( Un cuento feminista)
Arrojaba los días por sobre mi hombro, como un puñado de arena.
Sentada en la orilla de la vida, veía pasar los barcos a lo lejos y vigilaba el agua, por si veía venir alguna botella con mensaje. Quizás en otra playa, al otro lado del mundo, alguien miraba el agua como yo. Pero, no podía saberlo.
Hasta que, de golpe, la Casualidad me hizo la más extraordinaria de las ofertas: Vivir una vida que no era la mía.
¿ Como rechazar aquella aventura, que llegaba sin que la buscara, porque yo nunca había tenido el valor de romper por mí misma la monotonía de mi existencia?
Todo empezó una tarde, arriba de un bus que se iba quedando vacío mientras nos acercábamos al terminal.
Yo iba sentada junto a la ventanilla, mirando los colores del atardecer: violeta, rosado, verde limón..., mientras se iban encendiendo los faroles de las calles.
Era la hora que más me gustaba, porque señalaba el final del día. La angustia se iba apaciguando y el corazón parecía flotar en un agua mansa, que lo mecía con un vaivén de sosiego.
Muchas tardes tomaba el bus y viajaba hasta el terminal. Luego volvía. Rodeada de tantas caras anónimas, me sentía menos sola.Y el paseo era lo suficientemente largo para dejarme en la esquina de mi casa, cuando ya era de noche.
Esa tarde, iba mirando por la ventanilla, como les contaba, cuando sentí que algo me tiraba desde atrás. Era como una fuerza que me obligaba a mirar al interior del bus.
Dos asientos más allá, un hombre me miraba fijamente. Tenía una expresión rara, como alguien que ve a un fantasma y no sabe si salir huyendo, presa de pánico o acercarse y entrar en contacto con el ser querido vuelto desde el Más Allá.
Su lucha pareció cesar de pronto y se levantó del asiento, presa de un violento temblor.
-¡ Celina! -exclamó emocionado- ¡ Celina! ¿ Es posible que seas tú?
No, no es posible, pensé para mis adentros, porque me llamo Marta y es la primera vez que te veo.
Pero guardé silencio y lo miré, expectante.
El se sentó a mi lado y tomó mis manos, mirando con devoción cada dedo, cada trozo de piel.
Quise retirarlas, humillada, porque estaba consciente de que se veían ajadas y ya habían perdido la tersura de la juventud. Pero, él me lo impidió y las apretó contra su pecho, como quién recupera un tesoro perdido hacía mucho tiempo en las profundidades del mar.
-¡ Celina!- repitió- ¡ No sabes cuantos años llevo buscándote! ¡ A cuanta gente le he preguntado por tí! Fui varias veces a tu pueblo y siempre recibía la misma respuesta, que te habías ido y nadie sabía a donde...
Mi cerebro trabajaba intensamente, pero no me decidía a sacarlo de su error. Algo en sus ojos me retenía y por otra parte, lo insólito de la situación me cautivaba.
-¿ Como me reconociste después de tanto tiempo?- le pregunté para sonsacarle algo más.
-Pero ¡ si no has cambiado tanto! - suspiró- ¡Tus ojos son los mismos! Y ya ves, yo también estoy más viejo...
Guardé silencio, en espera de lo que venía y tal vez asaltada por el recuerdo de un viejo desengaño, solté dos lágrimas que lo dejaron consternado.
-¡ Mi amor!- trató de abrazarme y me resistí con furia- ¡ Ya sé que es difícil que puedas perdonarme! Actué como un cobarde. Te dejé sola cuando más me necesitabas. Pero lo he pagado con el dolor de todos estos años y la impotencia de no poder encontrarte para pedirte perdón...
Lo dejé hablar porque al escucharlo, se me iba aclarando la situación. Y la triste historia de Celina empezaba a tomar cuerpo en mi mente.
¡ Así es que la había abandonado y ahora suplicaba que lo perdonara!
¡ Cínico, más que cínico ! -pensé- El daño que le hiciste a ella me lo hiciste también a mí, porque ahora yo soy Celina y te lo voy a hacer pagar...
-¡ Años me lo pasé llorando, sin poder aceptar tu abandono!- le solté de repente, sorprendida de mí misma- Mientras tú te solazabas junto a la otra, yo estaba sola, prisionera de tu amor. Incapáz de pensar en otro que no fueras tú. Perdí mi juventud añorándote y ahora el espejo me devuelve la imagen de una mujer marchita...
Y largué un sollozo desgarrador que lo dejó consternado.
Con rabia arranqué mis manos de la suyas e hice amago de pararme del asiento, pero él me retuvo.
-¡ Celina! ¡ No me dejes ahora que te he encontrado! Estoy tan solo....Mi pasión por esa mujer fue efímera...Y luego, pasé todos estos años buscándote. ¡ Aún es posible rehacer nuestras vidas!
Volví a sentarme y me quedé en silencio, maquinando el desquite.
El me miró esperanzado, seguramente vislumbrando la posibilidad de que lo perdonara. Lo dejé que se engañara.
Alcé la cara y le sonreí debilmente, entre mis lágrimas.
Emocionado, volvió a tomarme las manos y suspiró:
-¡ Gracias, querida! ¡ Gracias por ser tan generosa!
Nos bajamos del bus y llamó a un taxi, para ir a dejarme a mi casa.
Le dí una dirección falsa en ese barrio para mí desconocido. Lo dejé que me acompañara hasta una puerta cualquiera.
-¡ Déjame hasta aquí! - le pedí en un susurro- No quiero darle que hablar a los vecinos...
-¿ Puedo venir a buscarte mañana?
- ¡ Sí! Ven a las seis. Te estaré esperando.
Me aseguré de que se hubiera alejado lo suficiente y me encaminé al paradero de buses, para volver a mi casa.
Ese noche dormí sin necesidad de somníferos. Y al cerrar los ojos en la oscuridad, le sonreí a Celina.
¡ Sentí que juntas nos habíamos desquitado!