Se
llamaba Maria y era, sin duda, la más linda del pueblo.
Algún
cursi que se las daba de intelectual, la bautizó Maria la Bella, por el
personaje Remedios la Bella, de Cien
años de soledad.
¡
Pero sin duda se merecía el apodo!
Era
alta, de piel blanca y cabello oscuro. Su pecho ideal era como la proa de un
barco que fuera cortando las olas del aire. Sus movimientos eran pausados y
ondulantes, también como los de un barco que se aproxima al puerto. Y a cada
paso, sus caderas se mecían con un vaivén que los dejaba a todos sin aliento.
La
eligieron Reina de la Primavera en el Carnaval que organizaba un club de
beneficencia. La sentaron en un trono
sobre un escenario y un señor bajito que se creía poeta, le recitó unos versos
ensalzando su belleza.
Ella
sonreía con aire ausente, tomando los homenajes con auténtica naturalidad y de
vez en cuando levantaba su brazo muy blanco y saludaba al público. Una
verdadera reina no lo habría hecho mejor.
Manuel
la miraba arrobado. Y se preguntaba de nuevo a qué mérito suyo le debía la
extraordinaria suerte de que ella le permitiera ser su escolta.
¿ Por
qué, si era indudable que apenas lo veía
y que le era totalmente indiferente?
Tal
vez ella se daba cuenta de que la admiración de Manuel era respetuosa y humilde
y que jamás se atrevería a hacerle pasar el bochorno de una declaración de
amor.
La acompañaba a Misa los Domingo y a la
salida, María , con un gesto majestuoso, le tendía su librito de oraciones para
que él se lo llevara.
Daban
dos vueltas a la Plaza. Ella surcaba el aire cargado de murmullos de deseo...El
la seguía solícito, como un paje a su reina, sintiendo como la envidia y los
celos de los demás hombres los hacían
querer verlo muerto.
Los
Miércoles, María la Bella iba a clases de danzas folklóricas con una profesora
que viajaba desde la Capital.
Manuel
la esperaba afuera y al salir, ella, con su ademán mudo y soberano, le tendía
el envoltorio de sus zapatillas de baile.
¡
Días felices de muda adoración! Para
Manuel, María era como la luna, dorada y rutilante y él, una estrella humilde
que la escoltaba sosteniendo su manto.
Pero
un día estalló el escándalo que sacudió al pueblo como un terremoto.
Se
supo que María la Bella había sido la amante del alcalde durante todo ese
tiempo y ahora estaba preñada.
Un
cuchillo atravesó el corazón de Manuel y de
golpe comprendió el triste papel que le había correspondido a él en el
sórdido asunto.
Dos
semanas después, en la Misa del Domingo, el cura leyó las amonestaciones del
matrimonio de María.
¡ Se
casaba! No con el alcalde, por supuesto.
El llevaba casado muchos años...
El
nombre del novio les resultó a todos desconocido.
Era
un forastero de algún pueblo vecino. El alcalde le había comprado un camión
para que trabajara en el transporte de abarrotes. A cambio, él se haría cargo
de María....
El
día de la boda, ella entró a la iglesia, distante y majestuosa . A pesar de su triste situación, caminó altiva
entre la gente del pueblo, como una reina entre sus vasallos.
Llevaba
una túnica de pálido color rosa y una corona de flores le sostenía el
velo. Era la imagen viva de la
primavera, cargando en su vientre el fruto que maduraría en verano...
En el
altar la esperaba el novio, de pulcro traje azul, regalo del alcalde, sin lugar
a dudas.
Ella
apenas lo miró y muchos dijeron que bajo el velo le corría el llanto. Otros
dijeron que era el alcalde el que se secó una lágrima, cuando la pareja pasó
junto al banco que él ocupaba con su esposa.
Lo
cierto es que nadie se quedó sin hacer un comentario.
Oculto
tras un pilar de la Iglesia, Manuel sentía que su corazón se rompía en pedazos
y le extrañaba no ver un charco de sangre creciendo al rededor de sus pies.
La
pareja se fue a vivir en una casita en las afueras del pueblo. Se supo que el
niño había nacido, pero a María la Bella nadie la había visto desde el día de
su boda.
Luego
un día corrió un nuevo rumor.
El
transportista de abarrotes había desaparecido llevándose su camión. Una noche
salió del pueblo sigilosamente y no volvió más. Total, ya había cumplido su
compromiso con el alcalde...
Una
tarde, Manuel divisó a María en la plaza, empujando un cochecito.
Le
flaquearon las piernas de emoción y al principio no se atrevía a acercarse.
Pero luego, sacando fuerzas de su maltrecho corazón, se puso a caminar a su
lado en silencio.
Ella
lo miró de reojo y sonrió apenas. Luego, extendiendo su blanco abrazo en ademán
de reina, le tendió algo para que se lo llevara.
Ya no era
¡ Ay! el librito de oraciones. Ya
no el envoltorio con las zapatillas de baile...Era una bolsita celeste que
contenía un biberón.
Ops!
ResponderEliminarCuanto descaro de esta ciudadana ...bueno , no hay peor ciego que el que no quiera ver...
al menos sigue siendo señora...antes como ahora hay mucho paño que tender y cortar, además todo puede verse con otros ojos , pues es madre y quien se embarca en esa lucha merece consideración...
Me recordé de un post de un blog en otro lado donde rezaba una frase : NO TODA LA QUE BEBE Y BAILA ES BANDIDA Y NO TODA LA QUE ESTA SENTADA Y CALLADITA ES SANTA.
Eso por ella, porque del famoso Alcalde ni que decir , ese si es descarado ...como siempre con el dinero algunos encubren sus malas acciones ...y su moral.
abrazos amiga
que tengas buena semana.
Qué delicia leerte, tienes el poder de meternos en tus cuentos. Un abrazo enorme
ResponderEliminarAmiga escritora,te felicito,este es uno de tus cuentos mejor escritos,parece ser sacado de una historia real
ResponderEliminar¡Hola Lilly!
ResponderEliminarLuego de una ausencia prolongada y justificada por unos viajecitos, paso por tu rincón para leerte y disfrutar de tus letras. Esta historia, quizás tenga mucho de realismo y verdad, pues sucede en todos los rincones del globo.
El pecadillo tiene su precio, pero al fin y al cabo, es un ser humano y finalmente madre, que ello en algo la redime.
Un fuerte abrazo y un beso.
Gracias Lilly.
ResponderEliminarPor recordarnos que estas historias ocurren en la vida real, más seguido de lo que parece.
Don Dinero siempre manda y la vida sigue.
Un abrazo.
Ambar
Hola amiga
ResponderEliminarTe vengo a dejar un abrazo fraterno
te he leído por ahí , dado los últimos acontecimientos , muy entristecida
y no es para estar alegre no?
quien se puede sentir así ante esos hechos dolorosos, irracionales
Pero nosotras que creemos en la fuerza del amor
debemos preservar en esa mirada , en ese sentir hermanado
por los que son mas los que anhelan la paz y el amor
que el odio y las diferencias...
ya hay demasiado dolor y en nuestro corazón no dejar entrar de todas maneras el bicho
de la desesperanza , del desamor global...
aunque parezca aterrador todo eso, las amenazas están al borde del dañino.
La esperanza nunca nos abandone.
Te dejo un abrazo y todo mi respeto de siempre.