Laurita
tenía siete años cuando su mamá se enfermó gravemente.
Al
volver del colegio, la niña entraba de puntillas a su dormitorio. Las persianas
estaba cerradas y ella en cama, con un pañuelo mojado en agua de colonia puesto
sobre la frente. Abría los ojos, le
sonreía y levantaba una mano para
hacerle una caricia, pero se le caía sobre la sábana, como si le pesara
demasiado.
-
Laurita- le decía su papá- La mamá está muy delicada. Así es que no hagas
ruido. Termina de hacer la tarea y te vas a jugar al jardín.
Un
día , al entrar a la cocina a tomar desayuno, vio que había una mujer
removiendo las ollas en el armario.
-Hola,
Laurita- le dijo con una voz muy suave- Soy Herminda y vine a ayudar, mientras
se mejora tu mamá.
Era
joven y tan flaca que parecía que siempre estaba de perfil.
Al
verla, Laurita la halló linda y pensó que su piel era igual a la de Blanca
Nieves. Pero, cuando se volvió de espaldas, notó que tenía una joroba. Mejor
dicho, dos, como los dromedarios y por entre medio, le colgaba una trenza muy
larga, de color castaño.
Mientras
lavaba los platos cantaba con una voz muy fina. Eran cantos solemnes, como de
iglesia, en un idioma que la niña no entendía. Pero algo tenían esos cantos,
porque al rato de escucharlos, hacían que uno se sintiera muy tranquilo, como
si todas las cosas marcharan bien.
La
casa empezó a estar muy limpia y las blusas del colegio, almidonadas.
Herminda
subía a llevarle el almuerzo a la mamá y le ponía su mano fresca sobre la
frente. Laurita se fijó que minutos después, ya no le dolía la cabeza.
Seguía
pensando que era muy bonita, pero le daban
lástima los bultos que tenía en la espalda.
Un
día la vio llorando y las lágrimas caían en la lavaza donde estaba
desengrasando los platos.
-¿ Te
duele la espalda, Herminda?
-No,
Laurita. Es que echo de menos mi casa...
-¿ Y
donde está tu casa?
-Muy
lejos, como desde la tierra al cielo- suspiró Herminda y elevó los ojos hasta
las nubes que pasaban más allá de la ventana.
Pero
aunque estuviera triste, tenía la casa brillante como un espejo. Y cuando sus cantos llegaban hasta el
dormitorio de la mamá, ella sonreía y parecía que de a poco se le iban quitando
los dolores.
Por
todo eso, Laurita pensaba que era misteriosa. Que tenía un hechizo , como en
los cuentos. Quizás era una princesa y
una bruja muy mala le había hecho salir esa joroba.
Así
es que la observaba todo el tiempo, esperando que el misterio se aclarara de
una vez.
Una
noche la fue a espiar a su dormitorio.
La puerta estaba entre abierta y pudo ver cuando Herminda se quitaba la
blusa.
No
era una joroba lo que tenía. Eran dos alas que estaban encogidas después de
pasar todo el día apretadas bajo la ropa.
Ella
las sacudió y las alas se desplegaron con un suave rumor. Eran blancas y
despedían una especie de fulgor que iluminaba la pieza.
Sin
querer, Laurita dio un grito de sorpresa.
Herminda
se volvió y se puso un dedo en los labios, pidiéndole silencio.
Como
la niña no tenía muy claro el asunto de las personas con alas ( era la primera
vez que veía a una), le preguntó:
-¿
Eres un hada?
- No,
Laurita. Soy un ángel.
-¿ Y
por qué estás en esta casa, lavando las ollas y trapeando el piso?
-Porque
estoy castigada y tengo que hacer penitencia por un tiempo.
-¿ Y
por qué te castigaron?
-Por
curiosa. Había descubierto un hueco entre las nubes y me pasaba las horas
mirando para acá. El Angel Mayor me dijo que si me interesaban tanto las cosas
de la Tierra, viniera a vivir entre la gente por un tiempo. Y que solo volvería
cuando me hubiera curado de mi curiosidad.
Pareció
que los cantos de Herminda y los toques suaves en la frente de la mamá,
lograron que se mejorara más pronto. El doctor, muy ufano, se atribuyó todos
los méritos y presentó una cuenta bien larga y con muchos ceros.
Un
día, a Herminda le avisaron desde el Cielo que ya estaba perdonada y que podía
volver.
Se
veía muy contenta y aunque Laurita
estaba apenada porque se iba, se alegró por ella, porque no soportaba
verla llorando sobre el agua del lavaplatos.
Herminda
le dijo que esa noche partiría y que la acompañara a su pieza.
Abrió
la ventana y desplegó sus alas blancas y luminosas.
Besó
a Laurita en la frente y se elevó por los aires.
Subió
y subió, cada vez más alto, hasta que su suave resplandor se confundió con el
de las estrellas lejanas.
Que hermosa es la inocencia de la niñez.
ResponderEliminarTambién es cierto que los niños ven y sienten, lo que los adultos no ven ni escuchan.
Me ha gustado mucho este cuento.
Un abrazo.
Ambar
Delicioso relato de la inocencia infantil. Me has recordado un pasaje de mi última novela que dentro de la dureza, son como cuatro páginas en que lloras de risa por la interpretación de los acontecimientos de la niña Gloria de ocho años; me ha encantado leerte. Un beso grande
ResponderEliminarTu agilidad mental,consigue al hacer tus cuentos que tus lectores se emocionen por la sencillez y fantasias del relato
ResponderEliminar_______$$$$$$_$$`
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tengas un día hermoso
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe llena de ilusión eso que nuestrs ángeles custodios bajen a nuestro lado a ayudarnos áun...a pesar de tanto descalabro que hacemos
Eliminarque los olvidamos más a menudo y nuestra fe es tan flaca como un hilo a punto de romperse.
Hoy precisamente leía sobre los ángeles custodios...sabes cual es el tuyo?
Yo tengo un ángel CHAVAKIAH...que debo aprender a conocer mejor...
Como sea ellos están junto a nosotros y así como en el corazón de niña esperar que ellos no nos dejen.
Y si este ángel cumplió su tarea ...siendo divino
que nos queda a nosotros que somos de tierra. seguir forjando la buena siembra...
Un abrazo grande.
Pd: Eliminé el anterior comentario ,por muchas faltas de escritura...tengo nuevo navegador y no abre bien las sección de comentarios de algunos blog...abruma!