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domingo, 13 de diciembre de 2020

TINTA CHINA.

Desde que tenía memoria, Genaro había sido secretario de un escritor. Vivía en su casa y sus tareas eran múltiples.  Responder los llamados telefónicos, redactar los correos y estar pendiente, en fin, de sus más triviales necesidades.

No tenía recuerdos de ninguna época anterior y se decía, afligido, que en algún momento había perdido la memoria. Sobre el velador había una fotografía de una mujer madura y él presumía que sería su madre, pero no la recordaba y mirar su cara no le provocaba la más mínima emoción.

La ausencia de afectos y de recuerdos tornaba su existencia vacía. Para llenar ese hueco

 había procurado enamorarse, pero dos veces había fracasado.

La primera mujer a la que amó, se llamaba Rosario y vivía en la casa vecina a la del escritor.

La cortejó durante un tiempo, pero ella, desde el principio le había advertido que tenía novio.  Que estaba en el extranjero, trabajando y que en unos meses  volvería para casarse con ella.

Genaro creía que era un invento , un subterfugio quizás, para librarse de su acedio.

Pero una tarde en que había ido a visitarla, sonó el timbre y ella corrió a la puerta. 

En el umbral había un hombre alto y bien parecido. Rosario se echó en sus brazos y él la besó con pasión. Perdidos en su arrobamiento, ninguno de los dos percibió siquiera la salida de Genaro.  Pasó junto a ellos aplastado contra la pared y se alejó calle abajo, agobiado por la humillación. 

Su segundo amor se llamaba Elsa.

Tenía la piel muy blanca y una cabellera rojiza que parecía arder. Fue en esa hoguera donde el corazón de Genaro se asó a fuego lento, hasta quedar casi carbonizado.

Ella decía amarlo, pero él se sentía siempre insatisfecho.

Hasta que una tarde la sorprendió en un café con otro hombre. Hablaban en voz baja y con deseo contenido, entrelazaban sus manos. Cuando ella divisó a Genaro, fingió no conocerlo.

Y así, una vez más, la soledad volvió a apropiarse de su vida.

Un día en que el escritor había salido, Genaro entró a su escritorio a buscar unos papeles. Sin gran curiosidad, le echó un vistazo a lo que estaba escribiendo.

Aunque tenía un moderno computador, el escritor prefería hacer su trabajo a mano. Es más, ni siquiera usaba un bolígrafo. Llevado por no sé qué nostalgia del pasado, siempre escribía con una pluma metálica y un tintero de tinta china.

Genaro empezó a leer las anotaciones y con estupor comprobó que se trataba de su propia historia.

Era una novela que empezaba en su juventud, con él trabajando en casa del escritor. No había ninguna referencia a su infancia.

En ella se detallaban sus dos romances fracasados y el último parrafo escrito terminaba con la frase:  "Y así la soledad volvió a apropiarse de su vida".

El siguiente capítulo, aún no empezado, se titulaba:  Un nuevo fracaso de Genaro.

Comprendió entonces que él no existía, que era un personaje inventado por el escritor. Y que su creador era un hombre cruel que pensaba darle una existencia sin esperanzas.

Furioso, tomó la botella de tinta china y la vertió sobre el manuscrito. ¡ Ahora sería libre y saldría de ahí antes de que su verdugo regresara!

Fue a su cuarto y llenó una maleta con su escasa ropa. El retrato sobre el velador pareció mirarlo con reproche. Pero no quiso llevarlo. ¿ Para qué, si no era su madre? ¿ Si era la fotografía de una mujer anónima puesto allí por el escritor para darle realismo a su vida inexistente?

Mi verdadera madre es una botella de tinta,  reflexionó con amargura.

Salió de la casa dando un portazo y corrió hacia la esquina.  Quiso cruzar con el semáforo en rojo y un automóvil se precipitó sobre él, arrollándolo.

Se reunió la gente alrededor de su cuerpo que yacía tretorcido en el pavimento. Alguien tomaba fotos con su celular...

- ¿Alguien anotó  de la patente?- preguntó un policía.

-No tenía patente, oficial. Estoy seguro.

-¿ De qué marca y de qué color era el automovil?

-No conozco esa marca, oficial, pero era negro.  Negro como la tinta china.   




3 comentarios:

  1. La imaginación al poder, decían en mi adolescencia. De lo mejor que te leí, Lillian. Te felicito.

    Abrazo grande.

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  2. Saludos
    enigmático cuento, extraño por decir algo que encaje
    a esa realidad que a veces es inventada
    pero que raya en un realidad cotidiana...

    Los misterios a veces nos dejan buenas lecciones.

    Un abrazo.

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  3. Tu vida como escritora sigue un buen camino,te felicito.

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