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domingo, 27 de marzo de 2022

UNA PROTESTA ESTUDIANTIL.

Hernán llegó al Liceo cuando ya había empezado el año escolar. Era alto, con una cara de rasgos muy agradables, pero cargados de desdén.

Al contrario de otros muchachos, que lucían melenas o peinados extravagantes, él llevaba el pelo muy corto y aplastado con gel sobre el cráneo. Eso dejaba al descubierto su amplia frente y la hermosa forma de sus huesos.

Todo en él rebosaba distinción.

Pronto llegó el rumor de que lo habían expulsado de la Escuela Militar. Esa era la única explicación para que hubiera llegado, como un náufrago, hasta nuestro humilde Liceo.

Se notaba que nos despreciaba a todos. Pero, quizás por rebeldía, se hizo amigo de los más desordenados del curso. Se sentaba con ellos en los bancos de atrás y rápidamente se transformó en su líder.

Al menos dos niñas nos enamoramos de él.  Mariela y yo.

Ella le escribía papelitos con mensajes y se los hacía llegar con otras compañeras. El los recibía con aire impávido, se los echaba al bolsillo y apartaba la vista.

Nunca supimos si los leía...

Mariela se quedaba inmóvil, mirándolo alejarse y en su cara se mezclaban la verguenza y la decepción. Pero, no cejaba en su intento.

Yo, en cambio, lo quería en silencio.

Me daba cuenta de que él pertenecía a un mundo diferente. Al final de las clases, tomaba un bus que se dirigía al barrio alto, en cambio yo me iba caminando en dirección a la Plaza Brasil...

Sus notas eran bajas. No mostraba interés por ninguna asignatura. Su aire desdeñoso volvía raro el hecho de que se hubiera hecho amigo de los otros muchachos. Cuando los veía juntos,  se me antojaban los vasallos de un joven rey destronado.

¡ Qué hermosa y qué triste era su cara!  Triste por ese desapego y esa falta de expresión. Y porque muy al fondo de sus ojos, había un destello atormentado y violento.

Era como un fuego oscuro y frío.  Me hacía pensar que así se vería el hielo si pudiera llegar a arder...

En el Liceo, hubo una asamblea y acordamos plegarnos a una marcha obrera que llegaría hasta La Moneda.

Me daba miedo ir, pero me convencí cuando supe que Hernán también iría.  En el grupo de los más exaltados, iba también Mariela.

Al llegar a la Plaza Baquedano, vimos el cordón policial que nos cerraba el paso. Nos quedamos parados gritando consignas contra el Gobierno y algunos empezaron a sacar piedras de sus mochilas.

Todos notamos que de repente,  Hernán se separó del grupo y se dirigió hacia un carabinero que permanecía inmóvil. Con horror vimos cuando sacó una pistola del bolsillo y le disparó en el pecho.

El carabinero cayó derrumbado y una ancha poza de sangre empezó a crecer debajo de su cuerpo. 

Se oyeron gritos y hubo una estampida. Yo también corrí.

Alcancé a ver que los amigos de Hernán lo tomaban de los brazos y lo metían a la fuerza a un local que tenía la cortina a media altura.  Sin saber como, los seguí al interior. Me acerqué a Hernán y tomé su mano, que estaba inerte. No la retiró pero tampoco respondió a la presión de mis dedos.

Estaba pálido, como sin sangre.  

-¿ Por qué lo hiciste, Hernán?- le pregunté, desesperada.

Me miró como si no entendiera y en sus ojos noté que no me reconocía. En esos momentos, ni siquiera sabía quién era yo.

Me puse a llorar y sin poder contenerme, empecé a besar su mano, mojándola con mis lágrimas.  ¡ Yo te quiero, Hernán!  le decía en mi delirio.

Uno de sus amigos me tomó del codo y me sacó a la vereda.

Me volví y lo miré por última vez. Estaba inmóvil, ajeno a todo.  Entendí que ni había notado que yo había estado junto a él, hablándole.

Sus ojos estaban fijos en un rayo de sol que entraba por una claraboya. Levantaba su cara hacia ese resplandor, como buscando una luz que lo sacara de las tinieblas.

Afuera estaba Mariela y me tomó por los hombros con rabia. 

-¿ Qué hablaste con él?  ¿ Qué le dijiste?

-¡ Nada!- le grité- ¡ Nada!

Y me solté de sus manos .

-¡ Mentirosa!  ¡ Algo tuvo que decirte él, cuando estabas adentro!

Me alejé sin contestarle y no me siguió.  Se quedó llorando, pegada a la reja del local donde Hernán se había refugiado.

A lo lejos se escuchaban los gritos de la protesta que ya se iba disolviendo, mezclados con la sirena de la ambulancia...

Vi que al carabineros se lo habían llevado. En un segundo, la calle había quedado desierta y la poza de sangre empezaba a secarse sobre el pavimento.

Pensé en qué pasaría con Hernán. Algún testigo lo delataría y pronto llegarían a detenerlo. O quizás su familia lograría esconderlo y lo sacarían del país, antes de que eso pasara...

Me fui despacio, caminando sin rumbo. Volvía a ver su rostro pálido, levantado hacia el rayo de sol y sus ojos oscuros, cargados de un dolor sin esperanzas.

Pensé en que dos vidas habían sido destruidas en un solo instante.

Nunca lo volvimos a ver.



4 comentarios:

  1. Este relato seguro estará en tu antología, Lillian. Escribes cada vez mejor...

    Abrazo hasta allá. (perdona la demora en venir a comentar)

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  2. Con el pazo de los años solo mis fantasias me ayudan a no decaer

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  3. ERES CULTA Y AMENA Y TU SENTIMIENTOS SON LOS DE UNA POETA

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  4. Intenso este cuento
    Hay razones que nunca sabemos que se esconden en un atormentado corazón...

    Abrazo

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