Mario
no dormía bien desde hacía dos años...Había causado la muerte de alguien. Mejor
dicho, había cometido un asesinato del que nadie había sido testigo.
Nunca
había hablado de eso. ¿ Cómo poner en palabras semejante horror?
Fue
una noche en que manejaba ebrio por una calle desierta. No respetó la luz roja
ni pudo esquivar a un transeúnte que cruzaba la esquina. El volante se le
escapó de las manos y lanzó el auto de lleno contra su cuerpo.
El
impacto lo sacó de su embotamiento y se bajó a mirar el bulto informe que yacía
tirado en un charco. Un terrible estertor se escapaba de su pecho. ¡ Estaba
vivo!
En
lugar de auxiliarlo, corrió despavorido hacia su auto y escapó. Tuvo tiempo de
comprobar que la calle estaba desierta. ¡ Nadie había presenciado el accidente!
Dos
días después apareció en el diario una noticia breve. Habían encontrado a un
hombre muerto en la calle. Seguramente
atropellado por alguien que escapó. La policía no tenía pistas. El muerto tenía
veinticinco años y se llamaba Juvencio...
Se llamaba Juvencio...¡ Qué extraño
nombre! Como para nunca poder
olvidarlo....
En un
pueblo vecino hizo desabollar el tapabarro. Nadie le hizo preguntas.
Pero,
desde entonces, dormía a saltos.
Muchas
noches, se veía de nuevo en esa calle desierta. El herido se arrastraba
gimiendo y lo cogía de las piernas, impidiéndole huir.
Despertaba
gritando, bañado en un sudor helado y ya no podía volver a conciliar el sueño.
Pero,
ahora a su insomnio se agregaba otra inquietud. Mariana.
La había
conocido hacía cosa de dos meses y cada vez le gustaba más.
La
había invitado al cine, a comer, a
conciertos...Ella siempre se portaba simpática y se notaba que se
esmeraba en sostener con él una conversación agradable. Pero, había algo...Una
barrera que Mario sentía que no podía atravesar.
Una
muralla invisible parecía rodearla. Se le antojaba una de esas antiguas figuras
de porcelana protegidas bajo una campana de cristal.
Una
tarde, en el café, Mario tomó su mano a través de la mesa. Ella la retiró bruscamente
y luego lo miró con una dulce sonrisa, como disculpándose. Pero a Mario se le
hizo evidente que ella no soportaba su contacto.
Decepcionado,
pensó no invitarla más. Esa noche se desveló como nunca y al día siguiente, a
primera hora ya estaba llamándola.
Un
día no pudo sofocar más el deseo de abrazarla y la tomó por la cintura. Ella
hizo un visible esfuerzo para permanecer inmóvil contra su pecho, pero luego se
soltó con suavidad.
-¿
Qué pasa, Mariana? ¿ Tanto te disgusto?-
le reprochó con fastidio.
-Perdóname,
Mario. No puedo evitarlo...Tú me gustas mucho. Pero hay alguien a quién amo...y
a quién no puedo olvidar.
-¿
Por qué no me dijiste que salías con otro?
-Porque
no salgo con nadie...El está muerto.
-¿
Qué dices?
-Que
él murió. Hace dos años... En realidad no murió. ¡ Lo mataron!
-No
te entiendo, Mariana. Mientes...
-¡
No! Es verdad. Alguien lo atropelló y lo
dejó desangrándose en la cuneta. Tenía apenas veinticinco años....¡ Si ese
miserable se hubiera detenido a auxiliarlo en lugar de escapar, ahora Juvencio
estaría vivo...!
Mientras
la escuchaba, Mario sentía que un frío glacial se apoderaba de su cuerpo. Le
zumbaban los oídos y empezó a temblar ostensiblemente.
Mariana
dejó de hablar y lo miró consternada.
-¿
Qué te pasa? ¿ Tanto te impresiona mi historia?
Luego,
pareció comprender y una palidez terrosa se extendió por su rostro haciendo que
sus ojos oscuros se vieran hundidos dentro de sus órbitas.
El
cayó de rodillas y se aferró a sus piernas, llorando.
-¡
Perdóname! No sabes cómo he sufrido
desde entonces... ¡ Perdóname, por Dios!
Ella
lo empujó hacia atrás y lo miró con odio.
-¡
Nunca! Al matarlo a él me mataste a mí
también...Destruiste dos vidas. ¡ Tienes que pagar por eso!
Se
alejó corriendo, sacudida por los sollozos.
Mirándola
alejarse, Mario permaneció de rodillas, sin darse cuenta. Luego volvió en sí y
tuvo conciencia de lo ridículo de su postura.
Se
levantó y se sacudió el polvo de los pantalones.
Aunque
el odio que había visto en los ojos de Mariana era como un dardo clavado en su
corazón, se sentía aliviado.
Una
extraña calma, una serenidad que ya no recordaba haber sentido nunca, se fue
apoderando de su espíritu. ¡ Por fin se había desahogado! El peso de su culpa pareció alivianarse.
Con
paso tranquilo se dirigió a su casa.
Esa
misma noche, llegó la policía a detenerlo y él no hizo ningún intento de
resistirse.
Mariana
se lo había dicho. Tenía que pagar.
Dedicado a los miserables sin corazón, que por cobardía o temor no prestan ayuda...
ResponderEliminarAbrazos Lily querida.
Comento antes de leerte, pues aun no está arreglado del todo y el ordenador no me deje.
ResponderEliminarAhora voy a leerte.
manolo
.
Triste relato...por ambas partes
ResponderEliminaral menos el hombre comprende que debe pagar frente a la sociedad
aunque de una vida...ese saldo jamás se paga si es de esa manera tan brutal...por la irresponsabilidad de quien conduce
algo muy fuerte en estos días que se avecinan y a pesar de todas las advertencias muchos cometerán los mismos errores...
es grato siempre leerte amiga.
abrazos!
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Para ti en esta Navidad y próximo año entrante
deseo que la felicidad se haga presente en tu casa
tengas juntos a los tuyos, mucha paz, amor y esperanza
sean bendecida siempre!!
¡¡Muchas felicidades!!
Meulen/2015