Miguel
había muerto en un día de lluvia,
atropellado por un bus del trans Santiago.
Por
un momento, lo atravesó un violento dolor y sintió que sus huesos crujían y se
deshacían como hojas secas pisoteadas en la vereda.
Lo último
que vio fue un círculo de curiosos inclinados sobre él, ansiosos de ser ellos
los que captaran su último suspiro. Uno fue más audaz y le sacó una foto con su
teléfono celular. ¡Ahora tendría algo truculento que mostrar al llegar a la
oficina!
Miguel
cerró los ojos y escuchó el lejano ulular de la sirena de una ambulancia.
Después
lo envolvió una claridad suave, como preludio del amanecer y se encontró en una
larga fila de gente que esperaba algo.
Pensó,
entusiasmado, que después de todo no había muerto y que estaba haciendo cola
para tomar el bus.
Pero
la gente se movía rápido y pronto se encontró frente a un mesón, donde un
viejecito de barba blanca le entregó una cartulina azul. Era un tiket de
entrada al Cielo.
Al
atravesar una ancha puerta dorada, un ángel le dio un par de alas flamantes y
con gentileza se las sujetó sobre los omóplatos.
Ahí
ya no le quedaron dudas. Estaba definitivamente muerto y la vida en la tierra
había quedado vedada para él.
Le
pareció muy injusto. ¡ Era demasiado joven para morir! Ni siquiera había alcanzado a enamorarse....Y
ahí en el Cielo eso estaba descartado.
Todos llevaban túnicas, todos tenían alas y era imposible distinguir
quién era hombre y quién mujer. Y Miguel
no estaba dispuesto a llevarse un chasco.
En
cuanto a los ángeles ¡ ni hablar! Son
muy hermosos, pero de sobra se sabe que carecen de sexo. Basta ver los cuadros religiosos de los
museos. Cuando aparecen angelitos desnudos, una nube rosada les cubre esa
parte, y no porque haya algo que ocultar sino precisamente porque ahí no hay
nada...
En
resumen, Miguel se sentía traicionado por esa muerte prematura y decidió volver
a la tierra a como diera lugar.
Una
tarde de Sábado en que se relajó la vigilancia porque los ángeles guardianes
estaban viendo un partido de fútbol en televisión, Miguel fue bajando de nube
en nube y volando trechos cortos para disimular y sin saber cómo, se encontró
otra vez en la Tierra.
Era
Primavera y el perfume de las flores le arrebató el corazón.
Del
patio trasero de una casa robó un pantalón y una camisa que colgaban todavía
húmedos. Rápidamente se despojó de la túnica y escondió las alas en un
matorral.
Vestido
como cuando estaba vivo, caminó confiado en dirección a una plaza.
Antes
de cruzar la calle, miró para ambos lados con precaución, no fuera cosa que
apareciera otro bus, dispuesto a matarlo de nuevo.
De
lejos divisó a una niña muy linda que leía sentada en un banco.
Decidió
acercarse y hablarle. Sentía que estaba usando un tiempo prestado y que debía
apresurarse.
Miguel
llevaba el pelo empapado porque había muerto en un día de lluvia y la ropa que
se había robado en el tendedero de un patio,tenía olor a humedad.
-¿ De
donde vienes, así tan mojado?- le preguntó la niña, pero sus ojos le decían que
mojado o seco, le gustaba igual.
-Me
pilló un aguacero súbito, por allá-
Miguel señaló vagamente unos nubarrones que se veían en lontananza.
Ella sacó un pañuelito de papel y le secó la
frente. De más está decir que se enamoraron.
Pero
Miguel estaba inquieto. Suponía que ya en el Cielo habrían descubierto su fuga
y no tardarían en llegar a buscarlo.
Días
después, notó que dos hombres altos lo seguían desde cerca. Tenían sospechosas
jorobas que no podían ser otra cosa que alas cubiertas por sus chaquetas. Por el borde de su sombrero escapaban
destellos dorados, seguramente de las aureolas que llevaban ocultas.
Era
evidente que pertenecían a la C.I.C, la
Central de inteligencia del Cielo y que era cuestión de tiempo que lo
detuvieran y se lo llevaran.
Cuando
Miguel se sentaba al lado de su amada, ellos se sentaban en el banco contiguo y
lo miraban fijamente.
Pero
al paso de los días, su entrecejo se fue suavizando y sus miradas
dulcificándose. La Primavera también obraba su influjo en ellos y seguramente
habían decidido concederle un poco más de tiempo.
Pero
ese tiempo regalado transcurrió inexorablemente y una tarde, Miguel vio que los
dos ángeles lo esperaban junto a unos pinares.
En
silencio, se dirigió con ellos al matorral donde había escondido la túnica y
las alas. Notó que los pájaros le habían estado arrancando las plumas para
hacer sus nidos y se veían bastante maltrechas.
Las
sujetó en su espalda y emprendió el vuelo al lado de sus captores.
No
iba tan triste. Después de todo, había conocido el Amor y le había gustado
mucho.
¡
Sería un recuerdo delicioso que conservaría por toda la Eternidad!
muy romántico tu relato Lilian
ResponderEliminardespués de todo das esa esperanza que a pesar de todo+Dios si nos concede la fortuna de conocer el amor
un abrazo!