¡ Ay,
Don Nicasio, si usted la hubiera conocido!
¡ Era
tan bonita! Tenía el pelo amarillo como
los yuyos del campo y los ojos azules. Iguales a como se ve el cielo cuando
para de llover...Con ese azul tan brillante que es como si la misma túnica de
Dios se estuviera mostrando.
En el
pueblo le pusieron " La Gringuita".
Contaban
que el patrón, Don Federico, la había conocido en un viaje y la había traído de
uno de esos países, no sé...Suiza o Suecia, que aquí muchos creían que era lo
mismo.
Salía
poco, pero si queríamos verla, ahí estaba sin falta, a las diez, en la Misa del
Domingo.
Entraba
a la Iglesia con el pelo tapado por un pañuelo blanco, pero cuando salía al
atrio, se lo sacaba...Y si estaba nublado, era como si saliera el sol.
Yo
trabajaba en la Notaría y a veces me tocaba ir a la Hacienda, a llevarle
documentos a Don Federico. Entonces la podía ver, sentada leyendo ante la
ventana o en medio del jardín, cortando flores.
¡
Para qué le voy a negar que estaba enamorado!
Pero de lejos, como cuando alguien se enamora de una estrella. Y con
todo respeto, no vaya usted a creer...
Don
Federico se murió de repente. Lo vieron un Viernes, montado a caballo, dándole
órdenes a los peones...Y el Sábado estaba muerto.
Todo
el pueblo desfiló por la Iglesia, más que todo por ver a La Gringuita.
Estaba
toda vestida de negro y se veía muy pálida.
Algunas señoras trataban de confortarla, pero ella parecía como rodeada
por una muralla de soledad, que no la dejaba recibir ningún consuelo.
De
vez en cuando, se paraba y ponía su mano ¡
tan fina y tan blanca ! sobre la tapa del ataúd, como si quisiera
transmitirle su calor al muerto. O como si pensara que estaba durmiendo, no
más, y que había que despertarlo despacito, para que no se asustara...
Muchos
meses después, La Gringuita mandó un
recado a la Notaría. Que si podía ir yo
unos cuantos días, a ayudarle a ordenar unos papeles.
El
corazón me latía como desbocado cuando llegué a la casa.
Ella
estaba sentada detrás del escritorio y tenía al frente varios montones de
cartas y facturas.
Me pidió que las ordenara en carpetas y que
las cartas familiares se las fuera entregando a ella.
Empecé
a ir todas las tardes y esas horas que pasé a su lado, son las más felices que
he tenido en la vida. Ella se sentaba a
leer y de vez en cuando, me hacía una indicación. A veces, al pasarle una carta , sin querer,
le tocaba la mano.
Yo me
ponía rojo y ella se hacía la desentendida.
Un
día se bajó del tren un hombre alto y rubio. Vestía unas ropas raras, que en
seguida se notaba que eran de otras tierras.
Lo
seguía un mozo con varias maletas y tomaron el único taxi que había en el
pueblo.
Don
Calixto, el chofer, contó después que el extraño apenas hablaba castellano,
pero se hizo entender para que lo llevara a la Hacienda de Don Federico.
Todos
se preguntaban qué venía a hacer. Algunos decían que era un hermano de La
Gringuita, otros, que un primo...Hasta que empezó a circular el rumor de que
era un antiguo novio que venía a buscarla.
Ya no
me llamó más para que fuera a ordenar los papeles.
La
señora Benita, que era el ama de llaves, contó que la patrona estaba comprando
manteles y sábanas nuevas y que en la casa se respiraba un aire festivo, como
que algo bueno fuera a pasar...
Se
vendió la Hacienda a unos extranjeros y ni supe cuando ella se fue. Mejor dicho, no quise saberlo.
Muchas
tardes el corazón me traicionaba y sin
darme cuenta, tomaba el camino que llevaba a su casa.
Ese
año, el Invierno llegó muy crudo. Al salir del trabajo en la Notaría, la lluvia
y el viento me obligaban a correr hasta la pensión donde vivía. Y así, de a poco, fui abandonando mis
caminatas...
Pero
nunca la olvidé, se lo juro.
Y
tiene razón usted, Don Nicasio en lo que dice. Que los ricos tienen su plata y
los pobres tienen sus sueños.
Delicioso... Un abrazo
ResponderEliminarLos sueños. Benditos sueños. Son nuestra forma de vivir la realidad. Gracias a ellos somos lo que somos, por eso tu personaje de alguna forma fue feliz, porque tenía un sueño.
ResponderEliminarAbrazos.
Que lindo cuento
ResponderEliminarrealidad...
no menos cierto que estos desaguisados han pasado...
me quedé con la intriga...de que se murió el futre...
para mi que esa gringa no era de las muy amables...jejejje
capaz que se echo al viejuco...
ya sabes parece he leído mucho novelas de corte negro...o veo mucho el dicovery id....jajajjaj
Jaja Magdeli. Seguro que don Federico, que era mayor que ella, murió del corazón.
ResponderEliminarNo calumnies a la pobre gringuita.
Muy bueno el cuento.
ResponderEliminarEs fascinante.
Amalia Lateano