Julio
yacía conectado a varias máquinas que lo mantenían con vida. Los doctores
guardaban silencio. " Estable dentro de su gravedad" era el ambiguo diagnóstico.
Rosa,
su mujer, se desesperaba. Sentía que lo estaba perdiendo, pero a toda costa
mantenía la esperanza.
Para
darse ánimo, le compró una camisa rosada, a tono con la primavera que se
anunciaba tras los vidrios de la Clínica. ¡ Se la pondrá cuando salga!- suspiró ilusionada.
Se la
imaginaba sentado en la cama, ya libre de la maraña de tubos, abriendo el
paquete de la camisa y mirándola a ella con amor.
Pero,
la mayoría del tiempo la dominaba el pesimismo. Notaba que la vida era solo un
débil hálito que se iba escapando de su cuerpo maltrecho.
¿ Qué
sería de ella si Julio moría?
Se le
ocurrió poner un letrero en la puerta de la pieza: " Se prohíbe la entrada a la
Muerte"
Los
médicos se miraron entre ellos y sonrieron con lástima.
Una
tarde, llegó la Muerte a cumplir con su trabajo y al ver el letrero, se detuvo
sorprendida.
Se
asomó por una rendija de la puerta y vio adentro a Rosa, montando guardia junto
a la cama de Julio.
Su
boca apretada en un gesto decidido le advirtió que por ningún motivo la dejaría
acercarse.
-¡ Ya
veremos!- dijo la Muerte.
Entró
en el vestidor de las enfermeras y sacó un uniforme del armario.
Luego
fue a golpear la puerta de la pieza de Julio.
-¡
Vengo a tomar la presión al enfermo!- dijo, con tono autoritario.
-Pero
¡ si acaba de venir otra enfermera!- exclamó Rosa y reconociendo a su enemiga,
le gritó:
-¡
Salga de aquí, maldita !
La
Muerte retrocedió y se alejó por el pasillo.
Fue
al cuarto de aseo y sacó un guardapolvo y una gorra que le cubría hasta los
ojos.
Vestida
así estaba segura de que nadie la reconocería.
Avanzó
por el pasillo empujando un carro con trapos y escobillones y golpeó en la
puerta de la habitación.
Cuando
Rosa abrió, la Muerte se inclinó ante ella con humildad.
-¡
Por favor, señora! Tengo que entrar a
limpiar, si no, perderé mi empleo...
Pero
Rosa divisó entre las escobas el brillo siniestro de una guadaña.
-¡
Váyase, bruja despiadada! ¿ Qué viene a
buscar aquí ?
La
Muerte se alejó otra vez, fastidiada. ¡ Ya está bueno de bromas!- pensó. Estaba
empezando a perder la paciencia.
Fue a
una tienda cercana y compró un traje formal y un maletín de vendedora.
Golpeó
suavemente en la puerta del enfermo.
-¿
Quién es, ahora?- preguntó Rosa con desconfianza y se asomó por un resquicio.
-Señora,
vengo de la Agencia de Lotería. ¡ Le quiero ofrecer un número para el próximo
sorteo! Se ha acumulado un pozo
millonario...
A
Rosa le brillaron los ojos. Era fanática de los juegos de azar y vio la ocasión
de saldar la tremenda deuda que venía acumulándose en la Clínica.
Al
notar el resplandor de codicia que iluminaba su cara, la Muerte supo que esta
vez había acertado.
-Tengo
que entrar, para mostrarle los números- dijo con astucia- Usted sabe que aquí
están prohibidos los vendedores...
Ya
dentro de la pieza, extendió ante Rosa los pliegos de números.
-¡
Seguro que saca el ganador!- le susurró al oído con tono insinuante y mientras
ella los miraba uno por uno, sin saber cual elegir, la Muerte sacó una tijera
de su maletín.
Pareció
que iba a cortar el número elegido, pero en lugar de eso, como un rayo se
precipitó hacia la cama de Julio y de un solo chasquido, cortó los tubos que lo
mantenían con vida.
Luego
soltó una carcajada triunfal y se desvaneció en el aire, como si fuera humo.
Que buen cuento!!
ResponderEliminarSuper Bien hilado en su conducción
Y claro quien l e gana a la Muerte en ese momento final y hay que dejar hacer su trabajo...
Espero estés muy bien
💗💙🌷💚🐦💕💙🌷💙🌷💙
También te deseo un feliz mes de noviembre y feliz finde largo
ResponderEliminarAbrazo.🐦💕🌷💙
La muerte y su guadaña nunca dejan de trabajar. La muy bandida acude siempre a la hora señalada. Buen relato como siempre Lily.
ResponderEliminarUn gran abrazo.