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domingo, 23 de julio de 2023

EL FANTASMA QUE LLORABA.

Una tarde, al volver de su trabajo, Diego vio que en el jardín de un edifico se realizaba una venta de garaje.  Se detuvo por curiosidad y examinó con cierto desgano las lámparas anticuadas, los libros amarillentos y uno que otro mueble sospechoso de contener termitas.

Nada le interesó y habría seguido su camino si no hubiera sido porque la dueña de la venta era una linda rubia que  quitaba el polvo de los cachivaches con un plumerito.

Para entablar conversación, le preguntó el precio de una silla mecedora.  Tenía el tapiz apolillado, pero era, a todas luces, una genuina antigüedad.  La rubia le contó que todas esas cosas habían pertenecido a su abuelita, quién a su vez las había heredado de sus padres.

Después de un corto regateo, tomó la silla, bastante liviana y siguió su camino.  No le costó nada llegar con ella a su cercano departamento.  La puso junto a un sillón y no pensó más en ella.

A media noche, cuando leía , ya un poco soñoliento, escuchó un rumor que venía de la silla. Alzó la vista y notó que había empezado a mecerse con un suave rechinar.  Pensó primero en una corriente de viento, pero luego, atónito, notó que una figura humana sentada en la silla, se materializaba de a poco. Adquirió las formas de una joven muy linda, que llevándose una mano al pecho, lloraba desconsoladamente.

La visión se mantuvo durante casi un minuto y luego se desvaneció.

Diego pensó que se lo había imaginado. ¡ El no estaba para creer en fantasmas en pleno siglo veintiuno!

Pero, varias noches después, mientras escribía en su computador, un leve crujido de la silla atrajo su atención. ¡ Ahí estaba de nuevo la joven, meciéndose en la silla y llorando, con una mano sobre su corazón !

Esta vez, la visión duró más tiempo y el fantasma miró a Diego a los ojos, como suplicándole alguna cosa.

Esa noche, Diego se desveló, pero en lugar de asustarse, empezó a enojarse con la dueña de la silla. Decidió ir a devolverla al día siguiente. ¡ No estaba dispuesto a hacerse cargo de un fantasma así como así !  Que se fuera a penar a otra parte...

Llegó hasta el edificio vecino cargado con la silla y el conserje le informó el nombre de la joven, que era Paulina y el número de su departamento.

Cuando ella abrió la puerta, le dijo que venía a devolver la silla y fingió más enojo del que en realidad sentía. ¡ Era tan linda que resultaba difícil enojarse con ella!

-¿ Por qué?  ¿ Qué pasa?

-Pasa que esta silla viene con un fantasma incluido y usted no me advirtió nada.

La chica se puso pálida, luego roja y después pálida otra vez. Era evidente que no sabía nada.

Lo hizo pasar y Diego le contó el suceso, describiendo al fantasma con minuciosidad.

-¡ Tiene que ser alguien de la familia!- aseguró ella y corrió a buscar un álbum de viejas fotografías.  Recorrieron las páginas con pocas esperanzas, hasta que Diego reconoció al fantasma en una foto amarillenta y resquebrajada.

-¡ MI tía abuela Edelmira!- gritó Paulina, sobrecogida de emoción.

Le contó la historia de aquella tía que había muerto joven, llorando por un amor perdido. Se había enamorado de un inglés que le prometió volver a Chile, para casarse con ella.

-AL principio, le escribía todas las semanas   relató Paulina-y ella se lo pasaba sentada en la mecedora, frente a la ventana, esperando la llegada del cartero.   Pero,  un día, las cartas dejaron de llegar .  Ella  pasaba los días  llorando y se enfermó de una enfermedad de los pulmones, que en aquellos años no tenía cura.  No se quiso cuidar y al final, se murió.  Un mes después de su entierro, llegó la carta que tanto había esperado...¡ Mire!  Aquí está todavía.

Y le entregó un sobre ajado que sacó de entre las páginas del álbum..

-¡ Eso es lo que ella me pide! -exclamó Diego- ¡ Quiere saber lo que dice la carta! 

Esa noche se reunieron en el departamento de Diego. Paulina llevó la carta con la esperanza de que el fantasma se presentara.

Conversaron largo rato sin que nada pasara, pero de pronto, un leve crujido en la silla les anunció su presencia.

Rápidamente, Diego rasgó el sobre y empezó a leer. Era una carta breve, escrita con letra insegura. En ella, el inglés le decía que estaba muy enfermo, que lo único que quería era mejorarse pronto para ir a buscarla. Pero, que si no lo lograba, quería que ella supiera que lo amaba con todo su corazón.

Cuando terminó de leer, vieron que el fantasma ya no lloraba y una dulce sonrisa iluminaba su cara. Alzó la mano en señal de adiós y desapareció.  Nunca volvieron a verla.

Un año después, Diego y Paulina se casaron.

Cuando sus amigos los visitaban, se extrañaba al ver en medio de sus muebles modernos, una vieja silla mecedora que parecía desentonar en el conjunto. Pero ellos sonreían misteriosos y nunca explicaron nada.




4 comentarios:

  1. muy buenooo.
    me encantó la mecedora desentonante. y las preguntas de los visitantes sin respuesta.
    También como se manifestaba con el crujido, como si se corporizarA y tomará peso para hace crujir la mecedora. Y también como has concretado la reunión.
    Ella conserva la mecedora en la familia.
    BesossLillian

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    1. Gracias, Vici solitari. Espero que no seas como el fantasma y no desaparezcas de mi blog. Tu visita ha sido novedosa y agradable. Voy a tratar de entrar a tu blog. chao.

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  2. Este relato también estará en tu antología, Lillian. Impecablemente narrado y conmovedor.

    Abrazo hasta vos.

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  3. Muy hermoso, un ser que encontró paz y su alma se elevó por gracia divina.
    Abrazos.

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