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domingo, 14 de marzo de 2021

EL CUENTO DE CAPERUCITA.

Rosita quedó huérfana a los diecisiete años y fue a vivir con su abuela en las afueras del pueblo.

Había terminado la secundaria y comprendió que no podría seguir estudiando y que debía buscar trabajo. No sabía hacer nada, pero era bonita y de buen trato, así es que pronto encontró un puesto de vendedora en la panadería.

Ese primer invierno de su nueva vida hizo mucho frío y la abuela le tejió un gorro de lana roja, para que se protegiera de la helada matinal.  Pronto los vecinos empezaron a llamarla afectuosamente "Caperucita Roja", pero no faltó una mujer que comentara con insidia:

-¡ Pronto vamos a ver a algún lobo rondándola!

Quizás fue mera coincidencia, pero al poco tiempo, un joven desconocido empezó a rondar la panadería. Casi todos los días pasaba a comprar un pastel, pero pronto quedó claro que no era el azúcar de las golosinas lo que lo tentaba, sino la dulzura que mostraba Rosita.

Ella empezó a alegrarse cunado lo veía entrar y a ruborizarse cuando le dirigía la palabra.

Un anochecer, al salir de la tienda, lo vio esperándola en la vereda.

-Te acompaño a tu casa, Rosita.

-Pero es lejos....-objetó ella.

-Con mayor razón, entonces. No es conveniente que una niña tan bonita ande sola por las calles a esta hora.

Rosita se puso como la grana y él pareció complacido al notar su turbación.

-¿ Con quién vives, Caperucita Roja?

 -Solo con mi abuelita- suspiró ella y el recuerdo de sus padres muertos hizo acudir lágrimas a sus ojos.

-¿ Y no tienen miedo de vivir tan solas?

-No. En el pueblo la gente es buena. Además, en la casa no hay nada que robar.

-Pero, tu abuelita tendrá joyas, quizás- insinuó él.

-No, no tiene. Lo único que hay es una colección de monedas antiguas que dejó mi abuelo. Pero no creo que tengan valor...¡ Son sólo un recuerdo!

-Pero, hay que ser precavido...Me imagino que tu abuelita tendrá siempre el cerrojo puesto.

-No, ella no desconfía de nadie. El cerrojo lo pongo yo en la noche, cuando vuelvo a la casa.

Lo miró disgustada y quiso cambiar de tema:

-¡ No hablemos más de ladrones ¿quieres?  Ni siquiera me has dicho como te llamas.

-Me llamo Alberto y desde que te ví, pienso en tí a toda hora.

Empezó a ir a dejarla todas las noches y al poco tiempo, ella se atrevió a invitarlo a pasar.

El se sentó en un sillón y trató de entablar conversación con la abuela mientras Rosita se afanaba en la cocina preparando el té.

La anciana le contestaba con monosílabos y a las claras se veía que no le inspiraba confianza.

No dejó de notar como los ojos del hombre se escapaban a menudo, para clavarse en la vitrina donde refulgían las monedas.

Cuando Alberto se hubo marchado, Rosita le reprochó amargamente  a su abuela la frialdad con que lo había tratado.

-Rosita, no quisiera contrariarte, pero hay algo en él que no me gusta. Esos ojos que tiene, parecen los de un lobo...

Rosita pensó que la abuela estaba celosa, que tal vez temía que ella se casara con Alberto y la dejara sola. 

Y a pesar de las advertencias de la anciana, siguió viéndolo cada tarde, confiada en que la quería como ella a él.

Un día, Alberto la llamó por teléfono  a la panadería. Le dijo que no podría ir a buscarla, pero que al salir del trabajo lo encontrara en la cafetería de la plaza, porque tenía algo importante que decirle.

Rosita se sintió emocionada. Pensó que por fín él le iba a pedir que se casaran.

Al anochecer, se dirigió presurosa al lugar de la cita.  El aún no había llegado, así es que se sentó a una mesa y pidió un café.

El tiempo empezó a transcurrir ain que Alberto apareciera. En vano, Rosita escudriñaba las sombras.  La gente pasaba apurada, porque empezaba a llover.

Pasó más de una hora y al fin, comprendió que él no se presentaría.   

 A su tristeza se sumó de pronto la angustia al pensar en su abuelita. ¡ La estaría  esperando, preocupada,  sin saber qué le había pasado!

Echó a correr bajo la lluvia.  Su gorro rojo se enredó en una rama y cayó  al barro sin que ella se detuviera a recogerlo.  Corría llorando y sus pies se hundían hasta el tobillo en los charcos helados.  Las alcantarillas, tapadas por las hojas secas, no dejaban escurrir el agua y verdaderos ríos corrían por las aceras.

Al fin llegó a la casa, pero, al querer abrir con su llave, notó que la chapa estaba rota.  La puerta se abrió sola y vio a su abuelita, echada en el sillón, blanca con la palidez de la muerte y sus ojos abiertos, que la miraban sin ver.

Dió un grito y se arrodilló a su lado. Trozos de vidrio se clavaron en sus piernas.  La vitrina estaba rota y las monedas habían desaparecido.

En ese instante escuchó que alguien, a sus espaldas, le echaba el cerrojo a la puerta. Y una voz que tanto conocía, le reprochaba con burla:

-¡ Tanto que te demoraste en llegar, Caperucita!   Tu abuela se moría de la preocupación...




5 comentarios:

  1. Ojalá ella encuentre otro final...

    Abrazos y más abrazos.

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  2. A veces no quieres creer quién tiene más experiencia. La juventud nos hace pensar que lo sabemos todo, solo que nosotros tenemos razón. Luego hay ciertas desilusiones en la vida que son muy difíciles de soportar. Que Rosita encuentre su verdadero camino.
    .
    Una semana feliz
    Abrazo… Cuídate
    .
    Pensamientos poéticos y ensueños
    .

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  3. El humor es una cualidad que nunca debes perder.

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  4. Tus escritos estan llenos de esa cultura que tu tanto trasmite.

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  5. Muchos somos torpes en la juventud a veces y se cometen esos errores...duro es aprender así.

    un abrazo grande.-

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