Humberto
miró a su alrededor sorprendido y se dio cuenta de que no reconocía nada. Ni
los muebles del dormitorio ni el pasillo que llevaba a los otros cuartos. ¡
Nada! Como si viera esa casa por primera
vez...
No
entendía lo que le pasaba, tenía la mente en blanco. Se frotó la cabeza
pensando que se había dado algún golpe. La verdad era que no sabía ni siquiera
como había llegado ahí.
De
pronto, entró una mujer vestida con elegancia. Lo miró fríamente y sin decirle
nada, tomó un bolso y un abrigo que estaban sobre la cama.
Humberto
no sabía quién era, pero decidió disimular con una frase trivial que no lo
delatara.
-¿
Vas a salir ?
Ella
lo miró un segundo y le contestó con rabia:
-Sí,
voy a salir con mis amigas. ¿ O crees
que voy a estar de esclava en la casa todo el día? Tengo mis derechos ¿ no?
Humberto
lamentó haber hablado y en silencio, caminó tras ella fuera del dormitorio.
En el
salón vio a dos niños. Estaba sentados muy quietos, como hipnotizados frente al
televisor.
¡ Mis
hijos! pensó Humberto. Pero ¿ porqué no
siento nada por ellos? ¿ Qué me pasa?
Y
esta mujer... Se supone que estoy casado con ella, pero no me acuerdo de
haberla conocido.
Creo
que estoy enfermo, que he perdido la memoria. ¡ Que nadie se dé cuenta.... o me
mandarán a un hospicio!
El
día trascurrió muy lento. La mujer volvió tarde, sin dar explicaciones y se
puso a preparar la cena.
Humberto
se miró y vio que iba vestido con un traje formal. Debo haber ido a la oficina, pensó , pero su
mente no le devolvió ninguna imagen...
Y
ahora ¿ qué hago? Si hablo, se darán
cuenta de lo que me pasa, pero si no,
también les parecerá raro.
-¡ Me
fue bien en el trabajo!- exclamó con jovialidad forzada - ¡Hoy ha sido un día bueno para los negocios!
-Me
alegro- respondió ella- ¿ Quieres que te sirva un trago antes de cenar?
Humberto
aceptó con agrado. ¡ Hacía rato que sentía la boca reseca!
Le pareció que las cosas se iban
desenvolviendo con naturalidad y que disimular era más fácil de lo que creía.
En la
tarde, se escuchó fuera de la casa un ruido ensordecedor. Era como si una
manada de bisontes hubiera irrumpido en el vecindario.
La
casa se estremeció. Los niños se
aferraron al sillón, la mujer gritó y Humberto cayó de espaldas sobre la
alfombra.
Desde
ahí vio que una mano enorme levantaba el techo de la casa. Por el hueco se
asomó la cara de una niña gigantesca. Riendo, exclamó:
-¡
Ay! ¡ Qué linda la casita de juguete que
me regalaron! Y los muñecos...Son una
familia... ¡Me voy a entretener mucho jugando con ellos!
Introdujo
la mano al interior de la casa y los fue sacando uno por uno.
-¡
Ya! Tú eres el papá...¡ Pero no creas
que le vas a pegar a los niños! ¡ Si
llegas borracho, son ellos los que te van a pegar a tí!
-Y tú
eres la mamá...¡ Qué elegante estás! ¿
Vas a salir de nuevo con tus amigas?
Pero esta vez no vuelvas de madrugada ¿ me oíste?
Luego
tomó a los dos muñecos que representaban a los niños.
-¡
Siéntense tranquilos a ver la televisión!
Nada de ensuciar ni desordenar...Y si la mamá se atrasa, ustedes mismos
se calientan la comida en el microondas.
Pero,
en seguida se conmovió y los apretó contra la pechera de su delantal.
-¡
Ya! ¡No tengan miedo ! La puerta está
bien cerrada y nadie va a entrar cuando estén solos...¡ No lloren !
Ya saben que los niños grandes no
deben llorar...
Cuanta imaginación
ResponderEliminaren verdad me sorprendí!
y si ellos sintieran de verdad?
Lamento haber destruido unas cuantas muñecas :((
Pero me falto decir que sin embargo conservo aún esas muñecas de carey y de goma que me trajera mi madre de segunda mano, pero para mi son reliquias...
EliminarBuenos días mi niña... Como cada domingo vengo a visitar tus letras y empaparme de ellas; nunca me dejan indiferente. Un besazo desde España
ResponderEliminarMagdeli, mi primera muñeca fue de trapo y le puse Toncha. Pero, en este cuento, yo puse especial énfasis en lo que le dice la niñita a los muñecos, porque es el reflejo fiel de lo que ve ella en su hogar.
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