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sábado, 12 de mayo de 2018

EL FANTASMA QUE LEÍA.

 Marcos quedó inscrito en una Universidad prestigiosa de la Capital. Era su sueño y estaba eufórico. Pero se presentaba un inconveniente de tipo práctico: ¿ Donde iba a vivir mientras duraran las clases?
Su mamá tenía una amiga viuda que daba pensión a estudiantes. ¡ Eso lo arreglaba todo!
Cargado con su maleta, Marcos tocó el timbre en una casa antigua, de un barrio periférico. Le abrió una señora gordita de unos sesenta años. Se notaba que vivía sola, porque al verlo se largó a hablar como si le hubieran sacado una mordaza.
-¡ Pasa, Marquitos!  Estoy feliz de tenerte aquí. A pesar de que tu mamá es mucho más joven, siempre fuimos buenas amigas.  Ahora la casa está tranquila, porque mi único pensionista eres tú.
 Y  parloteando sin pararse a tomar aliento, lo condujo a un dormitorio pequeño, con una cama y un velador. El resto del espacio lo ocupaba un librero imponente, que cubría toda una muralla.
Marcos se puso a revisar los libros. Estaban llenos de polvo. ¡ Se notaba que nadie los leía desde hacía mucho tiempo!  Observó que en la primera hoja se repetía un nombre: Edelmira.
Esa noche se durmió en seguida, muy cansado por el viaje.
No supo a qué hora del amanecer, lo despertó una sensación extraña. ¡ Había alguien más en la habitación!
 Se sentó en la cama y vio que junto al librero estaba parada  una mujer. Sus formas  se distinguían apenas,  como si estuviera hecha de vapor o de niebla.  ¡ Un fantasma!
A Marcos se le erizó el pelo de la nuca y lanzó una exclamación de espanto.
El fantasma se volvió hacia él y le señaló el librero con un gesto imperioso de su mano.
-¿ Qué quiere?- logró articular Marcos con un hilo de voz.
Ella no respondió y siguió señalando el librero.
Marcos no entendía qué quería el fantasma...
-¿ Quiere que le lea algo? ¿ Se quedó en la mitad de una novela y quiere saber el final ?
Ella negó, moviendo la cabeza con violencia. Se notaba furiosa. Hizo ademán de patear el suelo, pero no pudo. Su cuerpo, más abajo de la cintura, se diluía en un vapor azulado.
Marcos estaba angustiado, no sabía qué hacer. Y le parecía una falta de cortesía salir arrancando,  aunque ganas no le faltaban...
El fantasma le dio una última mirada de frustración y desapareció.
 Por supuesto, Marcos no pudo volver a dormirse.  La cabeza le pesaba como una bolsa rellena piedras. Trató de creer que había soñado...Pero estaba muy seguro de que todo había sido real.
Se sintió agradecido cuando amaneció y el dormitorio se llenó de un resplandor lechoso.
En la mesa del desayuno, no pudo evitar contarle  su aventura a la dueña de casa.
A medida que lo escuchaba, la señora se fue poniendo pálida.
-¡ Oh! - exclamó llorosa-  ¡ Es mi hermana Edelmira!  ¡ Murió hace más de cuarenta años!
-¿ Y qué cree usted que pide?  ¿ Será que quiere leer sus novelas y ahora no puede dar vuelta a la hoja?
-¡ No!  ¡ Ya sé lo que quiere!  ¡ La carta!
Marcos la miró interrogante y la señora le contó que Edelmira tenía un novio que estudiaba en el extranjero. Siempre se escribían...Cuando ella enfermó no quería que él lo supiera. Pero, al final, cuando comprendió que se moría, le escribió una última carta...
-¡Me pidió que la llevara al correo!  Yo la guardé entre medio de un libro y después, con la pena de su muerte, la olvidé.
-¿ Y el novio?
-¡ Pobre joven!  Cuando ella no le escribió más debe haber pensado que lo había olvidado...Por eso, al volver a Chile, nunca vino a preguntar por ella.
Juntos fueron al dormitorio de Marcos y vaciaron todos los libros del estante. Se levantó una nube de polvo y hasta una cucaracha salió de entre las páginas de una novela de Kafka...
Al fin apareció la carta.
-¿ Y qué hacemos ahora?- preguntó Marcos.
-Buscar al destinatario, creo yo...Mi hermana necesita que él reciba su carta. Si no, nunca podrá descansar...
En el sobre estaba la dirección y Marcos se ofreció a hacer la diligencia.
Su búsqueda lo llevó a una casa antigua, en las afueras de la ciudad.
Tocó el timbre y le abrió una mujer flaca, con cara de amargura.
-Busco a Pablo Quiñones...
-¿ Para qué lo quiere?
-Le traigo una carta de Edelmira...
-¿ De esa ingrata, vampiresa, mala pécora?  ¿ Ahora se acuerda de escribir?  Después que lo hizo sufrir tanto...Dígale que no se moleste...¡ Mi hermano ya murió!
Y le cerró la puerta en la cara, con un portazo que casi lo tiró al suelo.
Marcos pensó que no le quedaba más que ir al cementerio.
Allá le dieron las señas de la tumba de Pablo.
Estaba en un rincón del camposanto, bajo un ciprés que le prestaba su sombra.
Marcos dejó la carta sobre la lápida y sintió que había cumplido su misión.
Ya se alejaba más tranquilo, cuando un ruido lo hizo mirar atrás.
Vio como la losa se deslizaba a un lado y una mano larga y blanquecina como un jirón de humo, se apoderaba de la carta y se la llevaba al fondo de la tumba.

Marcos dio un grito de terror y no paró de correr hasta que varias cuadras lo separaban ya del cementerio.


3 comentarios:

  1. Me gustó este texto...habla de todas maneras de la esperanza
    que le queda a algunos de obtener respuestas a su dolor...y mejor quizás en ese tiempo, cuando la espera termina y hemos de suponer que algún mejor encuentro se dará por una eternidad...
    Hay amores que viven eternamente.

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  2. tenías que publicar un libro de relatos, todos son maravillosos... Un besito

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  3. Todos tus escritos son y están llenos de fantasias,puede ser que a la escritora le ocurra algo personal y en ellos intenta trasmitir algo de sus sueños

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