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domingo, 15 de agosto de 2021

LA HISTORIA DE FAUSTO.

( Inspirada en la obra de Goethe)


Fausto amaba a Margarita.

Ella había pasado un día a su lado, en medio de la multitud, y su cuerpo joven lo había rozado, haciéndolo estremecer. Sintió frío y luego pareció que una llamarada lo envolvía, consumiéndolo.

Desde entonces, no tuvo paz.

Se sentía viejo y hacía tiempo ya que había decidido renunciar al amor. Temía ser humillado. Lo avergonzaban las arrugas en su cara y su cuerpo enjuto, que se iba encorvando de a poco, como si buscara el reposo de la tierra.

Pero, entonces había conocido a Margarita y la pasión lo afiebraba día y noche, sin darle tregua.

Un día, en el bar, conoció a un hombre. Se sentó frente a él en la mesa que ocupaba, con un vaso en la mano y le preguntó si podía acompañarlo. No era viejo ni joven, no era feo ni hermoso, pero su rostro alargado y pálido, no parecía terrenal. Tenía el pelo negro y un bigote, muy negro también, se curvaba sobre sus labios.

Luego de paladear unos sorbos de vino, el hombre lo miró fijamente:

-Sé cual es tu problema, Fausto, y yo podría ayudarte.

-¿ Qué dice?  ¿ Qué sabe usted?- gritó Fausto ofuscado.

-Te digo que lo sé todo y que Margarita podría amarte, si yo interviniera...

Fausto comprendió quién era el desconocido y tuvo miedo. Se alzó en su silla para irse, pero lo inusitado de la situación lo retuvo y sintió que necesitaba ir hasta el fin.

-¿ Qué quiere a cambio?- murumuró, aterrado de su propia osadía.

-Yo nunca he engañado a nadie. A todos les digo que deben pagarme al cabo de un año...

-¡ Le pregunto que cual es el precio!

-Tu alma, por supuesto- se rió el hombre y alzando su vaso, agregó: ¡ salud!

Fauto entendió que el pacto estaba sellado.

Esa noche no durmió, pero al otro día, al mirarse en el espejo, se vio rejuvenecido. Las arrugas de su frente se habían alisado y en sus ojos brillaba la misma luz que habían tenido en sus años mozos.

Se dirigió a casa de Margarita y vio que ella lo estaba esperando, asomada a la reja del jardín.  ¡ Cuantas veces había rondado su calle y se había aferrado a los barrotes de esa reja, desfalleciendo de amor!

Cogió sus manos y le confesó que la había querido desde siempre, desde antes de conocerla, cuando solo la soñaba.

Ella lo invitó a entrar, y ya en el interior, se entregó a sus brazos.

Fueron felices durante unos meses, pero un día Fausto despertó aterrado. Había soñado que en el fondo de una cueva en tinieblas, lo miraban  dos ojos ardientes como brasas...

-¡ Tenemos que irnos lejos, Margarita!  ¡ A donde nadie pueda encontrarnos!

Subieron a un tren que los llevó a través de muchas ciudades y se bajaron en la última estación, que estaba a orillas del mar.

Margarita quiso quedarse, pero Fausto sentía que todavía no estaban lo suficientemente lejos de su acreedor. Así es que tomaron pasajes en un barco que surcó el océano y los depositó en un puerto cuyo nombre no habían escuchado jamás.  

¡ Aquí seremos felices! -  aseguró Margarita.

Vivieron durante unos meses en una aldea de pescadores. Pero Fausto estaba consciente de que el tiempo pasaba, que se acercaba el día en que debería entregar su alma y con ella, su vida. Creía ver a su torturador  en cada transeúnte con quién se cruzaban en la calle y de noche no dormía, sintiendo que el miedo le clavaba las zarpas en el pecho, como un animal feroz.

Un día, en el mercado, escucharon comentar que un desconocido había llegado a la aldea. La gente aseguraba que nadie lo había visto antes y que parecía que buscaba a alguien, pero nadie sabía a quién.

-Margarita ¡ es preciso que nos vayamos de aquí!  

Ese día había nevado y más allá de los bosques que circundaban el poblado, había una planicie blanca que parecía no tener fin.

Contrataron a un hombre que conducía un trineo, para que los llevara lo más lejos posible. Después de dos horas de marcha, el hombre les dijo que no podía llegar más allá.

-Estamos cerca del polo Sur. Detrás de esa montaña no hay nada más, solo nieve y hielo.

Fausto pensó que precisamente ese día se  cumplía un año desde su encuentro con el hombre en el bar. ¿ Estarían lo suficientemente lejos para que no pudiera alcanzarlos?

Se bajaron del trineo y siguieron caminando por la planicie sin fin. El cielo y el suelo eran igualmente blancos y se confundían como si ya no hubiera vida  en la tierra.  Los rodeaba una Nada, que remedaba  a la Muerte.

-¡ Tengo frío!- se quejó Margarita, tiritando.

-No te preocupes, mi amor- respondió Fausto, abrazándola- Allá veo a un leñador que está parado junto a una fogata. ¡Vamos allá, para que entremos en calor!

Cuando lo vieron de cerca, quisieron retroceder, pero era inútil. 

No era un leñador. Era un hombre pálido, con el pelo negro como el azabache.  Y no era una fogata la que ardía a sus pies, sino el hielo mismo que se quemaba sin derretirse, formando un círculo de llamas a su alrededor.

-¡ Te estaba esperando, Fausto! -exclamó sonriendo-  ¡ Te felicito por ser tan puntual!  





5 comentarios:

  1. Tu amor hacia la literatura sigue aumentando

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  2. esta Fausto era un poco tonto, sobre todo si habia leido a GOETHE, pero bueno si los dos difrutaron eso que se lleva, a ver qué hace ahora Maragrita en el polo.
    saludos

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    1. Gabiliante, me reí mucho con tu comentario. jaja Parece que la que había leído el libro era yo, no el personaje. Pero, aunque hubiera sido así, seguro él habría dicho: Le pasó a otro, pero a mi no me va a pasar.

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  3. Pagarle finalmente no puede ser peor que habérsela vendido hace un año, no?... Lo que nunca me gustó de Fausto (en ninguna de sus versiones) es su falta de dignidad y coraje.

    Abrazo hasta allá.


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  4. Un muy buen ejemplo de lo que sucede cuando se hacen las cosas sin pensar realmente ...dejándose llevar por solo el anhelo de una pasión que pierde todo valor.

    Besos mil.

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