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domingo, 6 de junio de 2021

EL HOMBRE DEL FARO.

Hacía mucho tiempo que los faros habitados habían sido reemplazados por otros automáticos.  Erguidos en lo alto de los promontorios, eran como gigantescos cíclopes y el rayo de su ojo incandescente, cortaba las tinieblas que envolvían el mar.

Pero, en el extremo más austral del continente, aún existía un viejo faro, con sus muros de piedra corroídos por la sal. En él, habitaba Juan y su tarea seguía siendo guiar los barcos lejos de los peligrosos arrecifes.

Su soledad le gustaba y se sentía amo y señor de la vastedad del océano.

Durante el día, subía a la torre y se deleitaba mirando los destellos de oro que el sol arrancaba a las olas.  Sobre su cabeza giraban bulliciosas las gaviotas y Juan las sentía sus amigas.

Al caer la noche, encendía el potente foco . Su luz se extendía sobre el mar como un brazo protector qua apartaba a los barcos de las rocas sumergidas.

Pero, con los años, la soledad empezó a hacérsele pesada.

Veía pasar en el horizonte enormes trasatlánticos iluminados, llenos de seres indiferentes al resplandor del faro que los mantenía a salvo. Otras veces eran naves pesqueras que realizaban su tarea, ignorando al hombre que las protegía desde lejos.  ¿ Adivinaría alguien la existencia de Juan?

A veces,durante el día, parado en lo alto de la torre, agitaba su mano hacia los barcos que pasaban, con la vana ilusión de que alguien lo viera y respondiera a su saludo.

Pero, sus gritos se perdían en el estruendo de las olas.

-¡ Mírenme!  ¡ Yo soy Juan!  ¡ Gracias a mí van a llegar a puerto seguro!

Pero, la oscura silueta de la nave desaparecía tras la línea del horizonte, sin que nadie a bordo sospechara su angustia y su soledad.

Hasta que una noche decidió apagar el faro.

Sería la única forma de darse a conocer. Si la luz lo volvía anonimo, la súbita oscuridad atraería la atención de los viajeros.

¡ Por fin entenderían que era Juan quien velaba por ellos!   ¡Que si no fuera por él, chocarían contra las rocas y se los tragaría el mar! 

A media noche, naufragó una nave centelleante de luces. En medio de las tinieblas, Juan escuchó el horrendo crujido del  casco al partirse.

A ratos, entre el fragor de las olas, le llegaba el ulular de las sirenas que pedían auxilio y los gritos desesperados de los que se ahogaban.

Toda la noche, los sobrevivientes lucharon por mantenerse a flote. Pero el frío del agua les iba endureciendo los músculos, y uno a uno, agotados, se entregaban al abismo.

Solo uno logró nadar hasta el promontorio.

La luz del alba, rosada e inocente, iluminaba los restos del naufragio que flotaban sobre las olas.

Juan corrió hasta el borde del agua, al encuentro del náufrago.

Loco de alegría, le apretó con fuerza la mano entumecida:

-¡ Qué gusto de conocerlo, amigo!  ¡ Yo soy Juan, el que maneja el faro!





5 comentarios:

  1. El amor ese sentimiento que tu sabes describir.

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  2. Hay que saber protagonizar la soledad... O podría confundirnos, verdad?

    Abrazo grande, Lillian.

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  3. Hermoso, amo los faros, tu relato me encantó.
    Un fuerte abrazo y buen comienzo de Junio.

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  4. Andalucia esta muy cerca de Africa y los calores ya comenzaron.

    Leer tus notas siembre alegran las soledades de mis años,es una gozada hacerlo

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  5. Si un faro es una luz grandiosa en medio de la mar brava, los sabré yo que anduve por esos mares del sur ,como por 25 años y era esperanzador cuando se veía el faro que nos acercaba a tierra...
    Pero esos faros del golfo no tienen fareros ,así que mejor por ello pues quizás mas de uno se hubiera enloquecido y hacer lo que hizo este protagonista...

    AL fin encontró compañía , pero a costa de que mueran otros...

    Un abrazo.

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