Ella
tenía apenas diecisiete años, así es que ambos crecimos juntos. Ella, en medio
del mundo hostil y yo acurrucado dentro de ella.
Lloraba
mucho la flaquita, así es que mi crecer fue un tanto zarandeado, en el interior
de su pobre cuerpo sacudido por la pena.
Fue
como navegar en un mar tormentoso. Pero ¡ qué buen marinero era yo, aferrado
firmemente a los bordes de mi barquita!
Ninguna ola me iba a arrojar fuera de ella...
El
patán que nos había regalado el portazo del abandono había desaparecido sin
dejar rastros.
Aunque
debo reconocer que cuando se avecinaba mi desembarco en este mundo, anduvo
rondando por los muelles y parece que quiso volver.
Pero
la flaquita alzó la proa de su nave con orgullo y le dijo que ya era tarde, que
no lo necesitaba. Que ella muy bien se
las iba a arreglar sola.
Dijo
eso porque ignoraba que desde el principio me había tenido a mi y que yo había
jurado cuidarla y protegerla apenas tuviera fuerzas para llevarlo a cabo.
El
día en que nací y me tuvo entre sus brazos,
yo también la sostuve entre los míos y le
prometí
que me apuraría en crecer para construirle un dique que la defendiera de los
oleajes traicioneros de la vida.
Cuando
cumplí los dieciocho años, tal vez inspirado por las sacudidas oceánicas de mi
gestación, decidí hacerme marinero.
Y fue
así como conocí muchos países, algunos tan extraños que ni en mis sueños
infantiles pude imaginarlos siquiera. Pero fue en un país muy cercano,
limítrofe del nuestro, en el que conocí a un hombre con el que tampoco nunca había llegado a soñar.
Era
un borracho, de esos a quienes llaman " un perdido". Se pasaba los días adormecido en los bares,
con la cabeza gacha sobre un vaso vacío, mascullando una pena torva que lo
corroía como un ácido.
Todos
lo dejaban tranquilo, nadie quería escuchar sus confidencias. Y le regalaban
una soledad que tal vez el borracho hubiera querido cambiar por un poco de
atención.
Cuando
se le acababa el dinero, salía al muelle a descargar bultos y con lo poco
ganado, volvía al bar a embriagarse de nuevo.
Una noche lo ví en una mesa, mirando con
ansias la copa vacía. Se veía que no le quedaba dinero y que se moría de sed.
Apiadado, le pagué otra ronda y me senté frente a él a beber mi coñac.
Cuando
habló, me sorprendió reconocer a mi patria en su acento y le seguí el hilo de
la charla con más cordialidad.
Fue
desgranando su melancolía sin darse cuenta y terminó por contarme su vida.
Cuando
le pregunté si tenía familia, una mueca de amargura le torció la boca.
-¡ No
tengo, amigo... pero pude tenerla! Eso
es lo que me está matando, el remordimiento...y la vergüenza de haber sido tan
cobarde. Pensar que la quería y la abandoné cuando me confesó que esperaba un
hijo. ¡ Pobre flaquita, cómo lloraba
cuando me fui sin mirarla siquiera! ¡ Yo
quería ser libre, quería vivir ! Eso era
lo que me importaba en ese momento...
Sentí que se me apretaba la garganta y le
pregunté:
-¿ Y
no volvió a verla ?
-Me
arrepentí, se lo juro, y quise buscarla, pero me rechazó con desprecio. Aunque
era tan joven y tan flaquita, tenía el valor de una fiera para defender lo
suyo...
-¿Y
cómo se llamaba ella?
-Emelina,
así se llamaba. Emelina...
El
nombre de mi madre me atravesó el corazón como una lanza.
El
borracho seguía hablando, sin notar mi emoción.
-Lo
que más lamento, amigo, es no haber conocido a mi hijo. ¡ Ay ! Si lo tuviera aquí delante de mis ojos, le
pediría perdón...
Pude
decirle que Emelina era mi madre, que ese hijo que él había rechazado era yo.
Pero me acordé de cómo había llorado la flaquita en aquellos meses de abandono,
de cómo nos habíamos aferrado uno al otro en medio de los embates del mar
bravío...
Dejé unos billetes sobre la mesa
mugrienta y me fui sin volverme a mirarlo
ni una sola vez.
Las vueltas de la vida mi querida Lily. Lo que una vez no fue es muy difícil componer después, se necesita mucho amor para algo así.
ResponderEliminarAbrazos siempre.
cuantas historias de estas se riegan por el camino...
ResponderEliminary de esos dolores hay quienes jamás sanarán...
no tuve padre...jamás ha sido lamento por fortuna...
besos!
Gracias, Magdeli por tu comentario tan salido de tu alma. La inspiración para este cuento tiene mucho dolor verdadero, no lo dudes.
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