Imelda
se levantó temprano y en la escala tropezó con la señora de la limpieza y su
balde de detergente.
-¡
Habrá fiesta hoy!- le informó ella y le señaló con la barbilla la puerta de un
departamento.
-¿
Fiesta donde Lucy?- preguntó Imelda incrédula y agregó con desdén- ¡ Pero si
esa no tiene ni donde caerse muerta!
Por
un momento visualizó la agraciada cara de Lucy, siempre alegre y animosa cuando
salía en las mañanas a trabajar.
-¡
Claro que no tiene nada!- confirmó la aseadora- Ella misma me lo dijo. Pero
está segura de que todos llevarán algo y la fiesta será un éxito. ¡ Invitó a
todos los habitantes del edificio! Dice que no quiere que nadie esté solo esta
noche de Sábado...
Imelda
se puso pálida de rabia al comprender que a ella no la había invitado.
Reconoció
que después de todo, no era raro que le hiciera ese desaire. Ella nunca la
saludaba cuando se cruzaban en el vestíbulo. ¿ Y por qué la iba a saludar? ¿
Acaso sabía quién era y qué intenciones albergaba detrás de su carita hipócrita? Seguro que tenía algo que ocultar...Se lo
decía su corazón, que llevaba cuarenta años desconfiando de la gente.
¡ Así que la muy fresca invitaba a su casa esperando que la fiesta se la armaran
los demás! ¡ Ya le enseñaría ella!
Imelda
pertenecía al comité de vecinos del
edificio, así es que tenía el número telefónico de todos.
Esa
tarde empezó a llamarlos uno por uno. A todos les repetía lo mismo:
-¡
Aló, vecino! Supongo que esta noche nos
vemos en la fiesta de Lucy...Sí, pero no lo llamaba por eso. Es que ella me ha
encargado que les avise que no le lleven nada.
¡ Sí! La muy amorosa me confirmó que ya tiene todo para armar un bol de
champaña con helado de piña y dice que se amaneció preparando los canapé...Varias
docenas, me dijo, para que nadie se quede con hambre...
En la noche, cuando faltaban poco para las once,
a Imelda la devoraban las ansias de comprobar el fracaso de su enemiga.
Bajó
la escala despacito y sorprendida, escuchó una música bailable que surgía del
departamento de Lucy. Risas y rumor de conversaciones llegaron a sus oídos.
Vio
la puerta entre abierta y se acercó con cautela. Sobe la mesa del comedor
divisó una enorme ponchera llena de champaña con helados y varias bandejas de
canapés que lucían cual de todos más apetitoso.
Lucy
la vio inmóvil en el umbral y la llamó con una sonrisa:
-¡
Pase, Señorita Imelda! Creí que ya no
vendría...
¡
Hipócrita! Finge que me invitó- pensó Imelda, pero no pudo evitar las ganas de
averiguar como había logrado reunir ese magnífico bufet.
-¡
Como se ha esmerado usted, preparando estas delicias!
-No,
señorita Imelda, si yo no tenía nada...Pero temprano llegó un mensajero del
restaurant cercano y me lo trajo todo. ¡ No me quiso decir quién me lo enviaba!
-¡
Qué suerte! ¿ No?- refunfuñó Imelda, rabiosa y se fue, alegando que tenía un
compromiso.
Subió
la escala a tropezones. ¿ Como era posible que justo el bufet que se había
divertido en describirle a los vecinos era el que le hubieran enviado? Quería
decir que alguno se había dado cuenta de que ella quería hacer fracasar a Lucy
y había querido darle una lección.
Roja
de vergüenza y de rabia, se inclinó para abrir su puerta y entonces vio asomar
un sobre debajo del felpudo. ¡ Era una invitación a su nombre escrita por Lucy!
Probablemente hacía días que estaba ahí....
Entró
a su dormitorio a cambiarse ropa.
¡ Por
supuesto que iré a la fiesta!- murmuró con una risita- ¡ Después de todo, fue
gracias a mí que resultó tan exitosa !
Rabia,indiferencias,envidias,todos son muy malos consejeros
ResponderEliminarBueno , hay seres así que nunca aprenden
ResponderEliminar}viven una vida sin darse cuenta de su propia existencia, preocupados de otros y sin gozar lo que tienen ...
cuánta pobreza de espíritu ahí, por eso esta el mundo tan al revés...aunque es un cuento , no es menos cierto de estas realidades en tantas partes.
Cuidate y tengas bellos días.