Todas
las tardes, Venancio iba al cementerio y se sentaba por más de una hora sobre
la tumba de su nieto.
Quienes
lo miraban desde lejos, lo veían gesticular y reírse a ratos, como si
conversara con el niño. Y movían la cabeza, compadecidos, pensando que estaba
loco.
Nunca
se supo la causa de muerte de Toñito el chincol. Así le decían todos, porque era bullicioso y
de patitas flacas, como un pájaro nuevo.
Se
perdió una tarde por la quebrada y sólo al amanecer del día siguiente lo
encontraron tendido entre unas rocas. Sonreía como si al instante de morir, un
ángel le hubiera susurrado al oído un secreto maravilloso.
Sólo
tenía seis años y lo pusieron en un ataúd blanco que parecía de juguete.
Desde
entonces, el abuelo iba todas las tardes al cementerio.
Se
quedaba allí horas, mientras el espíritu del niño se impregnaba en su ropa y
en sus cabellos, como el olor fresco de la hierba que brotaba entre las tumbas.
Luego,
Venancio iba a la casa de la madre del niño, que permanecía en la cocina
llorando junto al fogón apagado. Ella lo veía llegar y abría los brazos para recibir al niño.
Y era
cierto que en la habitación parecía soplar
un vientecillo travieso, como si hubiera entrado una bandada de pájaros.
-¡ Me
lo trajiste, papá! ¡ Toñito, mi niño !
Y le
volvía al rostro la sonrisa de antes, de cuando lo veía llegar de la escuela,
alborotando y brincando como un chincol.
Largo
rato flotaba en la cocina la presencia del niño muerto, hasta que se iba
adelgazando de a poco, igual que un perfume que se diluye en el aire.
Era
lo único que sostenía a la madre, impidiéndole caer en la desesperación. Al contrario, parecía que le daba felicidad
en medio de su pena irremediable.
Pero,
una tarde el abuelo vio desde lejos a Toñito, que lo esperaba, sentado sobre su
tumba.
-Pero
¡ Toñito! ¿ Qué haces aquí? ¿ Cómo fue que volviste?
-
Desperté, no más, abuelito. Ya no quiero seguir durmiendo.
- Y
yo ¿ qué voy a decirle a tu mamá y a los del pueblo? Todos creen que estás muerto...
-¡
Algo se nos ocurrirá! - dijo el niño, confiado, y deslizó su mano entre los
dedos callosos del abuelo.
Juntos
regresaron a través del campo, rasgando con sus piernas lentas la penumbra
del anochecer.
Al
abrir la puerta de la cocina, la madre se paró sobresaltada.
-¿ Y
quién es este niño que me traes?
- Es
Toñito ¿ no lo reconoces?
-¿
Por qué tratas de engañarme? Toñito
murió, lo sé muy bien. No necesito que me traigas un sustituto. Déjame con mi
pena, que es de verdad. ¡ No quiero que me alegres con una mentira!
-Pero,
mamá ¡ si soy yo! - dijo el niño, no
sabiendo si reír o llorar y trató de abrazarla.
Pero
ella retrocedió hasta el fondo de la habitación y se cubrió el rostro con el
delantal.
-¡
Llévatelo, papá! ¡ Llévatelo! Nadie podría reemplazar a Toñito....
El
viejo y su nieto salieron cabizbajos y no teniendo a donde ir, regresaron al
cementerio.
- ¡
Lo siento, mi niño! Ya ves que no es
fácil volver. Los muertos no tienen cabida en el mundo de los vivos.
-¿ Y
qué voy a hacer entonces, abuelito?
--
Seguir durmiendo, no más ¿ Qué otra cosa
? Los que duermen no sufren. La vigilia
es muy dura...
-¡
Pero, no quiero estar solo!- se quejó el niño, soltando el llanto.
-¡No
te aflijas, Toñito! ¡ Yo pronto te
vendré a acompañar!
Que triste todo esto...
ResponderEliminarimaginate una madre nunca esta preparada para eso dolor...lo inexplicable
y si los muertos deberían quedarse en su lugar ...pero sucede que a veces sea que ellos no saben que se han ido y por eso regresan a lo suyo...
hay mucho por saber de todo esto...
estes bien!
Que tierna relación de abuelo a nieto. Para el amor la muerte no existe, por eso el abuelo no se sorprendió de la resurrección de Toñito. Así de fuerte es la creencia. La madre sumida en el dolor no lo entendió. Así somos los humanos creamos mundos imaginarios y después los vivimos como realidades. Felicitaciones me gustó.
ResponderEliminarsaludos estimada
ResponderEliminarespero estés bien llena de incentivos nuevos para seguir donando relatos
a nuestra imaginación
que el valor de lo humano y lo divino siempre esté de tu lado
un abrazo!