Estaba
sentada tras la ventana, mirando caer la tarde, cuando vi pasar ante mí un
ángel en bicicleta. Tal como se los digo.
¡
Creí que soñaba! Pero, como me sentía
bien despierta, salí corriendo a comprobar el prodigio. ¡ Y ahí estaba!
Lo
divisé doblando la esquina con un aire de felicidad y una pericia ciclística
que me dejaron pasmada.
Me
precipité por detrás y alcancé a
sujetarlo por el borde del asiento.
Entonces
comprobé que era un ángel viejo. Mejor dicho, una viejecita con trazas de
ángel.
Llevaba
el escaso pelo gris sujeto en un rodete minúsculo que más parecía un mojón de
gato. Sus alas no eran esplendorosas como cabría esperar, sino bastante raídas.
Constantemente se le iban desprendiendo plumas como si estuviera pelechando.
-¿Eres
de verdad un ángel?- le pregunté.
-¡
Claro que sí! Y hace ya bastante tiempo...
-¿ Y qué andas haciendo aquí en la tierra,
montada en una bicicleta?
- Me
dieron permiso para venir a recorrer mi antiguo barrio. Pero solo por esta
tarde...
-¿ Y
por qué precisamente ésta y ninguna otra?
-¡
Ah! Porque esta es una tarde muy
especial, en la que pueden pasar algunos prodigios.
-¿
Será por eso que puedo verte?
Porque me parece que nadie más te
ve...
El
ángel se bajó de la bicicleta y llevándola cogida del manillar, empezó a
caminar a mi lado por la vereda. Noté que mis pies hacían crujir las hojas
secas, pero los suyos parecían no tocar el suelo.
-¡
Cuéntame de tí!- le rogué, entusiasmada.
-
Bueno- accedió sin dudarlo y soltando la bicicleta, se dejó caer en un banco
con un suspiro de satisfacción.
-Cuando
me morí- empezó su relato-me encontré en un inmenso vestíbulo, donde muchas
personas hacían fila frente a un escritorio.
Se
corrió el rumor de que esperábamos turno para entrar al Paraíso. Delante de mí
había una niña de unos quince años que se veía tranquila y confiada.
Se
volvió hacia mí y me explicó:
-Parece
que primero te preguntan cual es la cosa más linda que tuviste en la
tierra y si te la quieres llevar para allá.
Yo voy a pedir llevarme una tarde en la playa, con mis papás y mis
hermanas. Ese recuerdo es lo más lindo que quiero conservar.
-Me
quedé pensativa y triste- continuó el ángel- La verdad era que mi vida había
sido monótona y solitaria. Filas de días grises, como paquetitos amontonados al
interior de una alacena. ¿ Qué podía llevarme al Paraíso que me hiciera feliz?
Y entonces se me ocurrió una idea...
-Cuando
me llegó mi turno, me encontré con un viejecito de barba blanca sentado frente
al escritorio.
-Señor-le
dije con humildad, pensando para mis adentros que era el mismísimo San Pedro el
que estaba frente a mí- Más que una cosa bonita que recordar, lo que tengo es
un deseo : ¿ Podría aprender a andar en
bicicleta?
-Me
miró sorprendido y una sonrisa distendió sus labios.
-Fui
una niña pobre-le expliqué- Nunca tuve bicicleta ni pude aprender a andar en
una...
-¡
Está bien! Un ángel te enseñará- me
respondió y con un suave empujoncito me indicó una puerta llena de luz que se
abría frente a mí.
-Resumiendo
mi historia, cuando aprendí a pedalear y a mantener el equilibrio, pedí una
última cosa: que me dejaran venir a recorrer en bicicleta las calles de mi
barrio, como siempre había soñado.
Así
termino su relato el ángel, con una
sonrisa que hacía resplandecer las arrugas de su cara con auténtico júbilo celestial.
Montó
en su bicicleta con una agilidad sorprendente para alguien tan viejo y haciendo
sonar la campanilla se perdió calle abajo.
Vi su silueta diluirse entre las sombras del
atardecer y corrí a mi casa a escribir su mágica historia, antes de que se me
olvidaran los detalles.
Vaya, muy linda historia y dibujo...te diré que tampoco se subirme a una bici...la vez que quería aprender me di muchos golpes y tengo pésimo equilibrio.
ResponderEliminarSeguro que esa alma si es feliz haciendo ese recorrido.
Feliz semana.
Esta es una de las mejores historia que han salido de tu imaginación.
ResponderEliminarNunca debes de dejar de soñar