A
Genaro le inquietaba no tener recuerdos. Su vida parecía reducirse al presente
más inmediato, es decir, una semana atrás...
Antes
de ese día, en su mente no había imágenes, ni nombres, ni lugares...Solo una
masa de sombras que no lograba disipar.
Por
un aviso en el diario había llegado a casa de aquel hombre, que según parecía
era un famosos escritor. Solicitó el
empleo de secretario y fue contratado sin mayores inconvenientes.
A él
mismo lo sorprendió lo fácil que le resultó todo, pero lo aceptó de buen grado,
porque no se le ocurría otra cosa qué hacer.
A
menudo sentía como si flotara en un mar sin orillas, pero acabó por atribuir su
falta de recuerdos a alguna enfermedad o un accidente. Decidió ir improvisando en su vida, sin
cuestionarse demasiado, aunque la incertidumbre de su pasado lo llenaba de
melancolía.
El
escritor le dijo que podía alojar ahí y lo condujo a un dormitorio muy
confortable, al fondo de la casa. Genaro deshizo su maleta y entre sus ropas
encontró el retrato de una mujer.
Llevaba
una dedicatoria escrita con una letra afilada y elegante: A Genaro, con el amor de su madre.
Pero
él no recordaba haberla conocido nunca.
Su
vida empezó a deslizarse tranquila, en una rutina sin sobresaltos. Clasificar correspondencia, atender los
llamados del editor y de vez en cuando, concertar un encuentro con algún
periodista.
Todo
ésto se efectuaba en las mañanas y
Genaro podía disponer del resto del día a su antojo.
Así
fue como una tarde, en un café, conoció a Rosario. Por un tiempo se creyó
enamorado y sintió que las sombras que envolvían su vida se hacían menos
densas.
Pero ella lo traicionó con otro hombre.
Tiempo
después, conoció a Gabriela. Fue una aventura
grotesca que lo dejó humillado.
Cuando apareció Blanca, él pensó que sería la
mujer de su vida. Se vio a su lado,
envejeciendo juntos, construyendo recuerdos para llenar ese extraño vacío de su
memoria.
Pero
un día la sorprendió en un café con un desconocido. Tenían las manos
entrelazadas y no cabían dudas sobre el grado de intimidad que había entre
ellos.
Salió
sin que lo vieran, y echó a correr, desgarrado por un dolor rabioso.
Al
llegar, se tumbó en su cama, clavándose las uñas en la frente, preguntándose
por qué siempre fracasaba en el amor. Le parecía como si su destino estuviera
trazado de antemano...
Una
mañana, el escritor salió
apresuradamente, dejando el computador encendido. Al parecer, hacía meses que había empezado
una nueva novela. En un fichero había varias carpetas, cada una con el nombre
de un personaje. Genaro hojeó el contenido de una y vio que se trataba del
perfil de una mujer.
Las
descripciones que hacía de su físico y de su carácter le parecieron familiares.
Impresionado, leyó el título de la carpeta:
Rosario. ¡ No podía ser! La siguiente llevaba el nombre de Blanca...y
la otra, el de Gabriela.
En la última que tomó en sus manos, antes de
sentir que desfallecía, leyó claramente: Genaro.
La
abrió y descubrió, ya sin sorprenderse,
que se refería a él. Lo pintaba
como un hombre triste y de carácter huraño.
Su historia empezaba con su llegada a la casa del escritor.Luego,
esbozados a grandes rasgos, aparecían los lineamientos de su vida
sentimental. Una sucesión de fracasos...
Entonces
lo comprendió todo. Su ausencia de recuerdos, la pobreza de su vida sin pasado.
La extraña sensación de no poder elegir un destino.
¡El
era solo un personaje de ficción! No
existía antes de ocupar ese empleo. Había sido creado en forma caprichosa como
parte de una novela que sería publicada en unos meses más.
El
computador seguía encendido y no le fue difícil encontrar la última página
escrita. Ahí estaba su vida, manipulada
sin escrúpulos por esa mente despiadada.
Vio que se aprestaba a empezar un nuevo capítulo que llevaba por
título: Un fracaso más.
¡
No! ¡Eso no podía soportarlo! Apretó varias teclas hasta que estuvo seguro
de haberlo borrado todo. Con lo
descuidado que era el escritor,
seguramente no tendría respaldo...Luego tomó las carpetas y echándolas al
papelero, les prendió fuego.
Fue a
su habitación e hizo rápidamente su maleta. El retrato sobre el velador pareció
mirarlo con reproche, al ver que lo dejaba.
Pero no le hizo caso. ¿ Para qué llevarlo si no era su madre? ¿ Si eran un detalle más agregado por el
novelista para darle veracidad a una historia inventada?
Al pensar en él, sintió una rabia homicida. Le
dieron ganas de destrozarlo todo. Quemar también el computador y la casa
entera...
¡
Pero no tenía tiempo! Necesitaba huir
antes de que llegara y tratara de retenerlo con otra mentira más.
Se
sentía muy débil y lo atribuyó a la impresión de su descubrimiento. Al tomar la
maleta, la notó más pesada, como si alguien la hubiera llenado con un montón de
piedras.
Algo
extraño le pasaba...Era evidente que perdía fuerzas a cada segundo.
Quiso
abrir la puerta para huir y su mano resbaló sin poder asir la manilla...Se miró
en el espejo del vestíbulo y vio que su rostro empezaba a borrarse.También su
cuerpo se estaba diluyendo.
Desesperado, soltó la maleta y manoteó unos
segundo, sintiendo que se hundía en un agua negra. Lo último que vio en el
espejo fueron sus ojos, agrandados por la desesperación.
Y
después, nada.
Cuando escribo relatos y no te digo novela, me recorre una sensación extraña, es como si estuviera creando vida. Es muy divertido construir una historia, pero siento también por esos personajes una gran responsabilidad. Un abrazo enorme
ResponderEliminarEs cierto lo que dice M. Ángeles. Cuando se crea y se le da forma a una historia, se debe ser muy responsable con sus personajes. Debe existir en ellos personalidad y fuerza para que resulten atractivos a todo lector. Deben crearse con estímulos tales que nos provoquen sensaciones.
ResponderEliminarBuen relato Lily.
Abrazos.
Difícil es dar vida plena a quienes conforman una historia
ResponderEliminarel que lo logra es fenomenal por la hazaña de los que vivirán eternamente...
pero siempre repetirán la misma historia ...mientras tenga alguien
que los descubra y sea capaz de comprender sus vidas...
algo perturbador ...pero me intrigó ...
besos.