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domingo, 27 de mayo de 2018

LA CASITA DE CHOCOLATE.

Era un barrio tranquilo, hasta que empezaron a perderse los niños. Desaparecían de uno en uno y a veces, de dos en dos.
Se veía a las madres llorando por las calles, mientras se sonaban con su delantal. Llamaban a gritos a sus hijos, pero solo les contestaba el silencio o el lejano pitido del tren.
Dos detectives recorrieron las calles interrogando a la gente. Casa por medio faltaba un niño. Pero nadie sabía dar ninguna pista sobre su desaparición.
Los detectives creyeron que ya no les quedaban más puertas que golpear y se aprestaban a marcharse, arrastrando los pies con desaliento, cuando divisaron a la salida del pueblo, una casa que no habían revisado.
Era una casita pequeña, pintada de café y tenía la puerta y las ventanas de color blanco. Les recordó una torta de chocolate decorada con merengue.
Les salió a abrir una viejita diminuta. Los hizo pasar a la cocina donde un delicioso olor a galletas salía del horno.  Sobre un mueble se apilaban bolsas de caramelos y golosinas.
-Las vendo en la feria- suspiró la viejita y se secó una lágrima al recordar que ya casi no quedaban niños en el barrio a quienes pudieran gustarles los dulces.
Los policías salieron masticando galletas y dieron fin a sus pesquisas.
Pero en el barrio, Hansel y Gretel desconfiaban de la anciana.
Varias veces los había llamado cuando se paraban en las tardes junto a los rieles, a ver pasar el tren.
-¡ Vengan, niñitos lindos!  Tengo galletas y chocolates para ustedes...
Pero ellos nunca quisieron entrar a la casita.
La noche que se perdió Rafael, el más pequeño de los niños, Hansel no quiso esperar más.
-¡ Tenemos que ir a esa casa !  Dejemos un camino de migas de pan, por si nos pasa algo. Así la mamá sabrá donde buscarnos.
Gretel tiritó un poquito, pero se armó de valor y partieron de la mano.
En la casita color chocolate estaba encendida la luz. De la cocina salía un olor delicioso, como cuando su mamá asaba un lechoncito tierno para alguna celebración.
Se asomaron por la ventana y vieron a la vieja. Ya no se veía dulce ni  bondadosa. Llevaba una servilleta en torno al cuello y se entretenía en afilar un cuchillo. Lo que más los espantó fue la hilera de zapatitos de niño, de todos los tamaños, puestos sobre el aparador.
Gretel pisó sin querer un arbusto que crecía junto a la ventana.  La vieja escuchó el ruido y salió con en cuchillo en la mano.  Los niños se abrazaron temblando y no atinaron a correr.

Al amanecer, los pájaros se habían comido todas las migas de pan que habían dejado en el camino.    


4 comentarios:

  1. Leer ese cuento me ha echo entrar en un mundo de fantaias que yo creí olvidado

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  2. Hermoso!
    Amo los cuentos, ellos encierran aprendizaje y nos llevan de las manos por caminos mágicos.
    Gracias y besos.

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  3. Leerte es volver a la niñez, hacía tiempo que había olvidado este cuento.
    Un abrazo.
    Ambar

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  4. Me sonreí sin dudas
    pero justo es que la viejecita tenga su merecido...
    no dejar que el mal gane por la bondad de otros.

    Cariños,

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