Carlos recordaba que el primero en conocer a Leticia había sido Lorenzo. ¡ Siempre se le adelantaba en todo! En el promedio de las notas, en las competencias deportivas...Se las arreglaba siempre para ser el ganador.
Y el día que trajo a Leticia para presentarla al grupo , les informó que era su novia.
Se notaba orgulloso por su conquista y aceptó con una sonrisa de superioridad las bromas de los envidiosos que nunca faltan...Entre los que se encontraba Carlos, que no pudo evitar sentir que el oscuro resquemor que anidaba en su corazón le ardía como una brasa.
Lorenzo le rodeaba la cintura con el brazo y ella se arrimaba a él, silenciosa, pegada en sus labios esa sonrisa enigmática que tenía. Como si viniera de vuelta de todos los misterios. A Carlos se le ocurrió después, pensando en ella a solas, que si los gatos sonrieran, lo harían como Leticia.
Su pelo negro contrastaba con el rojo de Lorenzo. A él, en el Liceo todos le decían Solferino o Zanahoria, pero no le importaba. Se notaba que le gustaba llamar la atención con ese pelo que parecía un incendio y que le garantizaba el éxito con las mujeres.
Carlos se enamoró de Leticia desde el primer día. No sabía qué era lo que atraía tanto...Quizás era ese aire enigmático, ese distanciamiento que la rodeaba como un muro y que al único que no parecía afectar era a Lorenzo. Porque era evidente que estaban locos el uno por el otro.
El lo demostraba en mil gestos de posesión. Ella, sólo en la mirada que le clavaba todo el tiempo, mientras la sonrisa gatuna flotaba sobre sus labios. Siempre tan callada e inexpresiva, pero la llama que ardía en sus ojos dejaba claro que apartar su mirada de Lorenzo era para ella como dejar de respirar.
Carlos trató de no verlos y se alejó del grupo con el pretexto de los estudios. Pero le parecía que se los encontraba en todas partes y que la exhibición de su amor lo llenaba de encono.
Lorenzo murió en un absurdo accidente de motocicleta y Leticia pareció derrumbarse. En el funeral, se abrazó al ataúd llorando como loca y tuvieron que apartarla entre varios. Después del entierro, desapareció.
Estuvo cerca de siete u ocho meses fuera de Santiago. Nadie sabía donde estaba. Que andaba en Europa, decían algunos. En la casa de algún pariente en provincia, decían otros. Y no faltaban los que la suponían en una Clínica, recuperándose de un descalabro nervioso.
Cuando volvió, estaba muy cambiada. Serena, tranquila, pero más viva que antes, como si una nueva fuerza interior la llenara de energía. No volvió a nombrar a Lorenzo y muchos pensaron que lo había olvidado.
Carlos seguía enamorado de ella y no perdía la esperanza de poder conquistarla. Empezó a llamarla para saber como estaba y al fin, se atrevió a invitarla a salir. " Para que te distraigas" le dijo, porque él sí no creía que hubiera olvidado a Lorenzo. Pero tenía la certeza de que el tiempo había calmado en parte el dolor de su pérdida. La tensión de todos su cuerpo se había ido ablandando y transformándose en un dulce abandono. Y en sus labios volvía a flotar aquella sonrisa secreta...
Siguió insistiendo con paciencia, sin forzarla a nada, hasta que un día logró sorprender en sus ojos una mirada afectuosa. La esperanza lo atravesó como un rayo y tomó su mano por sobre la mesa del café.
-¿ Será posible que me quieras un poco?
Leticia sonrió y no retiró su mano. Temblando, él volcó por fin en palabras todo el amor que venía callando desde hacía dos años.
Le pidió que se casara con él y se atrevió a decirle, en medio de su estallido pasional, que ansiaba tener un hijo con ella...
Leticia se puso pálida como una muerta y gritó que no, que no quería hijos. Pero, al cabo de un momento, se serenó y Carlos pensó que con el tiempo llegaría a convencerla.
Se casaron y al principio, todo parecía ir bien, pero pronto ella volvió a su actitud distante.
Carlos sentía que no podía alcanzarla, que chocaba una y otra vez contra ese muro de piedra que la separaba de todo. Salía con frecuencia y nunca decía donde había estado. Fui a caminar, era su explicación recurrente. Y a todas sus preguntas respondía con esa sonrisa paciente e inexpresiva que tanto lo desesperaba.
Decidió espiarla. Sabía que era una bajeza, pero estaba enloquecido por la impotencia de no lograr llegar hasta ella. No tenía celos de otro hombre, pero presentía que en la vida de Leticia había algo más que llenaba sus horas, que colmaba sus ansias de mujer y que lo reducía a él al papel de un extraño
Una tarde, caminó tras ella hasta la estación del Metro. Logró subir al mismo carro y se mantuvo oculto entre la multitud que lo abarrotaba. Se bajaron en la misma estación y él se pudo mantener unos pasos atrás, sin que Leticia lo notara. Caminaba rápido, como presa de una ansiedad alegre que nunca antes le había visto.
Se adentró por una callecita corta, en un barrio periférico. La vio detenerse frente a una casa más bien modesta y sacar una llave de su cartera. Pero, antes de que alcanzara a usarla, la puerta de abrió y apareció una mujer con delantal blanco que llevaba de la mano a un niño de unos dos años.
-¡ Mamy!- gritó y se abrazó a las piernas de Leticia. Ella apretó contra su cuerpo la cabecita cubierta de un pelo rojo que parecía arder.
- ¡ Lorenzo, mi hijito!- exclamó tomándolo en sus brazos y juntos entraron a la casa riendo.