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domingo, 10 de julio de 2022

COPPELIA.

Apenas empezó el primer semestre,  Pablo y tres compañeros más formaron un grupo de estudio. Se juntaron en la cafetería a comentar lo difíciles que se veían los ramos y una niña llamada Susana, ofreció su casa para que se reunieran a estudiar.

Por la dirección que les dio, Pablo se dio cuenta que estaba en uno de los barrios más elegantes de Santiago.  Se sintió algo inseguro, porque él era de provincia y vivía en una humilde pensioncita, al otro lado de la ciudad. Nadie conocía sus apuros económicos y bendecía esa moda que hacía que todos vistieran ropa de segunda mano, a más vieja, mejor.  Sus papás le mandaban una mesada que le alcanzaba bien, pero a menudo pensaba que era para ellos un tremendo esfuerzo y que talvez la última semana del mes la pasarían comiendo fideos... 

Esa tarde tomó el metro y luego caminó quince cuadras a pie, para no tener que pagar un colectivo. Desde lejos vio que era una casa rodeada de jardines, antigua e imponente, no como esos chalecitos de juguete que estaba acostumbrado a ver.

Al tocar el timbre en la reja, por casualidad miró hacia el segundo piso y detrás de los vidrios de una ventana, vio a una niña preciosa, rubia, con la cara rodeada por un nimbo de oro.  ¿ Quién sería?  ¿ Una hermana de Susana, talvez?

Se ilusionó pensando que podría ser ella la que bajara a abrir, pero permaneció inmóvil tras la ventana y fue una mucama uniformada la que lo hizo pasar.

Llegaron los otros compañeros y rápidamente se pusieron a estudiar matemáticas. Al rato, la misma mucama apareció con una bandeja de pasteles y de refrescos. Pablo siempre tenía  hambre, porque la comida de la pensión parecía pensada para alimentar gorriones, pero disimuló y apenas mordisqueó un alfajor, como quién está acostumbrado a comer todos los días esa clase de golosinas.

Todo el tiempo, mientras estudiaban, se le venía a la mente la imagen de la rubia que había visto al llegar. Por la ubicación de la ventana en que se asomaba, se daba cuenta de que debía estar en la habitación vecina.  Pero, nunca se dejó ver ni hubo ningún rumor que delatara su presencia.  

A la semana siguiente, de nuevo Susana los invitó a su casa. Al llegar, Pablo levantó ansiosamente la mirada hacia la ventana y de nuevo  vio a la niña tras los cristales.  Sintió sus ojos fijos en él y le pareció que una sonrisa aleteaba en sus labios. 

Los otros compañeros no llegaron y se vio solo estudiando con Susana. Al rato, cuando la mucama les llevó café con galletas, ella le propuso que hicieran un alto para conversar.  Pablo vio por fin la oportunidad de preguntarle quienes formaban su familia, con la esperanza de que le hablara de su hermana. Pero, ella le contó que era hija única.

Ansiaba preguntarle quién era aquella niña , pero se sentía cohibido, porque al mismo tiempo notaba que él le gustaba a Susana.  Veía que  le coqueteaba un poco y eso hacía que fuera más impertinente  aún preguntarle por ella.

Días después, Susana lo invitó solo a tomar el té a la casa.  Se mostraba locuaz y cariñosa y después de estudiar un poco, dejaron los libros y se pusieron a conversar. 

De pronto, ella puso su mano sobre la de Pablo y le dijo con sencillez:

- Me imagino que ya sabes que me gustas.

El se quedó callado, sin hacer un gesto y ella, levemente turbada, retiró su mano. Luego, con naturalidad sirvió más café y cambió de tema. 

Para quebrar la incomodidad que se había instalado entre ellos, se puso  hablarle de su infancia solitaria, de hija única.

-Cuando yo tenía once años, mi papá viajó a Paris por negocios y me trajo una muñeca.  Era de tamaño natural, rubia como yo y le ponía mis vestidos. La bauticé Coppelia, por ese ballet, tú sabes, donde hay una muñeca de la cual se enamoran los jóvenes del pueblo, desdeñando a las muchachas de carne y hueso.

Lo miró con un dejo de ironía, como si lo adivinara todo y le dijo:

-Todavía la tengo. ¿ La quieres ver?

Abrió la puerta de la habitación contigua y allí, junto a la ventana, estaba sentada la niña rubia que obsesionaba a Pablo.   Sus ojos de vidrio  estaban fijos en él y una sonrisa parecía aletear en su boca de porcelana.   





5 comentarios:

  1. Imagino que tras el desconcierto, y excepto que Susana no lo atraiga, Pablo comprenderá que se le ha simplificado la cuestión...

    Abrazo hasta vos, Lillian.

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    1. Tienes razón, Carlos. Pablo se dará cuenta de que hizo el tonto y que ahora le conviene portarse inteligente. Queda la duda de si lo hará.

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  2. Pablo tendra que hacer lo que sea necesario, y lo que sea necesario es lo que sea necesario, por estar cerca de Copelia, asi que todos contentos.
    Le dejara Susana dormir con ella cuando ella no esté presente.
    Vamos a ver esa tolerancia...
    Besosss llilian

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  3. Como siempre me hiciste reír con tu comentario. Gracias por derrochar tu ingenio en mis cuentos.

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  4. Muy interesante, es como esa persona que se enamora de la persona equivocada , se deja llevar por la belleza vacía de corazón...eso sucede muy seguido y por algo ocurren tantas desgracias entre los jóvenes...

    (Bueno, tuve ausente de tu blog, porque viajé a mi casa familiar y recién ya me integro a mi trabajo y todo lo demás en forma regular y me enfermé, pero nada de cuidado...ahora seguimos leyéndonos)

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