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domingo, 16 de julio de 2023

TOÑITO CHINCOL.

Todas las tardes, Venancio iba al cementerio y se sentaba por más de una hora sobre la tumba de su nieto.

Quienes lo miraban desde lejos, lo veían gesticular y reírse a ratos, como si conversara con el niño.  Y movían la cabeza, compadecidos, pensando que estaba loco.

Había sido trágica la muerte de Toñito chincol. Así le decían todos, porque era bullicioso y de ptitas flacas, como un pájaro nuevo.  Se perdió una tarde por la quebrada y sólo al amanecer del día siguiente lo encontraron tendido sobre unas rocas. Sonreía, como si en el momento de morir, un ángel le hubiera susurrado al oído un secreto maravilloso.

Solo tenía seis años y lo pusieron en un ataúd blanco que parecía de juguete.

Desde entonces, el abuelo iba todas las tardes al cementerio. Se quedaba allí horas y el espíritu del niño impregnaba su ropa y sus cabellos, al igual que el olor fresco de la hierba que crecía entre las tumbas.

Luego Venancio se dirigía a la casa de la madre del niño, que permanecía en la cocina, llorando junto al fogón apagado.

Ella lo veía llegar y abría los brazos para recibir al niño. Y era cierto que en la habitación parecía soplar un vientecillo travieso, como si hubiera entrado una bandada de pájaros.

-¡ Me lo trajiste, papá!  ¡ Toñito, mi niño!

Y le volvía al rostro la sonrisa de antes, como cuando lo veía llegar de la escuela, alborotando y brincando como un chincol.

Era lo único que sostenía a la madre, impidiéndole caer en la desesperación. Al contrario, parecía que le brindaba felicidad, en medio de su pena irremediable.

Pero una tarde, cuando el abuelo se acercaba al cementerio, vio desde lejos a Toñito, que lo esperaba sentado sobre su tumba.

-  ¡Pero, Toñito!  ¿ Qué haces aquí?  ¿ Cómo fue que volviste?

-Desperté, no más, abuelito. Ya no quiero seguir durmiendo.

-Y yo ¿ qué voy a decirle a tu mamá y a los del pueblo?  Todos creen que estás muerto.

-¡ Algo se nos ocurrirá! - dijo el niño, confiado  y deslizó su mano entre los dedos callosos del abuelo.

Juntos regresaron a través del campo, rasgando con sus piernas lentas la penumbra del anochecer.

Al abrir la puerta de la cocina, la madre se paró, sobresaltada.

-¿ Y quién es este niño que me traes?

-Es Toñito ¿ no lo reconoces?

-¿ Por qué tratas de engañarme?  Toñito murió, lo sé muy bien.  Déjame con mi pena, que es de verdad. No quiero que me legres con mentiras.

-Pero, mamá, si soy yo- decía el niño, no sabiendo si reír o llorar y se aferraba a sus piernas.

Pero la mujer retrocedió hasta el fondo del cuarto y se cubrió la cara con el delantal.

-¡ Llévatelo, papá !  Nadie podrá reemplazar a mi Toñito...

El viejo y su nieto y su nieto salieron cabizbajos y no sabiendo a donde ir,  regresaron al cementerio.

-Lo siento, mi niño. ¡ Ya ves que no es fácil volver!  Los muertos no tiene cabida en el mundo de los vivos.

-¿ Y qué voy a hacer entonces, abuelito?

-Seguir durmiendo, no más. ¿ Qué otra cosa?  Los que duermen no sufren. La vigilia es muy dura.

-Pero ¡ no quiero estar solo!- se quejó el niño, soltando el llanto.

-¡ No te aflijas, Toñito!  Muy pronto te vendré a acompañar.  


6 comentarios:

  1. Tengo la piel de gallina, Lillian. Y anegada la mirada. Queda claro lo que siento...?

    Abrazo admirado.

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  2. Qué historia tan tierna, triste y bonita al tiempo.
    Sensibilidad pura
    Abrazos.

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    Respuestas
    1. Gracias, Noelia. A mí siempre me ha dado tristeza pensar en que los muertos son olvidados con demasiada rapidez. Si alguien quisiera volver de la muerte, ya no tendría cabida en ninguna parte.

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  3. Un abrazo estimada...la paz se haga en el corazón de los que sufren pérdidas irreparables.
    Abrazo.

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  4. Gracias, Meulen. Cuando muere un niño, la muerte nos parece tan injusta y cruel.

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