Marcos quedó inscrito en una Universidad
prestigiosa de la Capital. Era su sueño y estaba eufórico. Pero se presentaba
un inconveniente de tipo práctico: ¿ Donde iba a vivir mientras duraran las
clases?
Su
mamá tenía una amiga viuda que daba pensión a estudiantes. ¡ Eso lo arreglaba
todo!
Cargado
con su maleta, Marcos tocó el timbre en una casa antigua, de un barrio
periférico. Le abrió una señora gordita de unos sesenta años. Se notaba que
vivía sola, porque al verlo se largó a hablar como si le hubieran sacado una
mordaza.
-¡
Pasa, Marquitos! Estoy feliz de tenerte
aquí. A pesar de que tu mamá es mucho más joven, siempre fuimos buenas
amigas. Ahora la casa está tranquila,
porque mi único pensionista eres tú.
Y
parloteando sin pararse a tomar aliento, lo condujo a un dormitorio pequeño,
con una cama y un velador. El resto del espacio lo ocupaba un librero
imponente, que cubría toda una muralla.
Marcos
se puso a revisar los libros. Estaban llenos de polvo. ¡ Se notaba que nadie
los leía desde hacía mucho tiempo!
Observó que en la primera hoja se repetía un nombre: Edelmira.
Esa
noche se durmió en seguida, muy cansado por el viaje.
No
supo a qué hora del amanecer, lo despertó una sensación extraña. ¡ Había
alguien más en la habitación!
Se sentó en la cama y vio que junto al librero
estaba parada una mujer. Sus formas se distinguían apenas, como si estuviera hecha de vapor o de
niebla. ¡ Un fantasma!
A
Marcos se le erizó el pelo de la nuca y lanzó una exclamación de espanto.
El
fantasma se volvió hacia él y le señaló el librero con un gesto imperioso de su
mano.
-¿
Qué quiere?- logró articular Marcos con un hilo de voz.
Ella
no respondió y siguió señalando el librero.
Marcos
no entendía qué quería el fantasma...
-¿
Quiere que le lea algo? ¿ Se quedó en la mitad de una novela y quiere saber el
final ?
Ella
negó, moviendo la cabeza con violencia. Se notaba furiosa. Hizo ademán de
patear el suelo, pero no pudo. Su cuerpo, más abajo de la cintura, se diluía en
un vapor azulado.
Marcos
estaba angustiado, no sabía qué hacer. Y le parecía una falta de cortesía salir
arrancando, aunque ganas no le
faltaban...
El
fantasma le dio una última mirada de frustración y desapareció.
Por supuesto, Marcos no pudo volver a
dormirse. La cabeza le pesaba como una
bolsa rellena piedras. Trató de creer que había soñado...Pero estaba muy seguro
de que todo había sido real.
Se
sintió agradecido cuando amaneció y el dormitorio se llenó de un resplandor
lechoso.
En la
mesa del desayuno, no pudo evitar contarle
su aventura a la dueña de casa.
A
medida que lo escuchaba, la señora se fue poniendo pálida.
-¡
Oh! - exclamó llorosa- ¡ Es mi hermana
Edelmira! ¡ Murió hace más de cuarenta
años!
-¿ Y
qué cree usted que pide? ¿ Será que
quiere leer sus novelas y ahora no puede dar vuelta a la hoja?
-¡
No! ¡ Ya sé lo que quiere! ¡ La carta!
Marcos
la miró interrogante y la señora le contó que Edelmira tenía un novio que
estudiaba en el extranjero. Siempre se escribían...Cuando ella enfermó no
quería que él lo supiera. Pero, al final, cuando comprendió que se moría, le
escribió una última carta...
-¡Me
pidió que la llevara al correo! Yo la
guardé entre medio de un libro y después, con la pena de su muerte, la olvidé.
-¿ Y
el novio?
-¡
Pobre joven! Cuando ella no le escribió
más debe haber pensado que lo había olvidado...Por eso, al volver a Chile,
nunca vino a preguntar por ella.
Juntos
fueron al dormitorio de Marcos y vaciaron todos los libros del estante. Se
levantó una nube de polvo y hasta una cucaracha salió de entre las páginas de
una novela de Kafka...
Al fin
apareció la carta.
-¿ Y
qué hacemos ahora?- preguntó Marcos.
-Buscar
al destinatario, creo yo...Mi hermana necesita que él reciba su carta. Si no,
nunca podrá descansar...
En el
sobre estaba la dirección y Marcos se ofreció a hacer la diligencia.
Su
búsqueda lo llevó a una casa antigua, en las afueras de la ciudad.
Tocó
el timbre y le abrió una mujer flaca, con cara de amargura.
-Busco
a Pablo Quiñones...
-¿
Para qué lo quiere?
-Le
traigo una carta de Edelmira...
-¿ De
esa ingrata, vampiresa, mala pécora? ¿
Ahora se acuerda de escribir? Después
que lo hizo sufrir tanto...Dígale que no se moleste...¡ Mi hermano ya murió!
Y le
cerró la puerta en la cara, con un portazo que casi lo tiró al suelo.
Marcos
pensó que no le quedaba más que ir al cementerio.
Allá
le dieron las señas de la tumba de Pablo.
Estaba
en un rincón del camposanto, bajo un ciprés que le prestaba su sombra.
Marcos
dejó la carta sobre la lápida y sintió que había cumplido su misión.
Ya se
alejaba más tranquilo, cuando un ruido lo hizo mirar atrás.
Vio
como la losa se deslizaba a un lado y una mano larga y blanquecina como un
jirón de humo, se apoderaba de la carta y se la llevaba al fondo de la tumba.
Marcos
dio un grito de terror y no paró de correr hasta que varias cuadras lo
separaban ya del cementerio.
Me gustó este texto...habla de todas maneras de la esperanza
ResponderEliminarque le queda a algunos de obtener respuestas a su dolor...y mejor quizás en ese tiempo, cuando la espera termina y hemos de suponer que algún mejor encuentro se dará por una eternidad...
Hay amores que viven eternamente.
tenías que publicar un libro de relatos, todos son maravillosos... Un besito
ResponderEliminarTodos tus escritos son y están llenos de fantasias,puede ser que a la escritora le ocurra algo personal y en ellos intenta trasmitir algo de sus sueños
ResponderEliminar