Una
mañana, el guardia del Louvre que recorría las galerías comprobando que todo
estuviera en orden, se detuvo atónito frente al retrato de la Gioconda.
¡Ella
había desaparecido!
No
era que hubieran robado el cuadro, no. Estaba ahí mismo, tras la protección del
cristal, pero vacío. Solo quedaban los árboles sombríos y las colinas
difuminadas que habían servido de
fondo...Era ella la que había desaparecido sin explicación.
La
noticia se viralizó en cuestión de minutos y cientos de personas se agolparon
frente al Museo.
Se
daban cuenta de que habían perdido la sonrisa más hermosa del mundo y
suspiraban, consternados.
¿ Y
donde estaba ella, mientras tanto?
Agobiada
por la nostalgia, después de siglos de inmovilidad, se había escapado para buscar a su creador.
Vagaba
por París, que era la última ciudad donde habían estado juntos. Pero, la encontraba tan cambiada que se asustó.
Enormes
máquinas recorrían las calles rugiendo y haciendo sonar bocinas estridentes.
Se vio empujada y zarandeada por una multitud
que corría como si en ello le fuera la vida. Nadie la miraba ni se detenía a
preguntarle si estaba perdida.
Cayó
la noche y disminuyó el flujo de gente, pero se encendieron miles de luces que
la cegaban.
-Leonardo,
Maestro...¿ donde estás?- susurró en voz baja y cubriéndose la cara con las
manos, se puso a llorar.
Siguió
caminando sin mirar y chocó con alguien. Por un segundo, su frente entró en
contacto con el pecho de un hombre.
-¿
Leonardo?- preguntó esperanzada.
Alzó
la vista y vió a un hombre joven que la miraba sin entender.
-¿
Estás perdida? ¿ Buscas a alguien?
Un
automóvil que pasó zumbando envolvió a
la Gioconda en la luz de sus faros y él la reconoció.
-¡
Dios mío! ¡ Eres tú!
Ella
asintió en silencio y al ver su expresión de asombro y de admiración, sonrió
entre sus lágrimas. Su sonrisa inefable, apenas esbozada, dejó al hombre
hechizado.
-Gioconda
¿ qué haces aquí? Todo el mundo te anda
buscando...¿ Por qué te escapaste?
-Vine a buscar a Leonardo. No quiero seguir
viviendo sin él.
-Pero
¡ si murió hace siglos! ¿ Acaso no lo
sabes?
-¿ Y
como iba a saberlo yo? Llevo una
eternidad prisionera en ese cuadro, sonriendo sin descanso mientras mi corazón
lloraba...¿ Y dices que ha muerto? ¿ Qué va a ser de mí ahora?
-Vente
conmigo. Está oscuro y hace mucho frío.
Se
sacó su chaqueta, algo vieja y se la puso sobre los hombros.
La
condujo a una pieza que arrendaba como taller. Porque era un pobre pintor que
se ganaba la vida como podía, soñando siempre con el éxito y la fama.
La
hizo acostarse en su cama estrecha y él se sentó en un sillón.
La
Gioconda se durmió llorando y el se desveló mirándola.
Recordó
de que, según la leyenda, Leonardo nunca quiso dar por terminado el cuadro, con
tal de no entregárselo al marido de ella, quien se lo había encargado...
Y
pensó que seguramente era cierto lo que decían.
¡El tampoco la habría entregado jamás !
La
Gioconda se quedó en el taller y se acostumbró a sentarse a su lado en
silencio, mirándolo pintar.
El
quería hacerle un retrato y le suplicaba que sonriera, pero ella, entre sonrisa
y sonrisa, no hacía más que suspirar.
Se
notaba triste y el mágico resplandor de su cara parecía ir extinguiéndose, como
la llama de una bujía.
Una
noche, tratando de distraerla, él encendió el televisor.
Quiso
apagarlo en seguida, cuando vio la imagen que transmitía, pero ya eras tarde.
Ella había alcanzado a ver la multitud de gente agolpada a las puertas del
Louvre.
- Aún
se ignora el paradero de La Gioconda- decía el locutor- El cuadro más famoso
del mundo está ahora vacío. La mujer cuya sonrisa misteriosa ha encantado a
generaciones, ha desaparecido sin dejar
huellas.
La
cámara recorrió los pasillos del Museo y se detuvo frente al lienzo que la
había contenido durante siglos. Ella volvió a ver los bosques sombríos y las
colinas desvaneciéndose en la bruma.
Comprendió
que tenía que volver.
Al
tomar la decisión, se sintió tranquila y sonrió de nuevo. El tomó los pinceles
y se puso a pintarla, lleno de fiebre creadora.
No
supo cuando ella salió ni la vio perderse entre las sombras.
Pero
al otro día, los titulares de los diarios y las imágenes en el televisor le
informaron donde estaba.
Se
consoló de su ausencia dando los últimos retoques al retrato que luego lo haría
famoso.
En él
aparecía la Gioconda, con los brazos cruzados sobre el pecho y su misteriosa
sonrisa, cuyo secreto nadie ha podido descifrar.
A su
espalda, se veía París, lleno de luces y al fondo, la Torre Eiffel, clavada en
el cielo, como se clava una flecha en un corazón.
Hola, acabo de dar con tu blog y me ha gustado leerte por eso me quedo siguiendo tu blog yo también tengo uno por lo que te invito a el, saludos y nos leemos ;)
ResponderEliminarhttp://estoyentrepaginas.blogspot.com.es/
Mil gracias Cristina, qué bueno que me hayas contactado. En seguida trataré de entrar a tu blog.
ResponderEliminarTus fantasias se desbordan en esa nueva narración,tus pensamientos intentan volar,de un lejano pasado a las realidades actuales
ResponderEliminarHola Lilly.
ResponderEliminarMuy bueno y diferente este relato, voy a dar un repaso.
Desde mi lugar de descanso te visito, leo y agradezco, tu compañía y recuerdo.
Un abrazo.
Ambar
Me ha encantado !!! Volveré
ResponderEliminarQue lindo estimada
ResponderEliminarse siente esa magia y la belleza de lo creado
imagínate la genialidad de un grande que aún nos da visos para seguir creando...
espero estés muy bien!