Lucía
tenía quince años cuando vio el anillo por primera vez.
Estaba
expuesto dentro de un cofrecito, en la vitrina de un pequeño bazar. Era de plata y tenía una piedra blanca que
destellaba con helado fulgor, como si fuera un pedazo de la luna.
Lucía
pasaba todos los días por frente al bazar y se detenía a mirar el anillo.
Adentro, acodada en el mesón, había una señora de cara muy amable, que le
sonreía como invitándola a entrar.
Pero
Lucía no tenía dinero y la consumía el deseo de poder comprarlo. ¿ Cuánto
costaría? ¡Seguro que una fortuna! Era tan hermoso...
Una
tarde no lo vio en la vitrina. Le latió fuerte el corazón ante la idea de que
lo hubieran vendido. ¡Pero no! Allí
estaba el cofrecito, sobre el mostrador. Seguro la dueña lo había sacado para
mostrárselo a algún cliente.
Lucía
entró al bazar y no vio a nadie. El anillo , en su lecho de terciopelo azul,
pareció destellar como invitándola a probárselo.
Rápidamente
lo sacó y se lo puso en el dedo. Sintió
que se apretaba de pronto, como si le hubieran brotado garfios de metal que se
incrustaran en su carne.
Trató
de quitárselo, pero fue inútil. Entonces pensó en huir, antes de que entrara la
dueña. Pero, ella apareció desde la trastienda y al ver a Lucía con el anillo
puesto, exclamó furiosa:
-¡
Ladrona! ¿ Te lo querías llevar?
-No,
señora. ¡ Perdone! ¡Es que no puedo
sacármelo!
-Y no
podrás nunca, mientras vivas...
La
cara de la mujer se había transformado. Ya no era amable. Al contrario, sus
razgos se contraían en una mueca llena de crueldad.
-Pero,
¿ por qué ? ¿ Qué quiere usted decir...?
-Quiero
decir que está embrujado. Es el anillo de la Soledad. Quién lo lleve no podrá
amar ni ser amado nunca. ¡ Ese será tu castigo, por ladrona!
Lucía
trató una vez más de sacarse el anillo y al no conseguirlo, escapó llorando del
bazar, seguida por la risa de la mujer que sin lugar a dudas era una bruja.
Y así
vivió muchos años sola, llevando en el pecho un corazón tan frío como la piedra
del anillo que brillaba en su dedo y que parecía aferrase a su carne con garfios
indestructibles.
Sus
padres murieron y se quedó viviendo en la casa desierta, sin visitar a nadie y
sin que nadie se interesara en ir a verla.
Su
corazón vacío latía regularmente, como el engranaje de un reloj , marcando sus
horas inútiles. Tic tac tic tac ¡ Buenos días, tristeza! Tic tac
tic tac ¡ Buenas noches, soledad!
Su pelo se volvió gris y su cuerpo que había
sido esbelto, se encorvó hacia la tierra como buscando el descanso para tanto
pesar. Su mano se había arrugado y cubierto de manchas. Pero el anillo seguía
brillando en su dedo, siempre hermoso y
lleno de malignidad.
Alguien
empezó a visitarla regularmente, haciéndole mil demostraciones de cariño.
Era
Rosalba, su sobrina. Le llevaba flores
que cortaba en el campo y pasaba sus horas junto a ella, sin aburrirse jamás.
Lucía
no creía en su cariño porque sabía con certeza que la maldición del anillo la
había condenado a no ser querida por nadie. Ella tampoco sentía nada por Rosalba. Solo una irónica curiosidad por
desentrañar el motivo de sus visitas.
Siendo
ella tan pobre ¿ qué podía codiciar la niña entre sus escasas pertenencias?
¡ El
anillo, por supuesto!
A
menudo la veía seguir los movimientos de su mano mientras servía el té. Y la
piedra parecía brillar más que nunca, como queriendo acrecentar su deseo de
poseerlo.
-Tía
¿ me dejas probarme tu anillo?
-Imposible,
Rosalba. Está tan apretado que no me lo puedo quitar.
La
sobrina la miraba con odio disimulado.
¡
Vieja egoísta! ¡ Vieja mezquina! Debería regalármelo. A mi, que soy joven me luciría mucho más...¿
Para qué lo quiere ella ? ¡ Cómo si
pudieras llevártelo al otro mundo!
Pero
seguía sonriéndole con fingida ternura, mientras el deseo de poseer el anillo
le envenenaba el corazón.
En el
invierno, Lucía enfermó de pulmonía y decayó rápidamente.
Rosalba
no se despegaba de su lado, llevándole bebidas calientes y secando el sudor de
su cara marchita.
Al
fin, murió.
Antes
de que llegara alguien , Rosalba le sacó el anillo . ¡ Con qué facilidad
resbaló, después de haber pasado una vida aferrado a esa mano con garfios de
acero!
-¡
Nunca lo tuvo apretado, la muy mentirosa!- exclamó con rencor.
Lo
deslizó en su dedo y se asombró de lo bien que le calzaba. Sintió que se ceñía
a su piel, como pidiéndole que no se lo
quitara jamás.
El
ansia de su pecho se calmó. Haber logrado su deseo era lo único que le
importaba.
-¡
Por fin lo tengo! - exclamó jubilosa - ¡ Ahora sí que podré ser feliz!
Poseer una joya,nos puede hacer feliz,pero el calor de los afectos humanos son mucho más emocionnantes
ResponderEliminarSacar una foto normal y sacar una foto artistica,solo se halla en la mentalidad del fotógrafo
ResponderEliminar¡Hola otra vez!
ResponderEliminarGracias por pasar por uno de mis blogs.
Te dejo mi otro blog, más poético, por si también quieres visitarlo.
"Érase un hombre a un móvil pegado"
Saludos.
Amiga escritora,cuando menos espere de la vida,cuando menos ambiciones tenga,llegaras a ese plenitud que dice que anhela
ResponderEliminarTus notas y tus cuentos son leidos siempre por el viejo fotógrafo
ResponderEliminarme gusta tu intensidad cuando escribes lo que sientes
ResponderEliminarTe gusta la literatura,por eso tu comentñario paracen haber salidos de los sentimiemtos de una poeta
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Me dice que mis fotografias y mis comentários,te ayudan a relajarte,
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
seguro que queda comprobado otra vez
ResponderEliminarque las cosas materiales nunca nos dan esa felicidad que para muchos
a veces se les hace esquiva
siendo que todo esta latente en el corazón...
Gracias, Magdeli. Pero creo que lo más irónico es que la maldición de la SOLEDAD se va a traspasar a la nueva dueña del anillo, que cree que teniéndolo, será feliz.
EliminarIlusoria y desventurada
Eliminarhay muchas que corren tras los brillos de las vitrinas y marquesinas ....
un corazón de cristal , que no anida más que el reflejo de lo insustancial...
de eso hay muchos ejemplos estimada
y de allí nadie les puede rescatar...ni siquiera el amor