Pablo
se detuvo frente a un cuadro que ocupaba casi toda una pared del Museo.
Representaba un paisaje marino de extraordinario realismo. Se sorprendió al ver
un delgado hilo de agua que se deslizaba fuera del marco y goteaba sobre la alfombra.
-¡ El
mar se estás rebalsando! -gritó el
chiquillo ,pero nadie lo escuchó, porque la profesora había conducido al resto
de la clase a la sala contigua.
Se
acercó más y aspiró un fuerte olor a yodo. Chispitas de humedad le salpicaban
la cara.
No se
sorprendió demasiado, porque estaba seguro de que el mundo era mucho más
interesante de lo que la gente creía.
Vio que en el mar había un bote y en el bote, un pescador. Parecía absorto en
la tarea de desenredar unas algas que se habían adherido a la red. De pronto, levantó la cabeza y miró a Pablo.
En ese preciso momento, se acercó su amigo
Juan.
-¡
Pablo! ¿ Qué haces aquí? Te quedaste
hipnotizado con este cuadro...
-Pero
¡mira! ¿ No te das cuenta de que es real
? ¡Si hasta se oye el ruido de las olas!
-¡
Estás loco, hombre! ¡Vamos! ¡ Hay que
mucho que ver todavía!
El
pescador había vuelto a inclinarse sobre la red y nada en el cuadro parecía
tener vida. Era solo un lienzo cubierto de pintura...
-No-dijo
Pablo- Me voy a quedar otro rato.
Y se sentó
en un banco que había junto a la pared. Decidió quedarse ahí hasta que el
pescador volviera a moverse y el mar a salirse del marco, salpicando la
alfombra.
Minutos
después, una gaviota se desprendió de la bandada que volaba sobre el bote. Dio
un par de giros atolondrados por la sala y luego regresó a su lugar en la
pintura.
Pablo
se rió encantado y pensó que iba por buen camino, que era cosa de armarse de
paciencia...
Más
tarde, el cuidador del Museo se acercó a
advertirle:
-Dentro
de cinco minutos vamos a cerrar.
Y se
alejó silbando por el pasillo.
Pablo
vio entonces que el pescador maniobraba los remos y el bote empezaba a
acercarse.
El
hombre lo miró sonriendo y le hizo una
seña para que subiera a bordo.
-¡
Vamos, chico! ¿ No quieres ayudarme a
pescar? ¡ Dame una mano! ¡ Súbete!
Pablo
alzó una pierna y se encontró sentado sobre un montón de redes. El mar estaba
sereno y se extendía como una lámina de oro bajo un cielo azul, salpicado de nubes blancas.
Al cabo de un rato, cuando el cuidador del
Museo se acercó para insistirle que se
fuera, no encontró a nadie sentado en el banco.
¡ Ni siquiera vi cuando se fue !-
murmuró extrañado.
No
miró el cuadro porque no le interesaba la pintura. Si a él no lo habían
contratado para opinar sobre Arte...
¿para qué se iba a molestar?
Así
es que no notó que algo había cambiado.
Ahora el bote llevaba de pasajero a una
muchachito que ayudaba al pescador a
extender las redes. Se reía feliz, con las manos sumergidas en el agua del mar.
En el cuadro había empezado a atardecer y un
resplandor rojo y dorado iba tiñendo el cielo...
Hola amiga
ResponderEliminarque bello cuento, mágico de todas luces
muy enigmático que me da esos tintes de las Crónicas de Narnia ...
a veces sucede que un cuadro de pintura tiene mucha magia
traspasa sentimientos y eleva la imaginación...
te dejo un abrazo.
Mientras desayunaba, he pasado un rato de lo más entretenido leyendo tu cuento.
ResponderEliminarMe imaginaba en el museo mirando ese cuadro y comprendo que, dependiendo de la sensibilidad de cada persona, se puede disfrutar de sensaciones que otros no pueden ver, ni siquiera imaginar.
A mí,en un viaje reciente, al entrar en el apartamento que habíamos reservado, me ha pasado algo parecido con el cuadro de una barca que estaba colgado en la pared de un estrecho pasillo, sólo yo he reparado en él, ya que, a nuestro regreso, mis hijas, al ver la foto, me han preguntado ¿De dónde la has sacado?, pero yo no he ido tan lejos como ha hecho el niño, a mí sólo me ha inspirado un poema que he escrito en la última entrada de mi blog.
Te dejo cariños en un fuerte abrazo.
kasioles
Muy bueno tu relato.
ResponderEliminarPaso a saludarte
ResponderEliminarabrir los ojos, necesitamos encadenar el alm a las cosas que nos dan vida
besos.