Adrian
iba sentado en un vagón del Metro, amodorrado por el calor estival. No se dio
cuenta en qué momento se había sentado a su lado una viejita vestida de luto.
Pero,
luego se espabiló al darse cuenta de que iba llorando. Preocupado al verla tan
afligida, se decidió a hablarle y notándola incómoda con el paquete que llevaba
sobre las rodillas, se ofreció a
llevárselo.
Ella
accedió agradecida.
Al
rato, Adrian volvió a amodorrarse a causa del calor sofocante que había en el
carro y no supo como se quedó profundamente dormido.
Cuando
despertó, a su lado iba sentado un gordo que resoplaba mientras se secaba el
sudor de la frente. De la viejita no había ni luces.
Se había
bajado sin llevarse el paquete.
Adrian
notó que el papel que lo envolvía se había soltado y estupefacto comprobó que
se trataba de una ánfora funeraria.
Llevaba un nombre: Emeterio
Pantoja y una fecha reciente.
Sin
duda, la anciana era su viuda y conmocionada por la pena, se había bajado sin
llevarse las cenizas del difunto.
¿ Qué
hago ahora con ésto? - pensó Adrian, desesperado.
Luego
se serenó al pensar que si iba al cementerio al día siguiente, algún
funcionario lo orientaría sobre qué hacer.
Al llegar
a su casa, puso el ánfora sobre la cómoda y no se acordó más de ella.
Pero,
en plena noche lo despertaron unos suspiros.
Creyó
que había soñado y se quedó con los ojos abiertos en la oscuridad, esperando
que el fenómeno no volviera a repetirse.
Pero,
para su espanto, ahora le llegaron unos gemidos que, sin duda, provenían del
ánfora.
-¡
Sáquenme de aquí! ¡ Saquénme de aquí!
De
más está decir que no pegó un ojo en toda la noche. Afortunadamente, al
amanecer cesaron los suspiros. Probablemente el espíritu de Emeterio se había
quedado dormido, agotado de tanto suspirar y lamentarse.
Al
día siguiente, Adrian se levantó
temprano y se dirigió al Cementerio. Su intención era acudir a la
Administración y librarse ahí del incómodo paquete.
Pero,
a mitad de camino, suspiros lastimeros empezaron a brotar otra vez del interior
del ánfora. Parecía que Emeterio había adivinado en qué lugar se encontraba,
porque los suspiros se convirtieron en gritos de angustia:
-¡ No me dejen aquí! ¡ No quiero estar solo! ¡ Mamá!
Desesperado,
Adrian soltó el paquete sobre la primera lápida que encontró y corrió
despavorido hacia la puerta del cementerio.
Por
el camino tropezó con un jardinero que le dijo burlón:
-¡
Amigo! ¿ Por qué corre tanto? ¡ Cualquiera diría que le penaron las ánimas!
.....
Moraleja: Nunca aceptes llevar un paquete cuando viajes
en Metro.
Hola estimada Lili
ResponderEliminarVAya sustón..yo que a veces viajo en bus a casa y que me pueda tropezar con un caso así...claro que nunca me quedo dormida...
Pero no sería extraño que una cosa así pasara ...
pobre espíritu que sigue buscando respuesta a su muerte
Espero estés muy bien.
Te dije que no venía tan pronto porque estoy en pleno apogeo de inicio año escolar...y suma y sigue...muchas tareas por hacer.
Eliminarcuidate mucho°