Marina
era feliz como nunca antes. Hubiera querido vivir eternamente, para disfrutar
de su amor. Edmundo se había convertido en poco tiempo, en lo más importante de
su existencia.
Antes
de conocerlo, se sentía a menudo triste y sin entusiasmo. Pero cuando lo vio y
sus miradas se cruzaron, una ráfaga de alegría arrebató su corazón y lo elevó
como una cometa, más arriba de las nubes.
¡ Y
qué suerte, qué suerte que él también se hubiera enamorado!
Eso
iba pensando mientras se dirigía muy temprano a su trabajo. Sonreía sin darse
cuenta y mucha gente le devolvía el gesto, pensando tal vez que la conocían o
sencillamente porque se alegraban de ver sonreír a alguien a esa hora de la
mañana.
Al
pasar frente a una Iglesia, sintió un vehemente deseo de entrar a darle gracias
a Dios por su buena suerte.
Se
arrodilló frente al altar mayor y estuvo rezando durante unos minutos. Sin
querer, se fijó en una puerta vieja y herrumbrosa que había a un costado del
altar y en la que nunca había reparado antes.
-¿ Ha
estado siempre ahí?- se preguntó, intrigada.
La empujó suavemente y la puerta cedió al
contacto de su mano.
Quedó
sobrecogida al encontrarse en un recinto muy grande, sumergido en una especie
de penumbra azul. Allí no había imágenes sagradas ni reclinatorios. Solo
grandes mesones sobre los que ardían miles de lamparitas. Eran vasos de vidrio
conteniendo aceite, sobre el que flotaban mechas encendidas. En algunos, el
aceite estaba casi al tope . En otros,
apenas quedaba un resto y la llama empezaba a extinguirse por falta de
combustible.
-¿
Qué es ésto?- exclamó Marina en voz alta- ¿ Qué serán todas estas lámparas?
-Cada
una es la vida de una persona- replicó una voz a sus espaldas.
Era
un monje muy anciano el que hablaba y su expresión era serena y bondadosa.
-Entonces
¿ está también la mía?
-Por
supuesto que sí. Cada mesón representa un año. Busca el que corresponde al de
tu nacimiento y seguro que la vas a encontrar.
La
dejó sola y Marina empezó a recorrer el enorme recinto hasta que localizó al
fin su lámpara. Angustiada vio que le quedaba poco aceite.
-Pero
¿ como? Eso quiere decir que voy a morir
pronto...Y yo, que lo único que quería era vivir junto a mi amor el mayor
tiempo posible... ¡ No puedo aceptar algo tan cruel!
Sin
querer, se fijó en el vaso contiguo al suyo y vio que estaba lleno de aceite
hasta el borde.
Titubeó un momento, pero luego cedió a la
tentación y lo tomó. Solo quería sacar unas gotas, pero, al
escuchar los pasos del monje hizo un movimiento brusco y sin querer, vació casi
todo el contenido en el suyo.
-¿
Qué haces, niña?- le reprochó el anciano- ¿ Estás robando la vida de otro?
-¡ Lo
siento! Quería un poquito de aceite,
nada más...¡ Ansío tanto vivir! Ahora
que he encontrado el amor, necesito más tiempo para disfrutarlo junto al hombre
que amo...
-¿ Y
no miraste el nombre de la persona a quién estabas despojando?
-No
se me ocurrió...
-¡
Ahora puedes mirarlo!
-¡
Edmundo! -gritó ella aterrada -¡ No
puede ser! ¿ Qué hice, Dios mío?
El
monje la miró con severidad.
-¡
Por favor! Ayúdeme a devolver el
aceite...¡ Quiero que él viva! No me
importa morir yo.
-Lo
lamento. Ya no es posible deshacer lo que hiciste.
Marina
escapó llorando a gritos. Salió corriendo de la Iglesia. La desesperación y el
horror la aniquilaban.
-¡ No
puede ser! ¡ No puede ser! Edmundo, mi
amor... ¿ Qué hice?
Iba
llorando por la calle y la gente la miraba sorprendida. Otros se reían,
creyéndola una loca.
Se
detuvo y quiso volver sobre sus pasos. ¡ Necesitaba hablar con el monje ! Tenía
que haber alguna forma de remediar lo que había hecho...
Entró
en la Iglesia y buscó la puerta que conducía al recinto secreto. Pero fue
inútil. Junto al altar mayor únicamente había un muro sólido.
-¡
Entonces quiere decir que soñé despierta! - exclamó, esperanzada- Nada de eso sucedió. Todo fue fruto de mi
imaginación.
Se había hecho tarde y en lugar de ir al
trabajo, tomó un taxi para llegar pronto al departamento que compartía con
Edmundo.
-¡ Mi
amor! ¿ Donde estás?- gritó desde la
puerta - Tenía tantas ganas de volver a verte...
Lo
encontró sentado en un sillón, con aspecto abatido. Ni siquiera levantó la
cabeza al oírla entrar.
-¿
Qué te pasa, mi amor? ¿ Qué te preocupa?
-Ha
pasado una cosa terrible- le respondió él, con voz alterada- Yo me sentía muy
sano....Pero esta mañana me pidió el médico que fuera a su consultorio...Tenía
el resultado de mis exámenes. Me dijo la verdad, sin miramientos...Estoy muy
enfermo. Me quedan apenas seis meses de
vida.
Tener ganas de vivir es bueno, pero a veces el no querer aceptar que cuendo llegue el tiempo nos iremos, es peoor.
ResponderEliminarVoy a dar un repaso.
Sigo ausente, pero los "raticos" que tengo aprovecho para visitaros.
Un abrazo.
Ambar
Puff, el miedo a partir aunque sea la una constancia vital del ser humano, es intrinseco a nosotros mismos... Buena semana
ResponderEliminarVuelvo a admirar el buén manejo que hace de las letras,simpre acompañada por esa gran fantasia
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
El miedo a irnos siempre está ahí, aunque sea una realidad, y es complicado, pero hay que intentar ser conscientes de ello. Muy buen escrito amiga. Un fuerte abrazo y buen fin de semana.
ResponderEliminar___________________¶¶¶¶¶¶
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Una latente realidad...el miedo a morir y sobretodo a sostener aquello que creemos merecemos vivir eternamente ...como si eso fuera lo único que nos mantiene vivos...
tarde uno comprende que nada es para siempre
ni la vida...
de a poco aprendemos a valorar lo que tenemos ...aquello donado día a día y agradecer por ello...
besos.