que me dejé convencer tan
fácil. ¡Pero no nos adelantemos a los
acontecimientos! como dicen en la Tele.
No
era feo el Olegario. Siempre de terno y corbata, no tenía nada que envidiarle
al patrón. El pelo un poco duro, es cierto, pero lo más bien que se lo
acomodaba con gel...
Empezó
a venir seguido, y yo, la muy tonta, creía que era por mí.
Un
día nos preguntó si habíamos recibido algún llamado telefónico de esos que
dicen que raptaron al patrón o que se accidentó y que hay que entregar toda la
plata y las joyas.
Le
dijimos que no y el Olegario nos dijo que era bien fácil que él mismo hiciera
el llamado. Conocía a alguien que recibía de todo: joyas, computadores,
máquinas fotográficas y que todo lo pagaba al contado y sin averiguar... Y que
nos iríamos a medias.
Nos
dijo que lo pensáramos con calma, durante unos días.
Las dos con la Zulema nos quedamos como
asustadas, pensando. Era como tener dentro un ratón que te roía sin descanso. Y
la Zulema le echaba carbón a la hoguera, hablando más que nunca de Buenos
Aires, de Cancún y de la brecha entre ricos y pobres...
Al
cabo de una semana, apareció el Olegario. Nos dijo que tenía un taxista amigo
para llevar las cosas, que lo único que faltaba era que nos decidiéramos. Y me
ponía el brazo en la cintura y me respiraba en la oreja.
La
Zulema dijo que bueno, que estaba cansada de contar las monedas y de sufrir la
brecha entre ricos y pobres...
¿
Quieren que les haga corta la historia?
Al
Olegario y al taxista no volvimos a verlos nunca más. Y a nosotras , por más que lloramos y juramos
inocencia, nos despidieron , sin recomendaciones.
Yo pienso es mejor retener a nadie, porque amigos a la fueza mala cosa
ResponderEliminarbesos