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domingo, 6 de agosto de 2023

UN CUENTECITO DE HORROR.

Andrea había llegado a Santiago, desde provincia,  a  cursar el primer semestre de pedagogía en Historia. Se alojaba en casa de una familia que  arrendaba habitaciones a estudiantes de la Universidad cercana.

Era una casa antigua, en un barrio periférico. Los techos eran altos, los cuartos enormes y ninguna estufa lograba calentarlos. Pero lo más anacrónico era el sótano, al que se bajaba por una empinada escalera con olor a orina de gato.

Cuando Andrea llegó, resultó ser la única pensionista. 

La familia se componía de un matrimonio de mediana edad y dos hijos ya adultos: Manuela y Alfredo.  Manuela estudiaba una profesión desconocida y Alfredo no hacía nada.  Siempre estaba sentado frente al televisor sin sonido, con cara inexpresiva y unos ojos vacíos que parecían no ver.

Sin embargo, sorpresivamente su rasgos se crispaban sin motivo aparente, como si una tormenta salvaje se estuviera incubando en su interior.

Andrea nunca había visto a un asesino en potencia, pero mirando a Alfredo, empezó a tener la convicción de que se encontraba en presencia de uno, que a la menor provocación daría rienda suelta a sus instintos.

Eso sí, no tenía miedo, porque estaba segura de que no sería ella la víctima.  Alfredo ni la miraba cuando se atravesaba en su campo visual frente al televisor, pero a Manuela la seguía con ojos torvos y de vez en cuando, un tic le deformaba la cara.

Andrea pasaba todo el día en la Universidad y solo en la noche compartía la cena con la familia. Todos comían en silencio, sin mirarse, mientras en el televisor, siempre encendido, un locutor desglosaba la lista de crímenes del día.

A las once, todos subían a acostarse.

La rutina siguió así por semanas hasta que una tarde, al volver de sus clases, Andrea adivinó que algo había sucedido.

Mejor dicho, no " algo" sino " la cosa".  Esa cosa siniestra que se había estado preparando en la casa, como un guiso que se calienta a fuego lento.

No fue que hubiera sangre en la muralla ni un martillo con restos de cerebro botado en la escalera. No. Era algo más sutil.

Alfredo estaba, como siempre, sentado en el sofá, frente al televisor sin sonido. Pero se veía distinto. Ya no se notaba rígido, sino desmadejado y lánguido, como si descansara después de un trabajo agotador. Una semi sonrisa flotaba sobre sus labios.

Su hermana no se veía por ninguna parte.

En la noche, regresaron los padres y la madre, extrañada, preguntó por Manuela.

Alfredo emergió de su abstracción para decir que alojaría en casa de una amiga. Los padres, distraídos, no parecieron  preguntarse como era que por primera vez se mostraba interesado en las actividades de su hermana. 

Al día siguiente, Andrea llegó temprano a la casa y se encerró a estudiar. A la hora de la cena bajó al comedor no vio a los padres. Tampoco estaba puesto el mantel para que comieran.

Alfredo estaba en el sofá, tomando una cerveza.

- Mis papás tuvieron que partir a ver a un pariente- dijo antes de que Andrea le preguntara nada- Está muy enfermo, así es que no sé cuando van a volver.

Andrea sintió que el silencio se estiraba como un elástico muy tenso y esta vez sí tuvo miedo. Pero, se llamó a sí misma loca y fantasiosa y fingiendo calma, fue a la cocina a prepararse un sándwich.

Al día siguiente volvió temprano y decidió regar el jardín, que se veía bastante seco. Prefería estar ahí y no dentro  de la casa, donde parecía flotar una especie de vaho tóxico.

Se dijo para tranquilizarse, que esa tarde seguro que volverían los padres y con ellos Manuela. Todo volvería a la normalidad. Lo demás eran fantasías macabras.

Vio una begonia casi seca, con la mitad de las raíces al descubierto y decidió bajar al sótano a buscar un saco de abono.

En mitad de la escalera, se quedó paralizada de horror. 

Alguien había levantado las baldosas, dejando la tierra al descubierto. Se veían claramente tres tumbas recién cavadas, en las cuales escarbaba el gato, lanzando maullidos lastimeros.

Como un celaje subió a hacer su maleta. Temblaba de espanto, pero se dio maña para llamar a la policía y darles la dirección.

Cuando se alejaba en un taxi, vio un radio patrulla doblar la esquina y detenerse frente a la casa.

Mientras se alejaba, pensó en el gatito.

-¿ Lo recogería algún vecino?  ¡ Pobrecito!  Era tan regalón...




9 comentarios:

  1. Al menos ella se salvó; hubiera salvado al gato, por las dudas el asesino se cargue también a los policías...

    Abrazos hasta allá.

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    1. No. No creo que llegara a tanto...parece que solo se trataba de " viejas rencillas familiares" como dicen los periodistas. jaja

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  2. Yo creo que el gato todavía no ha acabado, no comprendo oorwue Alfredo está tan tranwuilo😜.
    Bueno y macabro, casi siempre, las cosas son lo que parecen.
    abrazoo

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    1. Querido Gabiliante, qué bueno que te acordaste de mi blog. Aunque aparezcas como anónimo, igual reconocería tu humor negro tan exquisito. ¡ Gracias!

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  3. bueeeeeno... soy gabiliante, sunque ha salido anónimo y podría ser el asesino

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  4. Pobre gatito, de lo que habrá sido testigo. Por suerte Andrea se salvó y pudo escapar de aquel sórdido lugar.
    Abrazos Lilly

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    1. Gracias Tatiana, por leer mi cuento. En realidad, el gatito era el único habitante simpático de esa casa.

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  5. Bastante macabro todo, hay seres que viven siempre en la oscuridad.

    Buena semana, que estés muy bien 🌷🤗

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