Durante
todo el verano y parte del otoño, Graciela había estado enamorada de Claudio.
El había sufrido un accidente de tránsito y
arrastraba una pierna, a la cual habían tenido que introducirle dos varillas de
metal. Se sentaba por las mañanas en el
café al aire libre y su bastón descansaba apoyado en una maceta de gomero
artificial.
Tenía
un aire entre melancólico y aburrido y Graciela se sentía subyugada. No sabía si quería llegar con él hasta el
fondo de su pasión o permanecer equilibrándose en el borde, insatisfecha pero a
salvo.
Enamorarse
de él, con la plena conciencia de no ser correspondida, se había convertido en
algo tenebroso. Confuso y lleno de sombras. En lugar de hacerla feliz, la
sumergía en una tristeza sin fondo. Verlo o no verlo, daba lo mismo. La
tristeza la consumía como una enfermedad de la sangre.
En el
otoño cayeron las hojas y su amor se marchitó y cayó también. Flotó durante unos días en un charco de
oscura melancolía y luego se desintegró. Graciela se sintió liberada.
Siguieron
siendo amigos de café y Claudio no pareció haber notado nunca , ni la lucha
denodada ni la capitulación amarga que Graciela había vivido, justo frente a
sus ojos.
Ella
ya no iba al café tan seguido como antes. A veces desaparecía durante toda una
semana, pero estaba segura de que lo iba a encontrar sentado a la misma mesa,
con el mismo aire de hastío y melancolía que antes la había subyugado.
Un
día se le ocurrió preguntarle quién había sido su primer amor.
El se
rió y no pareció dispuesto a responderle. Pero después se lanzó a hablar como
si llevara mucho tiempo atragantado con las palabras.
-Estuve
enamorado, pero nunca llegué a nada con ella. ¡ Era la mujer de mi mejor amigo!
-La
conocí y de inmediato caí en una especie de estado febril. Tenía el pelo rojo, pero no era de esas
colorinas que tiene pecas. Su piel era
blanca, casi transparente. Parecía de seda o de nácar. Era como un ángel que se hubiera acercado
demasiado al infierno y se le hubiera incendiado el pelo.
Se
llamaba Moira.
-¿ Y
qué pasó?- le preguntó Graciela.
-Un
día me atreví a oprimirle demasiado la mano. Ella me miró, serena e
imperturbable y me dijo: Es hora de que
sigas tu camino.
Así
es que me conseguí un empleo en provincia y no volvía a verlos a ninguno de los
dos.
Graciela
se preguntó si no habría sido la historia de su amor fallido y no el accidente
que lo tenía baldado, lo que había llenado de amargura su corazón.
Mucho
tiempo después, conoció a Marcos.
Se
miraron por casualidad, en una fiesta, y la atracción mutua brotó inmediatamente.
Tal vez porque era primavera y todo parecía renacer.
Marcos
era mayor que ella y se le notaba en su aire calmado. Parecía caminar
pausadamente hacia adelante, mientras la mayoría de los jóvenes se lanzan
corriendo al encuentro de la vida.
Los
arranques de entusiasmo de Graciela lo hacían sonreír con ternura. Ella pensaba
que la quería, pero había algo que lo volvía inaccesible. Como una puerta cerrada, de la cual ella no
tenía permiso para trasponer el umbral.
Un día en que estaba acurrucada sobre su
pecho, se le ocurrió, como jugando, hacerle la misma pregunta que le había
hecho a Claudio tiempo atrás:
-¿ Te
acuerdas de tu primer amor?
El se
quedó callado un momento y luego dijo:
-No.
No me acuerdo de mi primer amor....Pero sí me acuerdo del último.... quiero
decir, antes de conocerte.
Es
frase la agregó apresuradamente,
oprimiéndole la mano, cuando notó el sobresalto de ella.
-No
te lo había contado nunca. Yo estuve casado hace algunos años. Ella era una
mujer extraordinariamente atractiva. Era pelirroja, pero de piel perfecta. Era
alta, esbelta y tan blanca...Parecía uno de esos cirios que encienden en las
iglesias. Su pelo era la llama...
-Estaba
muy enamorado de ella y por la vanidad de exhibirla, invitaba a mis amigos a la
casa. Me divertía ver la turbación de sus caras al mirarla. Pero, me sucedió
algo inesperado: Me fui quedando solo.
Ellos volvían una o dos veces...y después los perdía de vista.
-Ella me juró que nunca me había sido infiel.
Y yo le creí. Pero algo en ella me
intranquilizaba. Su calma imperturbable, su frialdad. Si uno pudiera ver una
llama arder en el interior de un iceberg, sin que el hielo llegara a
derretirse...Quizás entonces podría explicar como era.
Al
escucharlo hablar, Graciela sentía que esa descripción la había escuchado
antes, y su piel se erizaba con un escalofrío.
Marcos
continuaba hablando, sin notar su turbación.
-Al
fin, decidí dejarla. Sentí que algo se me desgarraba por dentro, pero quería
estar tranquilo. Y al cabo de un tiempo largo, lo conseguí.
A esas
alturas, Graciela ya creía tener la certeza, pero igual le preguntó :
-¿ Como se llamaba ella?
-Se
llamaba Moira.
Esa
noche, Graciela decidió alejarse de Marcos.
Estaba segura que sería inútil luchar contra sus recuerdos.
Se
acordó de que en la mitología griega, las Moiras eran las divinidades que
ejecutaban el destino de los hombres .
Sentía
que el suyo había estado ligado a esa mujer, desde hacía mucho tiempo. Era necesario romper los hilos que ella
manejaba a su antojo.
Claudio, Marcos... ¡No!
¡Ella no sería una marioneta más en las manos de Moira!
Amiga escritota,tus sentimiemtos,junto a tus pensamientos,consiguen componer esa bonita historia
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Que lata par la protagonista
ResponderEliminarvivir en esa premisa oscura de ser sombra de otra...
Más valiente ella que toma las riendas de su destino
y sabe buscar la salida correcta...
Me gustó mucho tu escrito.
Tu imaginación y tus escritos,llegan hasta este ricón de Andalucia
ResponderEliminarAmo tu amistad,amo a la naturaleza,pero a veces tambien
ResponderEliminaramo un poco a la soledad
Un fuerte abrazo
Si tienes interes en conocer algo de Andalucia,el viejo fotógrafo estara encantado en hacerlo
ResponderEliminarmandame un saludo a mi correo,y en contactos siempre estarás a ami lado
Pasear por las costas de Andalucia es un placer,como estamos muy cerca de Africa,a veces se puede ver ese continente
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