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domingo, 1 de mayo de 2022

BARBA AZUL.

Marta sentía a menudo que para ella, el destino había pasado de largo, como un bus al cual no había alcanzado a subirse.  O que la Vida era una película, en la cual los demás tenían papeles importantes y el suyo era solo de "extra".

Nunca quiso casarse, hasta después, cuando ya no sacaba nada con querer, porque se le había hecho demasiado tarde. Había tenido varias invitaciones a salir, pero como era tímida,  inventaba que sus papás no la dejaban salir sola y se hacía acompañar por una prima. Nunca la volvían a invitar y tiempo después se enteraba de que su prima estaba saliendo con aquel muchacho que a ella en el fondo le gustaba... 

Pero, no se afligía demasiado. Más bien sentía alivio. Tenía miedo de los hombres y de la intimidad del matrimonio, tan llena de secretos desagradables. Tras la puerta del dormitorio de sus padres pasaban cosas misteriosas que la habían asustado de niña y que luego, cuando entendió su significado, la habían llenado de repugnancia.

Y así había pasado el tiempo y llegó a los cincuenta años viviendo sola en la casa que heredara de sus padres.  Fue entonces cuando empezó a lamentar su soltería y se arrepintió de las oportunidades desperdiciadas.

Un viudo del barrio empezó a rondarla. Era apuesto y distinguido y se sintió halagada. Varias veces lo encontraba como por casualidad a la salida del Supermercado y él se ofrecía a llevarle las bolsas de la compra. Un día lo invitó a pasar a su casa y le ofreció una taza de café.

Desde entonces, se hizo costumbre que la acompañara y que luego ella lo invitara a entrar.

Marta empezó a ir a la peluquería con más frecuencia y ahora usaba para el diario la ropa que había guardado celosamente para una hipotética salida que no se producía jamás. 

Sabía que en el barrio corrían maliciosos rumores sobre el viudo. Que su esposa había muerto de súbito, sin haber estado previamente enferma. Que nunca se supo de donde venía ni se le había conocido ocupación alguna.  Marta los consideraba chismes de gente envidiosa. Cuando pasaba, creía escuchar cuchicheos o sorprendía miradas de velada advertencia. Alguien quiso ponerla en guardia y ella lo paró en seco.

Al cabo de unos meses, el viudo le propuso matrimonio.

La casa paterna de Marta se vendió muy ventajosamente. Estaba bien ubicada y su cercanía a la estación del Metro elevaba su plusvalía.  El la urgió para que invirtieran el dinero en un negocio de su propiedad y ella aceptó encantada, con la absoluta confianza que había depositado en sus habilidades de inversor.

Se fueron a vivir a la casa que él había habitado con la difunta. Se notaba que  no había cambiado nada. Estaba amoblada casi con elegancia  y la mano femenina se advertía en mil pequeños detalles de buen gusto. 

Marta se sentía feliz. Por fin tenía alguien con quién pasar las veladas y sus pequeños temores se habían disipado muy pronto. El no le hacía requerimientos físicos de ninguna especie y parecía disfrutar de su sola compañía.  Era evidente que le bastaba con las atenciones delicadas  que ella le prodigaba. Esas  que había atesorado por años sin hallarles  destinatario . 

Sin embargo, a Marta le extrañaba que no le hablara de su pasado. No había ni una foto de la difunta en toda la casa ni él la nombraba  jamás.   Ella lo atribuyó a que aún sufría el dolor de su pérdida y redobló sus gestos de ternura, respetando su silencio con discreción.

El nunca le hablaba de sus negocios y salía con frecuencia sin darle explicaciones.

Un día en que se sentía solitaria y aburrida, se puso a ordenarle los papeles.  En un cajón de su escritorio, escondido muy al fondo, halló un sobre con un carnet de identidad.  Una mujer de mediana edad la miraba a los ojos desde la cartulina.  Comprendió que se trataba de la difunta y la guardó con respeto.  Pero en el sobre había otro carnet y luego otro y otro más. Todas mujeres de edad madura, habitantes de distintas regiones del país.

Un escalofrío le subió por la columna vertebral. Se le doblaron las piernas y el lento horror de la sospecha se fue haciendo certeza en su mente. . 

Sintió los pasos de él a sus espaldas, su aliento en su nuca y reprimió apenas un grito de pavor.  




3 comentarios:

  1. Le llegó su hora...no hay peor ciego que aquel que no quiera ver...

    Muy bien escrito.
    Besos.

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  2. Solo le iba a proponer aquellos requerimientos fisicos?
    O solo le iba a forzar?
    O solo le iba a pedir el carnet de identidad, y ella le iba a contestar que lo habia perdido, y entonces ya no puede matarla?
    Síii. Esta es la mejor solucion

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  3. Querida necesitaría tu Dni para una gestión en el banco. ¿No te importa verdad?

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