José
se levantó una mañana y vio que la ciudad estaba vacía. En las calles, los autos permanecían
detenidos con el motor en marcha, mientras los semáforos les daban inútilmente
sus luces verdes.
Las
puertas de las casas estaban abiertas, pero nadie salía a caminar por las
veredas.
Un
silencio nuevo y desconocido se había adueñado de la ciudad. Solo los pájaros continuaban cantando en los
árboles, porque la ausencia de los humanos les era indiferente.
-¡Se
fueron todos!- exclamó José- ¿ Habrá habido una alarma de ataque nuclear
durante la noche y nadie me avisó?
Caminó
todo el día por las calles desiertas. Le
dio hambre y sacó una caja de leche del anaquel de un supermercado. No había
nadie que le cobrara, así es que dejó un billete sobre el mostrador vacío.
Una
semana después, para entretener en algo su soledad, decidió limpiar las
calles. Se pondrán contentos si
encuentran todo limpio cuando vuelvan,
imaginó, complacido.
Partió
recogiendo los papeles y las colillas de cigarro. La ciudad no era muy grande,
así es que al cabo de dos meses, había logrado eliminar la basura. También
había barrido las veredas y regado los jardines, y todo lucía limpio y brillante bajo los
rayos del sol.
Pero nadie volvía. Así es que decidió salir a
buscarlos.
Atravesó
muchas ciudades en las cuales encontró la misma aterradora soledad. Solo se
veían algunos perros que vagaban gimiendo, en busca de sus dueños.
Comprendió
que las cosas eran más graves de lo que había creído y decidió conducir hasta
la Capital. Allí seguro habría alguien que pudiera darle una
respuesta.
Entró
al Palacio de Gobierno, que era una gran casa blanca, con una fachada adornada
con columnas.
Sus
pasos resonaban lúgubres en los corredores vacíos.
En
una habitación donde las cortinas permanecían echadas, vio a alguien sentado en
la penumbra. Estaba encorvado y se
sostenía la cabeza entre las manos.
Al
escuchar un ruido, alzó la vista hacia José.
- ¿
Quién eres?- le preguntó.
-Soy
José. Y supongo que tú serás el Presidente.
Negó
con tristeza.
-En
realidad, soy Dios.
-
Entonces, debes ser el responsable de la desaparición de la humanidad- le
reprochó José, sin cohibirse demasiado.
- Sí
y no. La verdad es que no quería que las cosas resultaran de este modo.
Ante
el silencio interrogante de José, continuó hablando:
-Estaba
enojado y quise castigarlos. Primero pensé en un diluvio, como el de Noé, pero
los tiempos han cambiado. Ahora, los
hombres se salvarían en barcos acorazados y submarinos. Si les mandara una tormenta de fuego, como en
Sodoma, se refugiarían en los bunkers que han construido para protegerse de sus
propias bombas...Dominé mi ira y decidí ser indulgente. Creé un programa
computacional que garantizaría la salvación de todos los hombres generosos.
Eché a andar el programa y me acosté a dormir. Cuando desperté, no quedaba
nadie sobre la tierra.
-¿ Y
yo? - preguntó José.
-Bueno,
me imagino que eras el único hombre generoso que quedaba...
- ¿
Yo, generoso? No creo... Diría que más bien
soy un decepcionado. Hace tiempo que dejó de importarme mi propia vida y empecé
a preocuparme por la vida de los demás.
-Esa
sería una respuesta- sonrió Dios, y su cara ensombrecida se iluminó por un
instante.
-Y
ahora ¿ qué vamos a hacer?- le preguntó
José.
- Yo
no quiero hacer nada. Solo quiero pensar y tratar de entender por qué fracasé
de esta manera.
Volvió
a cogerse la cabeza entre las manos y se sumió en sus amargas reflexiones. José salió en silencio, para no molestarlo.
Al
pasar por un jardín, vio un rosal con un único capullo que ya empezaba a
florecer. Decidió regarlo y cuidarlo hasta que la rosa hubiera abierto por
completo.
-Se
la llevaré a Dios, para aliviar su tristeza, murmuró esperanzado y con una
azada empezó a limpiar la tierra junto a las raíces.
Cuando
la rosa desplegó sus pétalos, era tan bella que José quedó deslumbrado y cerró los ojos.
Cortó
el tallo con delicadeza y se dirigió a la casa de Gobierno.
Encontró
a Dios tendido sobre un sofá de la estancia.
Estaba muerto. Junto a él había una carta dirigida a José.
"
Pérdóname, José, por dejarte solo. Pero no tengo fuerzas para empezar de nuevo
y no quiero seguir lamentado mi fracaso. Como soy Todopoderoso, puedo morir
cuando lo decida, y elijo este
momento".
José
tomó sus manos que colgaban exánimes y las juntó sobre su pecho. Entre sus
dedos sujetó la rosa. Luego salió de puntillas, como si temiera interrumpir el
reposo de Dios.
-Siempre
supe que la vejez es un asunto solitario, pero nunca imaginé que la mía lo
sería tanto.
Se
sentó en un banco del parque. Anochecía
y miles de estrellas parpadeaban en el cielo. Un ruiseñor elevó su trino
melodioso indiferente a quién pudiera escucharlo.
-¿
Cuanto tiempo más brillarán las estrellas ahora que Dios se fue?- preguntó José, entristecido.
Sabía
que su pregunta era inútil porque no quedaba nadie que pudiera
responderla.
Huyyy que penita, has escrito un relato magnífico, que me ha impresionado por su originalidad, sobre todo cuando Dios hace mención al Diluvio o la destrución de Sodoma y Gomorra y como ahor se vale de las modernas tecnologías para castigar a una humanidad deshumanizada.
ResponderEliminarSi Dios decidió irse, las estrellas llorarán lágrimas de luz y lloraran tanto, que se quedarán negras y no habrá ni Dios, ni mundo, ni estrellas...
Un abrazo
Ese Dios al que este mundo adora,fue inventado por alguien mas listo que el
ResponderEliminarLindo u triste relato
ResponderEliminarClaro que Dios para nada esta conforme con nuestro proceder y nuestra poca fe en todo...culpamos a él de todas las atrocidades que hace el ser humano, que son muchas ....y que decir de reconocer lo positivo que tenemos a cada paso que damos...el dolor es grande en muchas partes y quizás Dios ya está cansado de sostener ...
A pesar de todo nunca nos falte El para deshacer tanta oscuridad.
Besos