Un
día, Federico decidió salir a buscar aquello que la Vida podía ofrecerle.
Salió
a pie, con su vieja mochila colgada a la espalda.
A la
salida del pueblo vio dos caminos. Uno
estaba pavimentado y por él circulaban
numerosos
automóviles . Varias personas transitaban presurosas por los costados de la
vía.
El otro camino era de tierra y se veía
abandonado y solitario. La maleza crecía en los bordes y no había huellas de
neumáticos sobre el polvo.
¿ A
donde conducirá este camino?- se preguntó Federico. No sabía de nadie en el
pueblo que lo hubiera recorrido. Sintió curiosidad y como solo tenía veinte
años y mucho tiempo por delante, se echó a andar por él sin apuro.
Pero,
era muy largo. Cayó la noche y aún seguía caminando sin ver que la senda
desembocara en alguna parte.
Al
amanecer se encontró por fin a la entrada de un pueblo. Al pasar por la plaza, la campana de la
Iglesia empezó a repicar alegremente y a Federico le pareció que le estaba
dando la bienvenida
Mucha
gente pasaba por su lado y todos lo saludaban sonrientes, como si lo conocieran
de toda la vida.
En un
banco vio a un anciano que alimentaba
las palomas con miguitas de pan.
-Señor-
le preguntó cortesmente- ¿ Podría informarme como se llama este pueblo?
-Se
llama Pueblo Feliz.
-¡
Qué nombre tan bonito! - observó Federico- Y ¿ hay alguna razón para que se
llame así?
-Por
supuesto. La razón es que aquí todos son felices. Incluso yo, que soy viejo. En
lugar de sentirme afligido por mis achaques, despierto contento y agradecido
por un día más.
Federico se quedó pensativo. Se preguntaba
como era que nadie de su pueblo había llegado antes allí. Todos tomaban el camino pavimentado pensando
tal vez que el camino de tierra era poco atractivo y no conducía a ningún lugar interesante.
-¿
Para qué seguir andando?- pensó luego- Sería un tonto si me fuera de aquí.
Pero,
con el trascurso del tiempo, empezó a sentirse inquieto. Un desasociego
creciente y un tedio hicieron presa de él.
Aquella serenidad sin alteraciones le parecía monótona. Se dio cuenta de
que allí no estaba la realidad que quería conocer.
Esto
es como un sueño que nunca termina, meditó, pero yo no quiero soñar, yo quiero
vivir.
Tomó
su mochila y se dirigió a la salida del pueblo.
En la
plaza estaba el anciano, como siempre, rodeado de palomas.
-¿
Por qué te vas?- le preguntó al verlo cargando su equipaje.
-Porque
todavía no estoy preparado para ser feliz. Necesito sufrir primero. Cuando haya
conocido el fracaso y la decepción,
recién entonces podré decir que he vivido. Solo se aprecia la felicidad
cuando se ha conocido el sufrimiento.
Pasaron
muchos años antes de que Federico regresara al Pueblo Feliz.
Al
pasar por la plaza, vio el banco vacío. Las palomas merodeaban por los
alrededores, buscando qué comer.
Comprendió que el anciano había muerto.
Se
sentó un momento a descansar, porque le pesaba las piernas. La juventud
hacía tiempo que era solo un recuerdo
para él.
Después
fue a comprar pan y sentado en el mismo banco que el anciano ocupara ,empezó a
desmigarlo lentamente. Las palomas
acudieron en tropel, entrechocando sus alas.
Federico se sintió feliz y a pesar de sus
achaques, agradeció a Dios por un nuevo día que vivir.
Amiga escritora,este relato,es muy bueno en el, quizas hasta este viejo pueda encontrar belleza en el,
ResponderEliminarTus imaginaciones deben de continuar haciendo estos cortos,pero atrayentes relatos
Un aprendizaje muy profundo en el caminante...de todo hemos de vivir para saborear mejor el camino de la vida y al final tener la victoria...
ResponderEliminarGracias, estés muy bien.