Empezó
a llover temprano y cuando Carlos salió de su oficina, ya las calles estaban
inundadas.
En el
paradero de buses vio sentada una joven. Tenía las manos sobre su regazo y
miraba caer la lluvia con tranquilidad. Varios buses pasaron sin que hiciera
amago de subir a alguno. Como empezaba a anochecer, Carlos se preocupó por
ella.
-Disculpa,
hace rato que te veo aquí, sola. ¿ Puedo ayudarte en algo?
-No
se preocupe- respondió ella, sonriendo- En realidad no estoy aquí. Hay alguien
que me está recordando y su recuerdo me sitúa en este paradero.
Carlos
pensó que se estaba burlando de él.
-¡ No
te entiendo!- le dijo, molesto.
-Es
bien simple. Yo soy solo el recuerdo que alguien tiene de mí. Con la fuerza de su nostalgia me trae a este
paradero y solo me quedaré mientras esté pensando en mí.
De
repente, su figura empezó a palidecer y a diluirse en las sombras.
-¿ Lo
ve? -preguntó con tristeza- Ya me está
apartando de su mente.
Clavó
en Carlos unos ojos llenos de pesar y en seguida desapareció.
Carlos
se quedó perplejo y pensó que había tenido una visión, o que por un segundo se
había dormido y había soñado. Era tan
absurdo el dialogo que acababa de tener, que prefirió olvidarlo.
Después
de una semana, volvió a llover y encontró a la joven en el mismo paradero.
-¿ De
nuevo te están recordando?- le preguntó con tono irónico.
Ella
lo miró serena y le respondió con sencillez, sin hacer caso del tono escéptico
de su voz.
-Un
día de lluvia, como hoy, nos conocimos en este paradero. Por eso, cuando él
piensa en mí, sus recuerdos me traen a este lugar.
-Y ¿
por qué no sale a buscarte, en vez de pensar en ti?
-Porque
ya no hay ningún lugar en el que pueda encontrarme.
Carlos
se quedó mudo, tratando de entender.
-Sí-continuó
ella, sin alterarse- Hacen ya dos años de mi muerte . Sé que me está olvidando. Lucha por no
hacerlo, pero la fuerza de la vida lo
está venciendo. Pronto me borrará de su memoria..
-¡ No
digas eso!- exclamó Carlos, conmovido.
-Pero
¿ es que acaso no se fija? ¿ No nota que mi figura se va diluyendo?
Carlos
comprobó con dolor que era cierto. El cuerpo de la joven se iba haciendo
transparente y a ratos se confundía con las sombras del anochecer.
-Debiera
alegrarme saber que ya no sufre- suspiró ella- y sin embargo me duele. Todos
los que me quisieron están empezando a olvidarme. Ya nadie me recuerda con
suficiente fuerza como para traerme de nuevo al mundo.
Mientras
hablaba, su imagen se fue borrando en la lluvia. Lo último que vio Carlos
fueron sus ojos, grandes y tristes, que lo miraba desde la penumbra que iba
envolviendo la ciudad.
Nunca
más volvió a verla y comprendió que ya todos la habían olvidado.
Un triste relato
ResponderEliminar...será eso de verdad que cuando ya nadie te recuerdes es cuando realmente mueres...
pero somos más que recuerdos, los que tenemos fe y esperanza en el amor divino, allí donde nunca estaremos solos.
Un abrazo grande.