Ser
viejo y ser pobre es lo peor que le puede pasar a uno, meditaba José, frente al
espejo, mientras se afeitaba.
Una
telaraña de finas arrugas le rodeaba los ojos y su boca parecía que estaba
entre paréntesis. Dos surcos la rodeaban
y aunque él no lo habría reconocido, era la amargura constante la que los había
marcado en su cara, a través de los años.
Sentía
que la Vida le había pasado por el lado, saludándolo apenas, con una
inclinación de cabeza y una mirada esquiva.
Y el
Amor, que dicen que es como una rosa perfumada que se abre...En su caso se
había marchitado sin abrirse jamás.
Había
tenido una sola ilusión: Margarita. Pero
nunca se había atrevido a declararse...Era tan pobre ¿ Qué le podía ofrecer que no fuera una vida de
estrecheces?
Sin
embargo, muchas veces había creído que ella lo miraba con afecto. ¿ Sería
tiempo todavía? Dicen que nunca es tarde
para amar...
Ella
vivía a pocas cuadras de su casa y decidió ir esa tarde a verla , a la hora que
volvía del trabajo.
Se
vistió con esmero. Camisa blanca y su corbata azul de las grandes ocasiones. (
Funerales, casi siempre. Estaba en la edad en que los amigos empiezan a aparecer
en el obituario...)
Se
vio en el espejo y notó que la esperanza le iluminaba la cara,
rejuveneciéndolo.
Inspeccionó
su billetera con cierto pesimismo.
Siempre tan flaca, que parecía anoréxica. Y era cierto que todo lo que
comía, lo vomitaba de inmediato...
Vio
que le alcanzaba para un ramo de flores. De margaritas, que eran baratas y
además llevaban el nombre de ella. ¡ Seguro que le gustarían!
Con
el ramo apretado contra su pecho, se dirigió a verla. Cuando le faltaba media
cuadra para llegar, vio a un hombre muy elegante, que tocaba el timbre de la
puerta. Llevaba un ramo de rosas rojas envueltas en celofán.
A José le llegó el perfume y pensó que para él, olían como una corona
fúnebre.
Escondido tras un árbol, vio abrirse la puerta. En el umbral apareció
Margarita, más linda que nunca.
Sonriendo, tomó las rosas .
-¡Espérame un momento!- le dijo
al galán- Las pondré en agua y nos vamos en seguida.
Pasaron por el lado de José. El hombre lo rozó sin querer y le dijo
con gentileza:
- ¡Disculpe, abuelo!
Margarita
no lo reconoció o fingió que no lo veía...
José
miró su triste ramo que ya parecía marchito. Sin saber qué hacer con él, se
sacó la corbata y lo amarró en los barrotes de la reja.
Un
dolor agudo le atenazó el corazón. Pensó que era el preludio de un infarto.
-¿
Qué me queda ahora sino esperar a la
Muerte? suspiró José y se sentó en un banco del parque. Las hojas secas se
desprendían de las ramas y caían a sus pies.
Al
rato, vio llegar a una mujer muy linda que se dirigía hacia él y le sonreía
desde lejos.
-¿ Me
esperabas a mi?- le preguntó con coquetería.
-La
verdad es que no. Esperaba a la Muerte.
-¿ Y
quién crees que soy?
-¿
Tú? Pero si eres tan joven y tan
bonita...
-Yo
nunca envejezco, como comprenderás. ¿ Y
por qué no iba a ser linda? ¿ Acaso no
es linda la Vida? Y las dos somos
hermanas gemelas...
Lo
tomó suavemente del brazo y juntos caminaron por la vereda mojada, mientras los
últimos resplandores del sol se perdían en el ocaso.
En esta bonita historia,tu sacas a la luz,muchos de esos sentimientos que vas acumulando,y que tu buena forma de escribir,hace que sea una delicia leerlo
ResponderEliminarQué relato más bonito... Un abrazo
ResponderEliminarAl final de todas las cosas
ResponderEliminarcreo , que nos encontraremos con la autentica felicidad
pues el amor es eterno y él nunca muere...
Y todos merecemos ser amados.
Besos.